EL APRA POR DENTRO
A la memoria del comandante
de Marina
Enrique Águila Pardo y de Carlos
Collantes Preciado, uno de los jefes del
comando civil que combatió en el
Real Felipe.
Enrique Águila Pardo y de Carlos
Collantes Preciado, uno de los jefes del
comando civil que combatió en el
Real Felipe.
En recuerdo de los que
lucharon y de
los que sacrificaron hasta su vida,
por la implantación de la
justicia social en el Perú.
los que sacrificaron hasta su vida,
por la implantación de la
justicia social en el Perú.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Por captu lectoris habent sua fata
libelli.
Terentiano
Maurus, De litteris, de syllabis, de
metris
[Según la capacidad del lector, los libros
tienen un destino.
Terenciano
Mauro, Sobre pronunciación, sílabas y
métrica]
En
1988 se publicó la primera edición de El
APRA por dentro. Lo que hice lo que vi y lo que sé. 1931-1957. Un libro
memorioso en el cual su autor, Luis Chanduví Torres —por muchos años un dedicado y
sacrificado militante aprista—
expuso en forma detallada el proceso de descubrimiento, apasionamiento y
finalmente desengaño que le tocó vivir en relación al aprismo y su líder y
fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre.
El
ciclo de vivencias evocadas por Chanduví se inicia cuando el autor tiene apenas
22 años y es sargento segundo de Artillería trasladado a Trujillo —donde pronto es ascendido— y concluye 27 años después, tras
muchas privaciones, prisión y destierro. Ese período comprende acontecimientos
decisivos en la historia del aprismo y del país: los preparativos de la
Revolución de Trujillo, las acciones revolucionarias en distintas localidades
del país en 1932, la lucha clandestina bajo los gobiernos de Benavides y Prado,
el exilio, el conflictivo período del Frente Democrático Nacional, la
Revolución de 1948, la resistencia a la dictadura de Odría, nuevamente el
exilio y finalmente la política de la «convivencia», oficializada en el III Congreso
partidario de 1957.
Estemos
o no de acuerdo con Chanduví, los detalles sobre cómo se infiltró el aprismo en
el Ejército en los años 1930-1932, cómo se desenvolvía el Partido Aprista en la
legalidad y en la clandestinidad, cómo organizaba adeptos y cómo era su
jerarquía interna; el comportamiento de los apristas en la prisión y el
destierro; la actuación de personajes tan emblemáticos como el «Búfalo» Barreto en 1932 y el comandante
Enrique Águila Pardo en 1948; cómo eran en la vida diaria líderes de alto nivel
como Haya de la Torre y Manuel Seoane, todo ello tiene un verismo excepcional
que no ha podido ser desmentido tras el paso de los años.
Desde
su aparición, el libro de Luis Chanduví ha estado asociado con los libros
agresivos de rompimiento y denuncia contra el aprismo publicados por otros ex
militantes, como Luis Edgardo Enríquez, autor de Haya de la Torre: la estafa
política más grande de América (Lima, 1951). La obra de Chanduví, sin dejar de
ser polémica, puede ser asociada con más facilidad con el célebre opúsculo de
Magda Portal: El partido aprista frente
al momento actual. Quiénes traicionan al pueblo (Lima, 1950).
Al
igual que Magda Portal, Chanduví cuestiona conductas y líderes pero no abjura
de su militancia política ni de los ideales defendidos a costa de tanto
sacrificio durante casi tres décadas. Defiende con firmeza el gran ideal que lo
unió al aprismo en 1931:
“La
captura del poder para la implantación del Estado aprista. El APRA era una
escuela, había que combatir la ignorancia” (p. 30).
Tampoco
abjura del hecho mismo de la revolución trujillana: “¡Revolución en Trujillo!
Este es el episodio de más trascendencia en la lucha del pueblo peruano por su
liberación e implantación de la justicia social, en el transcurso de este siglo”
(p. 74).
En
este aspecto su voz es importante porque la revolución trujillana
del 7 de julio de 1932 es reseñada en forma defectuosa por diversos científicos
sociales que los estudiantes peruanos consideran confiables y objetivos. Por
ejemplo, Julio Cotler, Aníbal Quijano, Alberto Flores Galindo y Manuel Burga,
han coincidido en mencionar este importante movimiento social liderado por el
aprismo como un “alzamiento” o una “rebelión popular”, pero no una revolución
en el sentido moderno y profundo de la palabra. Con esto pretenden decir que
fue un acto de insurgencia popular aislado, sin perspectivas políticas y sin
organización partidaria.
Los detractores de la Revolución de Trujillo
suelen tener como principal respaldo la opinión del célebre historiador Jorge
Basadre, cuya extensa obra Historia de la
República del Perú, se refiere a esta gesta en forma peyorativa. Además de
minimizarla, el historiador incluye menciones despectivas sobre la personalidad
y el rol histórico cumplidos por Agustín Haya de la Torre, prefecto
revolucionario de Trujillo, el mártir Manuel “Búfalo” Barreto y el líder de los
insurgentes Alfredo Tello Salavarría. Esto es lo que allí leemos como
demostración de que no fue más que un “alzamiento”:
“Ni Agustín Haya ni sus colaboradores
adoptaron medidas que abrieran el camino hacia una revolución social. No
entregaron la tierra a los campesinos, las fábricas a los obreros o los
ingenios a los trabajadores de las haciendas industrializadas. Tampoco proclamaron
la abolición de la propiedad privada o el desconocimiento de la deuda pública;
ni organizaron consejos de obreros, campesinos y soldados” (Jorge Basadre: Historia de la República del Perú, tomo
XIII, cap. VI).
