LA CRISIS DEL PACTO SOCIAL EN EL PERÚ CONTEMPORÁNEO
Por Víctor Hugo Chanduví C y
Manuel Bermúdez Tapia
Del Libro Temas de Gestión
Pública
I. INTRODUCCIÓN.
En múltiples ocasiones hemos
señalado nuestra posición de que el problema del país, pasa necesariamente por
la crisis de los sistemas políticos en el país y que mientras no se resuelva
este problema estructural, poco se puede hacer en el ámbito de la
democratización del Estado y la evaluación diligencia y eficaz de la
Administración Pública.
En este contexto, analizar los
elementos de “democracia” y “gobernabilidad” pasa necesariamente también por
entender que estas dos instituciones propias del Derecho Constitucional y de la
Ciencia Política se vinculen y se amplíen en el ámbito de la nueva interpretación
del “Pacto Social” fundacional del Estado.
II. EL PACTO SOCIAL Y
LA TEORÍA CONTRACTUAL DE NUESTRA SOCIEDAD POLÍTICA.
La referencia al contrato social,
como concepto tradicional constitucional, se hace importante y también
indispensable en lo que se refiere al análisis del “Estado”, tanto en su
estructura, organización como en cuanto a su origen.
Dicha referencia teórica es
importante porque nos permite evocar en términos sencillos, aquella
“manifestación implícita” por medio de la cual los individuos acuerdan convivir
en un mismo espacio geográfico, bajo un único marco regulatorio legal, para que
por medio de este mecanismo, se establezcan derechos y obligaciones para los
ciudadanos y para el propio Estado, dándose la atribución de una “autoridad” a
determinados individuos que conformarán la Administración Pública,
representando finalmente al Estado, el cual hará cumplir dichos ámbitos
regulatorios.
El Estado bajo este mecanismo
contractual, administrará el “poder” en forma exclusiva y tendrá a disposición
un conjunto de elementos normativos que facilitarán la convivencia social,
permitiéndose en este sentido, que los individuos puedan mantener compromisos,
obligaciones y garantizar sus derechos frente a terceras personas, incluyéndose
al mismo Estado.
Esta premisa contractual, genera
en principio un nivel de relación y de colaboración entre “partes” iguales y
equivalentes, lo cual facilita su amplificación en términos estructurales de la
administración pública.
Los objetivos iniciales de
autoprotección, protección colectiva, parámetros de convivencias generales en
una comunidad, dan paso paulatinamente a parámetros de tuición de intereses
individuales, intereses colectivos y actualmente intereses difusos, lo cual nos
permite señalar que el contrato social, en esencia siempre ha venido
actualizando a las circunstancias de la sociedad.
Los individuos se amparan en este
mecanismo contractual sobre la base de la garantía de que conservarán en
esencia un cierto “poder” mínimo, el cual lo harán válido en caos especiales y
situacionales, a condición de que el Estado ejerza un nivel de poder negativo y
limitativo.
Bajo esta condición, los
ciudadanos ceden su posición individual en aras de un interés general y
colectivo y ceden posiciones frente al Estado, a la espera de que este también
procure ampliar los beneficios de la relación contractual.
La aceptación de este “poder” por
parte del Estado le otorga la “legitimidad” necesaria que la comunidad exige
para así garantizar sus propios intereses y derechos, en particular porque al
existir un parámetro normativo legal que configura los principales elementos
políticos y legales en la comunidad, la garantía de una convivencia pacífica
son más sólidas.
La cadena de solidaridad en la
cual los individuos que componen la sociedad se fortalece se amplia, en
principio porque los individuos depositan su confianza en el Estado, quien
asumiendo los roles y las actividades más complejas en la comunidad, determina
los parámetros administrativos en los cuales los individuos desarrollan sus
actividades más ordinarias y comunes.
Criterios de justicia, equidad,
igualdad, libertad, se amplían y consolidan en la comunidad política, con lo cual el Estado no sólo garantiza su
propia legitimidad frente a la comunidad, sino que también le permite mantener
su autonomía y solidez frente a las circunstancias coyunturales y/o crisis
sociales, que no suelen resultar ajenas en la historia de la comunidad.
La legitimidad aludida no sólo se
materializa en la sensación de “buen gobierno” que los ciudadanos pueden
percibir, sino que también debe entenderse a las situaciones de ausencia de
situaciones de ineficiencia en la propia administración pública.
Una administración ineficiente no
sólo perjudica los estándares de buen gobierno del Estado, sino que terminan
afectando a los propios ciudadanos, quienes no pueden finalmente atribuirse
determinadas garantías ni libertades de forma autónoma, porque dichas
situaciones podrían provocar la desnaturalización del contrato social inicial.