Este párrafo encierra prejuicios y falsas
interpretaciones que Chanduví aclara con nitidez.
Chanduví reseña con precisión que la
Revolución de Trujillo no se circunscribe a los sucesos ocurridos entre los
días 7 y 12 de julio de 1932. Fue la expresión más alta de un proceso de
alcance nacional, que abarcó también Lima, Callao, Cajabamba, Huari, Huaraz,
Cajamarca, Chiclayo y otras ciudades y concluyó con el alzamiento del
Comandante Gustavo “Zorro” Jiménez entre los días 11 y 15 de marzo de 1933.
Anota también que el Partido Aprista no tenía
un propósito deliberado de insurrección. Protestaba contra una tiranía de
Sánchez Cerro que había dictado una Ley de Emergencia que suprimía las más
elementales garantías ciudadanas, expulsando del país a 23 congresistas
constituyentes (22 de ellos apristas), apresando sin causa judicial a Víctor
Raúl Haya de la Torre y numerosos opositores al régimen y realizando diversos
atentados armados contra actos de protesta del aprismo. El objetivo de la
Revolución Aprista no era expropiar tierras ni fábricas sino restablecer
plenamente la vida constitucional convocando para este fin a sectores muy
amplios de la población.
Chanduví también aclara que en Trujillo, el
Partido Aprista y el pueblo organizado dieron conmovedores ejemplos de
heroísmo, capacidad organizativa y disciplina revolucionaria. No hubo actos
vandálicos contra la propiedad privada y se combatió hasta las últimas
consecuencias manteniendo a raya tropas fuertemente armadas y protegidas por
aviones de guerra. Está probado que la muerte de 10 oficiales prisioneros
ocurrida el 10 de julio no fue un acto deliberado del Partido ni fue realizado
por militantes apristas.
Que la Revolución Aprista de 1932 tuviera
objetivos democráticos no la disminuye. Una revolución popular, realmente
masiva (no la simple captura del Estado por una minoría aventurera), siempre se
basa en urgentes y elementales necesidades de libertad. En términos concretos,
la revolución social es el alzamiento general del pueblo para imponer su
soberanía contra la opresión. Y eso ocurrió en Trujillo y gran parte del país
el 7 de julio de 1932.
La velada comparación que hace Basadre entre
la Revolución de Trujillo y la Revolución Rusa se basa en la ignorancia. La
Revolución Rusa tuvo como principal consigna el fin de la guerra con Alemania
(durante la I Guerra Mundial de 1914-1918). Igualmente, la Revolución China de
Mao tuvo como detonante la ocupación japonesa y la Revolución Cubana de Castro
sólo pretendía el fin de una odiada dictadura. En ningún caso las reformas
sociales se dieron de un día para otro. Se basaron en un proceso político más
largo y complejo. En octubre de 1917 ningún obrero bolchevique quería el
socialismo ni hubiera sabido cómo hacerlo. Querían “pan, paz y libertad”. La
Ley de Nacionalización General de las Industrias del gobierno revolucionario
ruso recién se dio el 28 de junio de 1918, meses después que Lenin disolviera
la Asamblea Constituyente. Y, al igual que en Cuba y en China, se dieron en
condiciones dictatoriales extremas.
Pero lo esencial es recordar que esa
Revolución de 1932 demostró que el aprismo era un movimiento esencialmente
comprometido con la defensa de las plenas libertades. Los numerosos héroes y
mártires trujillanos de esas jornadas memorables, fueron un digno ejemplo del
derecho del pueblo a la insurgencia cuando sus derechos son conculcados. Ese
derecho es lo que vinculó a Luis Chanduví desde el primer día, siendo un
sargento de Artillería, con el aprismo.
INTRODUCCIÓN
He
tardado tantos años en escribir este relato, porque no tenía tiempo para
hacerlo, la lucha por la vida para sostener mi hogar me lo impedía. Cuando
menos lo pensé había cumplido 70 años y estaba jubilado.
Al
releer cartas, documentos y apuntes acumulados en varios lustros, me decidí a
volcar en estas páginas, mis recuerdos delo que hice, de lo que vi y de lo que
sabía en los años que milité en el APRA.
Desde
1931, cuando conocí a Víctor Raúl Haya de la Torre, tuvieron que transcurrir 17
años, para que el 3 de octubre de 1948 me convenciera de que Haya de la Torre
no era más que un demagogo, cuya egolatría lo llevó a traicionar al pueblo
aprista, colaborando con sus líderes en el aplastamiento de su insurrección.
Con
el fracaso de la revolución del 3 de octubre de 1948 por la traición de sus
líderes, terminó la vieja etapa revolucionaria del APRA, alentada por el
caudillismo demagógico del Jefe del partido y el romanticismo revolucionario de
sus militantes.
Este
movimiento marca una fecha crucial en la historia de la política peruana.
Señala una línea divisoria en el planteamiento político nacional, y dentro del
partido se rompe el tabú de la incondicionalidad hayista y pone al descubierto
ante las masas, que el mentado afán revolucionario de Haya no había sido más
que un bluff.
Se
sirvió de la amenaza conspirativa, tanto para desviar la presión revolucionaria
de las masas apristas, como para chantajear a la reacción, a fin de facilitar
sus transacciones oportunistas.
Su
vida política zigzagueó siempre en el terrorismo o el golpismo chantajeador y
el oportunismo entreguista y claudicante.
A
pesar de mi desengaño el 3 de octubre, persistí todavía en la lucha, con una
ligera esperanza, que a medida que transcurrían los días se fue desvaneciendo.
El 15 de diciembre fui detenido, acusado de conspirar contra Odría. En junio de
1949 salí deportado.
Durante
esos 17 años, el carisma de Haya, la lucha clandestina y la persecución,
crearon dentro del partido un fanatismo y una mística que persistió hasta mucho
tiempo después a pesar de su quiebra ideológica y su política claudicante.
Las
cartas a que me refiero en mi relato, correspondientes al período de 1948 a 1957,
me fueron proporcionadas por un amigo que las encontró en un archivo de la
firma chilena «Socorex», de la que fue gerente Manuel Seoane y donde trabajé
hasta mi regreso al país.
Por
resultarme el relato demasiado extenso, he dejado al margen algunos episodios.
Lo principal está escrito.
Luis
H. Chanduvi Torres
ESCUELA MILITAR DE
CHORRILLOS
Habían
transcurrido dos años de mi ingreso a la Escuela de Clases de Artillería de la
Escuela Militar de Chorrillos como voluntario, habiendo firmado un contrato por
cuatro años. Comenzaba el año de 1930 y había ascendido al grado de sargento
segundo. En aquellos tiempos, gran parte de los jóvenes que terminaban su
instrucción secundaria y no tenían medios económicos para continuar los
estudios de una carrera liberal, o que no habían podido ingresar a la Escuela
de Oficiales, se presentaban como voluntarios a la Escuela de Clases. Otros,
podían terminar los dos últimos años de instrucción secundaria y siendo
sargentos segundos aprobados para sargentos primeros, se presentaban al segundo
año de la Escuela de Oficiales, con la ventaja de la experiencia de uno o dos
años de estar sirviendo en el Ejército.
En
el año 1928 era jefe de la Escuela de Clases de Artillería el entonces mayor
Eloy G. Ureta y Montehermoso[1]; el cuerpo de oficiales
estaba compuesto por el capitán Luis Pérez Salmón[2], los tenientes Héctor
Zapatero, César Pando Egúsquiza[3], Marcial Merino[4], Alfonso Llosa Gonzales
Pavón[5] y el alférez Juan Orrego.
Los
soldados, a los que se denominaban alumnos, eran adolescentes de 16 a 19 años,
voluntarios en un noventa por ciento, procedentes de diferentes departamentos
de la República. Lo que más afectaba al recluta, era la disciplina inconsciente,
donde las órdenes se debían cumplir sin dudas ni murmuraciones, no siéndoles
permitido al inferior reclamar, aún siendo inocente, sino después de haber
obedecido o cumplido un castigo injusto. Esa disciplina rigurosa, que templaba
nuestro carácter, a algunos espíritus débiles los impulsó hasta el suicidio[6].
La
dictadura imperante de don Augusto B. Leguía y el conocimiento de conspiraciones
que se tramaban, encausaron nuestras rebeldías en busca de un cambio en el
sistema social en que vivíamos. Toda persona debía tener la misma oportunidad
de alcanzar una meta en la lucha por la vida. Asimismo, desterrar los
privilegios por razones de fortuna, apellidos o amistad, a fin de que destacase
el más capaz.
De
política solamente sabía lo que había aprendido en el colegio. Me había impresionado
la Revolución Francesa y de la Revolución Mexicana, a quien más recordaba era a
Pancho Villa y de la Revolución Rusa había leído muy poco; más sabía de
Rasputín que de Lenin. Con el tiempo mis inquietudes se fueron materializando
hacia un objetivo: ingresar a un grupo conspirativo. Los sargentos éramos
hombres clave para la realización de un movimiento. Ya el año anterior, siendo
cabo, había fracasado un golpe para derribar al presidente Leguía el 24 de setiembre,
durante la fiesta de la virgen de las Mercedes, Patrona de las Armas. El
atentado debía realizarse cuando el presidente hiciera el recorrido de Palacio
a la iglesia de La Merced, para asistir a la misa de Te Deum.
La
conspiración fue delatada en la noche de la víspera de su realización. Según la
versión que se conoció en aquella época, por la infidencia de un sargento de
caballería, cuyo padrastro era un jefe de Policía, fueron detenidos en la
Escuela de Artillería los tenientes
Alfonso Llosa Pavón y Marcial Merino; los sargentos Francisco Fernández
y Luis Suárez. En la de Infantería el teniente Teodoro Garrido Lecca y los
sargentos segundos Ampuero, Carlos Sobenes Lazo y Jobino Pita Jave[7]. De la Escuela de
Caballería también fueron arrestados un oficial y dos clases.
A
raíz de este conato, surgieron una serie de rumores en los grupos de clases de
las diferentes armas; pero el tiempo fue amainando los comentarios y el hecho
fue perdiendo actualidad, olvidándose con el transcurso de los días.