Sin embargo, estas son las
situaciones que usualmente se están observando en el ámbito de la realidad
nacional y una muestra de ello es que tradicionalmente (una mala situación) se
está calificando negativamente en la gestión a las instituciones públicas más
representativas del país.
Así el Congreso de la República,
la Presidencia de la República, el Poder Judicial, Ministerio Público, la
Policía Nacional entre otras, sólo por citar, son blanco de las críticas de la
ciudadanía en particular por sus pésimos manejos internos que terminan
provocando una mala gestión institucional.
Dichos parámetros negativos y
contradictorios a la propia esencia de dichas entidades en el panorama público,
en particular en lo respecta a la gestión pública, mellan la confianza del
ciudadano de a pie frente al Estado, quien termina cuestionando finalmente la
validez y legitimidad del contrato social.
III. EL ORIGEN DE LA
CRISIS DE LA LEGITIMIDAD DEL ESTADO FRENTE A LA COMUNIDAD POLÍTICA Y EL INICIO
DEL DESGOBIERNO.
El Estado peruano no sólo ha estado
en crisis en el siglo pasado, lo ha estado en casi toda su historia Republicana
y lo manifestado lejos de ser una conclusión es una realidad.
La historia de esta crisis parte
por el propio origen del “contrato social” nacional, en particular porque cuando
se proclamó la Independencia, la sociedad nacional no tenía interiorizado
“sentimiento patrio” alguno y prueba de ello es que la independencia real
recién se produjo con la Batalla del 2 de mayo de 1866, en la cual la coalición
entre Colombia, Chile, Ecuador y Perú rechazó la intención de España de
reconquistar Sud América.
El paralelo legal se traduce en
este contexto en que después de la jura de la Independencia en 1821, el Perú
mantenía las normas legales coloniales españolas, al nivel que por ejemplo en
el ámbito legal societario o comercial, el Código de Comercio de 1901 recién se
autonomiza de las normas indianas.
Lo manifestado, explica una serie
de factores todas ellas presentes en el Perú de 2013, en particular porque se
puede observar la causalidad de muchos elementos contradictorios y antagónicos,
que no suelen ser evidenciados en otras realidades con un panorama histórico
mucho más contemporáneo.
Las complejidades de nuestra
realidad social en la época emancipadora es negativa en su conjunto frente a la
de Argentina o Venezuela (en dicha época Gran Colombia) o de Chile, sólo por
citar.
La gran ventaja de dichas
realidades mencionadas se vincula principalmente en el mejor nivel de relación
con las grandes potencias comerciales y económicas de la época: Inglaterra,
Países Bajos, las ciudades alemanas e italianas.
Dicho contacto comercial y
cultural propició que la ciudadanía local incipiente adquiera conciencia de su
contexto y realidad y lucha por su propia autonomía frente a España, alcanzándose
la máxima de que el “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, con lo cual Inglaterra
logró limitar en esencia el poder español en tierras sudamericanas.
Con los procesos de independencia
latinoamericanos en Argentina, Venezuela y Chile, el Perú vivía una realidad
totalmente opuesta, principalmente a la falta de una sociedad burguesa con una
condición económicamente productiva.
La clase social nacional en su
conjunto en la época era depositaria de la función extractiva de los primeros
conquistadores y del virreinato y ante la ausencia de un interés productivo,
estaban prácticamente limitados a una condición servil a los lineamientos de
España.
Esta situación provocó que tanto
las huestes libertarias del sur (General don José de San Marín) y del Norte
(General, don Simón Bolívar) definan una única idea central: independizar al
Perú, a pesar de que no existían condiciones materiales, logísticas y
patrióticas para ello.
Frente a los vaivenes de la
historia emancipadora, al lograrse la independencia con la Batalla de Ayacucho,
Bolívar devela sus reales intenciones y en contradicción a sus ideas
“liberales” pretende autoproclamarse “Presidente Vitalicio”, que no era otra
situación que la de permanecer en el poder hasta su fallecimiento.
Sus planes antidemocráticos se
evidencian en el sólo hecho de inaplicar la primera constitución peruana de
1823, bajo la premisa de que al asumir un rol militar, debía sujetar todas las
acciones de la inicial república nacional a sus designios para así finiquitar
el poder español en el país.
De este nefasto momento, hasta la
Guerra del Pacífico, el Perú no forjó un Estado uniforme, ni mucho menos se
procuró tener una sociedad uniforme bajo los mismos lineamientos democráticos,
igualitarios y paritarios.
Ejemplos como el pago del impuesto
indígena, la colonización inicial con la importación de trabajadores
“migrantes” chinos y japoneses es una muestra de ello.
La sociedad peruana a pesar de la
dura experiencia de la Guerra del Pacífico, sumada a las limitaciones de la
clase política nacional, provocaron que el primer siglo de independencia sea
prácticamente nefasto.