El
año 1930 transcurría en la Escuela sin ningún hecho importante que comentar. El
23 de agosto, desde los primeros momentos posteriores al toque de diana, una
noticia sensacional se propagó de inmediato: ¡Había estallado una revolución en
Arequipa!
Cuando
salimos al campo a realizar los ejercicios de rutina, pudimos leer en un diario
la noticia en primera plana. El jefe de la revolución era el comandante Luis M.
Sánchez Cerro, y publicaban el manifiesto de los revolucionarios que, como se
supo después, había sido redactado por el doctor José Luis Bustamante y Rivero.
El
presidente Leguía, que había sido adulado y endiosado durante once años, fue
abandonado por todos los que habían medrado durante su gobierno y renunció en
la madrugada del lunes 25 de agosto de 1930. El único defensor que tuvo fue el
negro Arzola, uno de los guardaespaldas del dictador, que se defendió a balazos
siendo muerto en desigual combate. Se formó una Junta Militar presidida por el general Manuel María
Ponce, mientras que el ex presidente Leguía se refugiaba en el B.A.P. Almirante Grau, con la intención de
salir fuera del país. Al tener conocimiento Sánchez Cerro de este hecho,
amenazó a la Junta haciéndola responsable de la huida del dictador; ésta se
intimidó, y ordenó que Leguía fuera llevado prisionero a la isla San Lorenzo.
El
consenso entre todos los clases era que la Escuela debería apoyar el movimiento.
Se supo que el general Ponce, jefe del Estado Mayor General, quien había
organizado y presidía la Junta Militar de Gobierno, no estaba de acuerdo con
los revolucionarios de Arequipa, cuya Junta tenía como jefe a un militar de
menor graduación y era muy probable que defendiese con la armas su posición.
El
general Fernando Sarmiento ̶ Director
de la Escuela Militar en ese entonces ̶ sin importarle la menor graduación,
secundado por los jefes que tenía a sus órdenes, decidió apoyar a Sánchez Cerro
enviando un emisario por avión al sur, ofreciéndole el respaldo de todas las
tropas que comandaba cuando llegase a la Capital[8].
El
día de la llegada de Sánchez Cerro a Lima fue feriado para el pueblo. El jefe
de mi batería, teniente Rubio, me ordenó que condujese a mis soldados al campo
de aterrizaje que tenía la compañía Faucett en Santa Cruz. Como no teníamos
vehículos para movilizarnos teníamos que hacerlo manu militari. Salimos por la puerta de prevención de tropa y
esperamos en la explanada. A los pocos minutos pasó un camión cargado con
costales llenos de papas, lo detuvimos, lo hice descargar con la tropa y nos
transportamos en él al campo de aterrizaje, punto de reunión de todos los
efectivos de la Escuela. Nos habían dado 250 cartuchos de guerra por hombre,
previendo cualquier ataque de las tropas de la Guarnición de Lima. Pero nada
sucedió, no se habían movido de sus cuarteles. La Escuela Militar con todos sus
efectivos fueron las únicas tropas que recibieron al héroe de la revolución de
Arequipa.
Sánchez
Cerro ingresó a la ciudad en automóvil descubierto, acompañado de jefes y oficiales;
el desfile era precedido por tropas de caballería, a la retaguardia marchaban
las tropas de infantería y artillería. A medida que se ingresaba a las calles
de Lima, la marcha se hacía imposible, una multitud jamás vista, delirante de
entusiasmos, nos acompañaba. Ya no se pudo llevar el arma sobre el hombro,
tuvimos que hacerlo al porta fusil, prácticamente caminábamos en vilo. Así en
esa forma apoteósica ingresó el comandante Sánchez Cerro a Palacio y se
instauró un nuevo Gabinete presidido por él.
Días
después de su llegada a la capital, fue de visita a la Escuela, como un
agradecimiento al general Sarmiento, oficialidad y tropas a su mando. A pesar
de ser el presidente del Gabinete no pasó revista en la forma acostumbrada,
posiblemente porque había jefes de mayor graduación que él. Nos hicieron formar
por unidades, cada una en su propio emplazamiento. La Escuela de Artillería fue
la última que visitó, formamos en doble fila abriendo calle. Después de haber
saludado a los jefes y oficiales, recorrió las filas dándonos la mano a cada
uno. Después de que se retiró hubo salida general y suspensión de castigos.
La
vida en la Escuela continuó su ritmo, como si no hubiese sucedido nada en el
país. En las horas de descanso, antes del toque de silencio, los sargentos nos
reuníamos a conversar.
Amadeo
Varillas pertenecía al arma de Infantería y lo habían designado para dar
instrucción militar a los alumnos de la Universidad de San Marcos, con otros
clases de su arma. De ese contacto emanaban nuevas ideas hacia nosotros y
charlas de índole social abrían otras ventanas que nos hacían ver la realidad
del país y acicateaban nuestras ansias de participar en un movimiento
revolucionario.
Transcurría
el último mes de 1930, en setiembre de había fundado el Partido Aprista
Peruano; como Varillas ya no iba a dar instrucción a la Universidad, del
programa de este partido político no conocíamos nada; sabíamos que su líder se
llama Víctor Raúl Haya de la Torre y que sus correligionarios, el pueblo
sanchecerrista los apodaba «calzón con blonda». Hasta esa fecha lo único que
había hecho Sánchez Cerro era la creación de un Tribunal denominado de Sanción
Nacional, para castigar a todos los leguiístas que se habían enriquecido
ilícitamente. Ninguna ley de carácter social había promulgado desde que tomó el
mando de la Nación, excepto la derogatoria de la ley de conscripción vial. Los
que habíamos esperado un cambo inmediato, estábamos desilusionados.
Después
de Año Nuevo me trasladaron con el mismo grado, al Regimiento de Artillería N°
1 acantonado en la ciudad de Trujillo. Cuando salen los cambios el personal
nominado está relevado de todo servicio, excepto el de guardia de prevención
quedando en tránsito en espera que la Comandancia remita los pasajes.
MOTÍN EN EL CALLAO
En
el mes de febrero el sargento segundo Víctor Westphalen Mendizábal, compañero
de promoción y amigo personal, quien había sido destacado el año anterior al
Regimiento de Artillería de Costa en el Callao, me informó que se estaba gestando
una conspiración contra Sánchez Cerro y que él se había comprometido con el teniente
de su batería, Humberto Santos. Dentro del plan trazado, tenían que
posesionarse de los castillos del Real Felipe, pero no contaban con ninguna
ametralladora. Me pedía mi intervención y que comprometiera a otros clases;
pero al preguntarle quién era el jefe del movimiento no supo darme razón. Le
argüí que averiguara primero quién encabezaba la conspiración y qué jefes
estaban comprometidos, para poder tomar una decisión.
Días
después, Westphalen me comunicó que el movimiento debía producirse el día 20,
que estaba comprometida toda la Policía y varios cuerpos de Ejército, pero que
la situación era la misma en el Callao: la falta de ametralladoras. Insistía en
desconocer el nombre de los jefes conspiradores; él y los demás clases estaban
comprometidos con el teniente Santos. En esa forma no era tan ingenuo para
intervenir, pero por espíritu de aventura y tratando de averiguar quién era el
jefe, le mandé decir al teniente Santos que quería hablar con él, porque podía
ofrecerle mi colaboración personal, siempre que el levantamiento fuese el día
20, ya que tocaba la casualidad que el día 19 mi batería entraba de guardia de
prevención. Aunque no estaba en el rol de servicio podía hacer una permuta, a
fin de facilitarle en la madrugada el acceso a la Escuela para que sacase las
ametralladoras que habían en las dos compañías, debiendo traer medios de
transporte y tropa.
Westphalen
le comunicó mi propuesta, pero no le dio credibilidad a mi ofrecimiento.
El
general Pedro Pablo Martínez fue el jefe de la sublevación que se efectuó en la
madrugada del 20 de febrero de 1931. Las tropas que lo secundaron fueron las
del Regimiento de Artillería de Costa del Callao y fuerzas policiales del
puerto y de la capital. Los sublevados se posesionaron de los castillos del
Real Felipe, esperando ser secundados por otros regimientos, lo que no
aconteció.
Fueron
combatidos por tropas de la Guarnición de Lima: los regimientos N° 5 y 7 de
Infantería y la aviación; esta arma les causó mayores bajas obligándolos a
rendirse. Dada la situación política existente, no hubo proceso para los
sublevados, a los pocos días los prisioneros fueron puestos en libertad y
regresaron a sus cuarteles.
TRUJILLO
Dos
días después del motín del Callao la Comandancia envió los pasajes y me
embarqué en el Ucayali con destino al
puerto de Salaverry, a fin de dirigirme a Trujillo, a ocupar mi plaza en el
Regimiento de Artillería N° 1, que estaba acantonado en el cuartel O’Donovan de
dicha ciudad. Durante el viaje buscó mi amistad un periodista trujillano
apellidado Lapoint, fue la persona que me habló por primera vez del Partido
Aprista y me dio a conocer a grandes rasgos su doctrina, sus programas máximo y
mínimo, regalándome folletos para que los leyera. Para mí era una novedad su
antiimperialismo y su programa; encontraba un partido que encausaba mis
inquietudes revolucionarias, para luchar por la justicia social tan anhelada.
Había que conocer a su Jefe y a sus lugartenientes, para saber por qué los
sanchecerristas habían bautizado a los apristas con el afeminado remoquete de «calzón
con blonda».
Desembarqué
en Salaverry y me fui en tren a Trujillo. El cuartel O’Donovan quedaba a
kilómetro y medio del centro de la ciudad. De cuartel solamente tenía el
nombre, estaba construido por varios pabellones de madera, anteriormente había
sido un leprosorio; no tenía muros en el frente, a los lados los tenía de
adobe, con la altura que se estila para una casa; el muro del fondo sí era
mucho más alto y contenía un pequeño torreón en cada esquina; en el centro un
grueso portón de madera de unos tres metros de ancho, que le llamaban la «puerta
de fondo». Jefe del Regimiento era el comandante Julio Silva Cáceda, segundo
jefe el mayor Pastor, quien después fue reemplazado por el mayor Luis Pérez
Salmón; los capitanes Emilio Baltuano, Hipólito Cruz, Juan Raguz y Manuel
Morzán; los tenientes Vásquez, Ramírez, Quezada y Severino; el alférez Padilla
y el capitán armero Víctor Corantes.