La celebración del Primer Siglo
de Independencia por ejemplo se ejemplifica con “obras públicas” de bajo perfil
a los intereses nacionales, como lo demuestra la construcción de la Capilla de
María Auxiliadora, cuyo inicial objetivo era la “modificación” del nombre de la
República, por intereses exclusivamente típicos del caudillo de la época:
Leguía.
Posterior a dicho centenario, el
país tampoco logro cuajar un “contrato social” uniforme y las reales
incidencias de este objetivo sólo se pueden manifestar en la actualidad,
posterior al año 2000, en la cual la sociedad al menos se ha visto mucho más
uniforme en cuanto a intereses y posiciones.
Si bien se mantienen muchos
rezagos de las sociedades tradicionales, en particular para el mantenimiento de
estándares racistas, discriminatorios, segregacionales, la sociedad nacional
está evidenciando un desarrollo más progresivo e inclusivo. Lentamente, pero se
evidencia esta situación.
Sin embargo, todo este penoso
panorama se ha visto cuestionado por factores políticos y sociales durante los
últimos cincuenta años, en particular para entender la relación entre la
“democracia” con la “gobernabilidad del país”.
Esta situación se refleja en la
década de los años setenta del siglo pasado, en la cual los gobiernos de
dictadura militar, no ostentaban un patrón democrático, pero eran “legítimos”,
en particular si hacemos memoria de los procesos de Reforma Agraria iniciados
por Juan Velasco Alvarado.
Este proceso de reforma, único en
América Latina, produjo una severa crisis productiva en el país, principalmente
a raíz de la extirpación del nivel económico productivo a las clases altas del
país, propiciando además la crisis de los nuevos tenedores de las tierras: los
campesinos, que lejos de ser “dueños” de una propiedad históricamente suya, no
pudieron revertir sus niveles de pobreza, porque no se les facilitó los
instrumentos para hacer productiva la propiedad agrícola.
Esta situación provocó finalmente
la severa crisis de los años ochenta en nuestro país, gracias al deficiente
gobierno de Belaúnde Terry y al nefasto gobierno de Alan García, con la cual
también se dieron indicios de los primeros crímenes de lesa humanidad contra la
población campesina e indígena, bajo el débil argumento del combate al
terrorismo en el interior del país.
Lo descrito refleja el débil
nivel de “legitimidad” del Estado frente a la sociedad, a pesar de la
“primavera democrática” de los años ochenta del siglo pasado, gracias al
regreso de la democracia después de los gobiernos militares de Velasco Alvarado
y Morales Bermúdez.
Inclusive y como paradójico es
viable señalar que en la actualidad el gobierno de Francisco Morales Bermúdez,
a pesar de ser dictatorial, tiene más legitimidad e imagen político social en
la actualidad que los gobiernos de Fernando Belaúnde y Alan García. Ni Valentín
Paniagua tiene un mejor perfil de legitimidad ante la sociedad que el General
Morales Bermúdez y ello a pesar de que fue dictador.
La severa crisis económica
terminó de malograr el desarrollo del aparato productivo nacional, limitando al
Estado ineficiente en la época en un exceso de atribuciones, para así copar
todos los ámbitos de las relaciones sociales, propiciando el surgimiento del “Estado
Benefactor”, el cual era proclive a dejar de lado los análisis estadísticos y
económicos de la relación “costo-producción-servicio”, dado el alto interés del
gobierno de turno de no hacer un control económico de los niveles de gasto del
Estado.
Esta crisis económica, propició
que se promueva la primera migración de peruanos al exterior, ante el temor de
vivir en una república inviable, propiciando el surgimiento de “colonias”
peruanas en los Estados Unidos de América, Argentina, Chile, España, Europa y
Venezuela.
La segunda migración de peruanos,
se produce con la crisis económica de Alberto Fujimori posterior al “shock”
económico que en principio hubiera sido implementado por Mario Vargas Llosa de
haber sido presidente.
En este panorama de crisis total,
el gobierno asume una línea de desarrollo “neoliberal” y el Estado se
transforma a un nivel de auto limitarse en todos los ámbitos y contextos.
El aparato público estatal se
limita a lo indispensable, permitiéndose la apertura económica y comercial de
parte de las inversiones internacionales (principalmente) y nacionales.
Por la necesidad de realizar
ajustes económicos, políticos y sociales estructurales en un plazo
relativamente corto surge como línea de acción una “flexibilización” de la
mayoría de los estándares normativos y administrativos, lográndose la
generación de un nuevo perfil: la cultura combi.
Cultura que en principio
representa todo un proceso de reformas políticas, económicas y sociales, en
donde el sistema se “flexibiliza” y se adapta a las nuevas realidades y
exigencias sociales, con lo cual el Estado se ve aliviado en su rol de
proveedor de servicios públicos.