Entre
los clases me encontré con dos sargentos primeros, antiguos compañeros de
promoción en la Escuela, que habían sido destacados el años anterior a sargentos segundos y ascendidos ya al grado superior;
eran José Chávez Orozco y Alfredo Parodi. Dos sargentos segundos, Luis Sánchez
Velásquez y Manuel Andreu, habían sido mis alumnos en la Escuela Militar. El
encontrar gente conocida me reconfortaba espiritualmente, mitigaba la nostalgia
de haberme separado por primera vez de mi familia. Me asignaron a la primera batería
donde mis jefes eran el capitán Baltuano y el sargento primero Ernesto Vértiz
Capelo.
De
mis conocidos, con el que tenía más confianza e intimidad, era con el sargento
primero Chávez, codepartamentano, habíamos estudiado en el colegio San José de
Chiclayo, en la época que nos militarizó el gringo Weiss y años después nos
encontramos en la Escuela Militar. Teníamos las mismas ideas, pero le faltaba
audacia para actuar. Desde que llegué, nuestras horas de descanso, tanto en el
cuartel como en la calle, las pasábamos juntos. También estaba de acuerdo en
que la solución para el país podía ser el APRA. Me puso al tanto de la
inclinación política de algunos oficiales, la mayoría eran partidarios de
Sánchez Cerro. Sobre el comandante Silva se rumoreaba en la población que
simpatizaba con el APRA; de los oficiales sólo el capitán Cruz era
simpatizante, también un teniente, pero con este último había que tener mucho
tino, porque era proclive al alcoholismo. Entre los clases, el sargento primero
Vértiz era neutral, Parodi era muy buen amigo, leal, pero no quería arriesgar
su carrera interviniendo en conspiraciones, más bien el sargento primero
veterinario César Vivanco Moscoso, nunca se manifestaba, pero se sabía que era
aprista.
Dos
días después de haber llegado, el regimiento recibió la orden de salir hacia el
norte a combatir una sublevación contra Sánchez Cerro. Las tropas al mando del
coronel Valdiglesias[9] acantonadas en Piura y las
de Lambayeque al mando del coronel Eulogio del Castillo, desconocían su autoridad.
Partimos
en camiones como si fuera un regimiento de Infantería, íbamos armados solamente
de carabinas, el camión que nos conducía estaba al mando del sargento primero
Vértiz, quien nos comunicó que el plan del comandante Silva era no parar hasta
llegar a los aledaños de la ciudad de Chiclayo y escuchó que también se había
producido un movimiento insurreccional en Arequipa, habiendo ordenado Sánchez
Cerro el envío de tropas por vía marítima bajo el mando del comandante Gustavo
Jiménez «el Zorro» para debelarlo. La oficialidad iba sin ningún entusiasmo, su
actitud con los clases era muy amigable. Como a las tres horas de viaje nos
detuvimos por un desperfecto de uno de los camiones; se reanudó nuestro
trayecto y al poco tiempo otro camión tuvo que detenerse por pinchadura en una
de sus llantas. En la oscuridad de la noche, les era muy fácil a los soldados
cometer averías con el fin de retardar el viaje; toda la tropa estaba compuesta
por conscriptos oriundos del departamento de La Libertad, el sesenta por ciento
era de la sierra y los restantes, gente criolla procedente del valle de
Chicama.
Cuando
llegamos a Zaña cundió la noticia que «el Mocho» Sánchez Cerro había dimitido;
la información era cierta, el comandante Silva ordenó el regreso a Trujillo.
MOTÍN DEL SARGENTO
HUAPAYA
El
24 de marzo de 1931 los diarios de Trujillo daban la noticia sobre el fracaso
en Lima de un motín en el cuartel de Santa Catalina, encabezado por el sargento
segundo Víctor Huapaya Chacón. Los amotinados sacaron los tanques y se
dirigieron a la Plaza de Armas, pasando por todo el perímetro de Palacio,
haciendo disparos de fusil al aire. Después de darse un paseo, regresaron
nuevamente al cuartel, donde se encerraron declarándose en franca rebeldía. El
cuartel fue rodeado por tropas de la Guardia Civil y del Ejército, entre cuyos
efectivos se contaban fuerzas de la Escuela Militar de Chorrillos. Los focos de
luz de la zona fueron destrozados; en medio de la oscuridad se desarrolló un tiroteo
incruento. La artillería de la Escuela hizo tres disparos con el fin de
derrumbar la puerta de entrada, pero ninguno de ellos dio en el blanco, yendo a
caer por el distrito de La Victoria, felizmente sin causar ningún daño
personal.
El
movimiento fue debelado por la actitud personal del comandante Gustavo Jiménez,
ministro de Guerra de la Junta, quien valientemente pidió hablar con los
sublevados, los que le franquearon la entrada. Una vez en su interior, preguntó
por el jefe del movimiento, pero el sargento Huapaya se había escondido, llamó
al sargento más antiguo y cuando se presentó, le ordenó que formase a toda la
tropa sin armas; este cumplió la orden, dando así fin al motín que había tenido
en suspenso a la población que vivía en los alrededores del cuartel.
Los
sublevados fueron juzgados por un Consejo de Guerra, que condenó al sargento
Huapaya a 20 años de penitenciaría y a los demás clases a penas menores[10].
El
sargento segundo Renato Livoni Larco quien actuó en la sublevación, junto con
el sargento Huapaya y que fue condenado a pena de cárcel, me contaba:
«Estaba
en el cuartel de Santa Catalina, en tránsito para irme a Iquitos, solamente
conocía a los clases de la Escuela que estaban en la misma situación que yo. No
hacíamos servicio, pero esa noche no salí a la calle y me quedé charlando con
otros clases. Con Huapaya no tenía amistad, era un sargento de mayor edad que
nosotros, hacía tres años que había estado de baja y se había reenganchado a
raíz de la revolución de Arequipa, era sanchecerrista acérrimo. Se había
filtrado la noticia, entre los clases, que el Gobierno iba a dictar un decreto
suprimiendo el ascenso por la “directa”[11] y se estaba preparando un
movimiento de clases a nivel nacional; el problema estaba en establecer la
conexión cuando menos con un regimiento de cada Región. Esa noche nos
habíamos reunido en el detall[12] de una de las compañías
para cambiar ideas mientras tomábamos unos vasos de cerveza ̶ que en esa época era permitida su venta en
la cantina del regimiento ̶ harían unas
dos horas que estábamos conversando, cuando el sargento de guardia, que había
entrado a tomar un trago, salió diciendo que iba a relevar a los centinelas de
los torreones. Pocos minutos después escuchamos dos disparos, salimos a ver qué
sucedía y bastó que algunos gritaran “¡revolución!” para que se iniciara el
motín.
Huapaya
pudo tomar Palacio, porque la guardia que estaba ese día era tropa del
regimiento de Santa Catalina y, cuando pasaron los tanques, hasta abrieron las
puertas; pero como no tenía ningún plan ni estaba dirigido por ningún partido
político, se regresó a acuartelarse.
Después
que la artillería hizo los disparos cundió el desconcierto, es por eso que cuando
“el Zorro” Jiménez pidió hablar con los sublevados, inmediatamente le abrieron
la puerta.
Entró
acompañado de dos oficiales y unos clases. Huapaya había desaparecido y tuvo
que presentarse el sargento más antiguo, cuando lo llamó el comandante Jiménez
a punta de carajos; no lo dejó ni cuadrarse y metiéndole dos sablazos le ordenó
que hiciese formar a la tropa. Así terminó el motín. El sargento Huapaya se
había escondido en la tubería del desagüe, donde fue encontrado por el sargento
primero Cacho, quien sacándolo a puntapiés lo llevó al calabozo; esto le valió
para su ascenso a subteniente».
CONTACTO CON HAYA DE LA
TORRE
Por
el mes de abril, sorpresivamente llegaron al regimiento los sargentos segundos
de Infantería Amadeo Varillas y Héctor Loayza, que los transferían del
Regimiento de Infantería N° 11 acantonado en Cajamarca al de Artillería N° 1.
Era un traslado que no se acostumbraba, los cambiaban de arma conservando su
grado. Tanto Chávez como yo conocíamos a Varillas desde la Escuela, y si bien
allá no estaba definido como la mayoría de nosotros, ya era simpatizante
aprista lo mismo que Loayza. Los habían delatado que estaban conspirando; en
realidad ̶ nos dijeron ̶ estábamos organizándonos. Su llegada nos
llenó de optimismo, ahora sí podíamos formar un buen equipo, a fin de tomar el
control del cuartel. Lo básico era la organización para poder actuar en el
momento dado, había que evitar que el Regimiento fuera el instrumento de
cualquier militar ambicioso que quisiese llegar al poder. Principiamos a
reunirnos en un café de la población que tenía comedores reservados y cuando no
era posible que todos pudiéramos salir lo hacíamos dentro del cuartel, después
del toque de silencio, en el cuarto del sargento primero Vivanco que era el más
alejado de la prevención; como pretexto llevábamos un casino.
Habíamos
llegado al convencimiento, por lo que habíamos leído y el fervor que había
despertado en el pueblo, que el único partido político organizado que ofrecía,
si llegaba al poder, un cambio radical y la implantación de la justicia social
en el país, era el APRA. El retorno de Sánchez Cerro al poder no ofrecía la
garantía de un cambio social, pues si bien contaba con gran cantidad del
pueblo, era apoyado por la plutocracia, la clase media alta y el hampa
mercenaria.
Para
cumplir con nuestros propósitos teníamos que ganarnos la simpatía y el cariño
de nuestros soldados, inquirir disimuladamente sobre la tendencia política de
cada uno de los clases. No podíamos olvidar que cuando se sublevó Sánchez
Cerro, más del noventa por ciento de los clases de la Escuela éramos sus
partidarios y posiblemente el mismo
porcentaje o más lo tuvo en las guarniciones de la selva, norte y sur del país.
Desde esa fecha sólo habían transcurrido 10 meses.
En
mayo de 1931 la Junta Transitoria de Gobierno había convocado a elecciones
generales para Presidente de la República y representantes al Congreso
Constituyente. Se presentaron cuatro candidatos; pero la lucha ̶ que sería una lucha a muerte ̶ estaba circunscrita a dos candidatos: Haya de
la Torre y Sánchez Cerro.