Este proceso se complementó con
todo un nuevo sistema de implementación de relaciones económicas, con lo cual
el país a la fecha mantiene un perfil internacional extraordinario, al nivel de
realizarse proyecciones a mediano plazo con un estándar de desarrollo
sustancial.
Sin embargo, este desarrollo
económico no estaba en estrecha vinculación con el panorama social y la
legitimidad del Estado tampoco estaba garantizando, principalmente porque las
necesidades sociales se incrementaban y los servicios públicos atendidos bajo
tercerización no satisfacción en su totalidad a la comunidad.
Servicios como el de seguridad
pública, con el surgimiento del Serenazgo, por ejemplo no atendían el problema
de la criminalidad, al nivel de que en el año 2013, sea considerado el primer
problema social en el país, con lo cual la legitimidad del Poder Judicial,
Ministerio Público, Policía Nacional y Ministerio del Interior estén
prácticamente limitados sobre los índices de la decena (inferior al 10% de
aprobación social)
Otro sector no atendido
correctamente puede ser señalado el sector Educativo Universitario, muy a pesar
de la aparición de nuevas universidades, sin perfil técnico o productivo, que
en esencia terminará generando una “ebullición” de estas al no reunir niveles
de calidad, idóneos u óptimos.
Por ello, actualmente se viene
gestionando la implementación de un nuevo sistema universitario que no sólo
imponga nuevamente los niveles de exigencia académica, sino que exija la
investigación científica como paso previo a la titulación de los nuevos
profesionales.
Si bien estos elementos pueden
permitir el desarrollo de nuevos mecanismos de atención de necesidades públicas
sobre la base de la iniciativa privada, se debe tener en cuenta que el Estado
no es un ente invisible y que su principal rol, si es que no puede proveer
servicios públicos, es de ser un ente que fiscalice la atención de los servicios
que privados puedan atender.
Este rol promotor, fiscalizador,
veedor, por ejemplo está asignado al INDECOPI y si bien su labor se ha ido
incrementando en el tiempo, poco se puede percibir en la ciudadanía la gestión
eficiente de dicha instancia administrativa, muy a pesar de sus aciertos
legales.
Ante esta situación de crisis
generalizada, que también la observamos en otros ámbitos, por ejemplo en el
manejo ambiental de los proyectos de inversión minera extractiva en el país,
consideramos que el Estado poco a poco se está auto limitando en forma
peligrosa.
Dicha autolimitación no sólo
resulta perjudicial, en cuanto a su nivel de intervención en las relaciones
sociales, sino también en cuanto a su legitimidad con ente superior a los
individuos en la sociedad, porque finalmente su acción no se produce por una
cuestión de decisión política, sino a una manifiesta incapacidad de gestión
pública.
Casos de ineficacia en el control
ambiental por ejemplo en Madre de Dios, Puno, La Libertad, Cajamarca en cuanto
al desarrollo de la minería ilegal e informal, son una muestra de cómo un
Ministerio, relativamente “joven” como el de Ambiente, resulten ineficientes
ante la realidad nacional.
Ello sin mencionar el pésimo
tratamiento ambiental que se le da a la ciudad de Cerro de Pasco, conminada a
una “muerte” en vida, por ser una ciudad prácticamente incontrolable en
términos de contaminación ambiental, en donde se permite a la población “vivir”
su pobreza en una localidad donde sus mínimos derechos fundamentales serán líricos.
Estas situaciones en su conjunto
nos permiten concluir que el Estado se visto abrumado por las condiciones
sociales y económicas que configuran un nuevo panorama político nacional y que
ante este contexto se ha visto desvestido en cuanto a su nivel de gestión.
La ineficacia de sus mínimos
servicios de atención y el colapso de todo el aparato público, resultan
cuestionables ante el ciudadano que no hace sino otra cosa que preguntar sobre
sus iniciales “poderes”, antes del Pacto Social inicial.
Sin embargo, este cuestionamiento
sólo está en un pequeño sector social, porque no todos han tenido la capacidad
de ser sujetos de derechos y de recibir una mínima educación básica, que les
permita tener un conocimiento inicial de sus condiciones de ciudadano y de
sujetos de derechos.
Todo este panorama finalmente nos
permite señalar que el Pacto Social con lo cual se funda un Estado no está
interiorizado en la psiquis del ciudadano peruano y que ello resulta
evidenciado, no en lo teórico, sino en lo práctico, cuando este evalúa la
gestión pública del Estado.
Cuando el peruano desconoce la
capacidad de gestión del Estado en cualquiera de sus niveles, ámbitos y
dependencias, no sólo cuestiona su legitimidad, sino que también cuestiona su
propia condición de ciudadano, porque tampoco se hace responsable de vivir en
una sociedad que prácticamente no lo considera parte de su naturaleza.
Los peruanos, en este triste
panorama, tenemos mucho por hacer.
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