A
fines de junio llegó a nuestro cuartel una compañía de Infantería que venía de
Lima; la comandaba el capitán Canal Guerra, quien se jactaba de ser compadre de
Sánchez Cerro y tanto la oficialidad como la tropa, eran partidarios
incondicionales del «Mocho». Contaban con dos ametralladoras ZB 30. La versión
que se propagó en el cuartel era que venían a reforzar a las fuerzas del
Gobierno, porque el electorado de Trujillo era aprista en su totalidad y Haya
de la Torre iba a establecer aquí su centro de operaciones para dirigir su
campaña política. Otra versión, que era la más factible aseguraba que la
compañía del capitán Canal Guerra había sido enviada para controlar a nuestro
regimiento, cuya tropa por ser oriunda del departamento estaba señalada como
aprista y su comandante como simpatizante. Esto se confirmaba por la conducta
que observaban los clases y la tropa de Infantería, quienes a las horas de
descanso en el cuartel y cuando se encontraban en los días de salida en la
calle, evitaban juntarse con los artilleros. Saltaba a la vista que se lo habían
prohibido y que estaban cumpliendo una consigna.
En
julio, el sargento primero de mi batería Ernesto Vertiz Capelo, que no era de
nuestro grupo y del que no teníamos ningún antecedente, solicitó su baja y como
tenía tiempo cumplido y era reenganchado, no hubo objeción y se la dieron a los
pocos días.
Al
producirse la vacante y habiendo rendido examen en la Escuela con nota
aprobatoria, me correspondía ascender, pero la comandancia creyó conveniente
sacarlo a concurso, convocando examen para el mes de agosto.
El
26 de julio Haya de la Torre llegó a Trujillo su ciudad natal, a la que
denominó posteriormente «cuna y tumba del aprismo»; cuatro días después
continuó su campaña política dirigiéndose a Cajamarca y posteriormente a Lima.
Un
día, a comienzos de agosto, me hicieron llamar a la prevención, porque tenía
una visita; era el sargento Jovino Pita que estuvo detenido por haber estado
involucrado en el complot contra Leguía y que fue puesto en libertad cuando
triunfó la revolución de Arequipa. Me contó que Sánchez Cerro les había
ofrecido a todos los clases que estuvieron en prisión por este motivo,
incorporarlos a la Escuela de Oficiales de la Policía; que en los seis meses
que había estado en el poder no se pudo concretar el ofrecimiento y que ahora
que se había presentado como candidato a la presidencia, todos ellos y otros
clases que estaban de baja colaboraban en la campaña eleccionaria. Esto fue lo
que me expresó, agregando que había llegado de Lima en una misión especial. Me
preguntó qué otros clases de mi promoción procedentes de la Escuela habían en
el regimiento; cuando se los nombré solamente recordaba a Varillas. Quería
encontrarse con nosotros en otro lugar, por lo que convinimos vernos esa misma
noche en la Plaza de Armas.
Fui
con Chávez y Varillas al sitio convenido y nos dirigimos a conversar a un café.
Habíamos acordado entre los tres guardar el mayor sigilo, para que Pita no
sospechara que nosotros ya no éramos partidarios de Sánchez Cerro.
Con
esa confianza, Pita, sin ningún preámbulo trató el asunto. He venido, nos dijo,
con el mayor Abad que ha almorzado hoy día con los oficiales del regimiento de
ustedes, en una misión secreta. El comandante Sánchez Cerro será presidente de
todas maneras. En el caso de que Haya de la Torre ganara las elecciones y la
Junta reconociera su triunfo, habrá un levantamiento militar en toda la
República a favor del comandante Sánchez Cerro. Para coordinar esta acción es
para lo que hemos venido el mayor Abad y yo; él para hablar con los oficiales y
yo con los clases; mañana continuamos viaje a Lambayeque y al regreso pasaremos
por Cajamarca. Al sur, al oriente y al centro también han salido comisiones con
el mismo objeto. Los principales jefes del Ejército que tienen mando de tropa
apoyan a Sánchez Cerro.
Una
vez que terminó, nosotros con fingido entusiasmo le ofrecimos nuestra
cooperación. Nos dejó una clave de frases y palabras convencionales para
comunicarnos telegráficamente la fecha del levantamiento. Al despedirse nos
dijo «Sánchez Cerro será presidente a las buenas o a las malas».
El
ser poseedores de un secreto tan importante y estar comprometidos en el
complot, nos hizo comprender el valor que había alcanzado el grupo y el
servicio que podíamos hacerle a Haya de la Torre, si le poníamos en su
conocimiento lo que se tramaba. Por tanto era urgente que tomáramos contacto
con él; no sabíamos cómo lograrlo, ya que teníamos que obrar con mucha cautela.
Por los diarios sabíamos que no se encontraba en Trujillo.
Desde
la llegada de la compañía de Infantería, notamos en algunos oficiales de
Artillería un cambio de conducta con los clases; exigían más disciplina y no
toleraban ninguna muestra de confianza entre los clases y los soldados. Su
proceder era el reflejo de algún control que estaban ejerciendo sobre ellos.
El
capitán Canal Guerra, que no tenía que ver nada con la Artillería, siempre
pasaba por nuestras cuadras husmeando lo que hacían los soldados. Un día que me
encontraba solo trabajando en mi detall,
ingresó de improviso donde yo estaba. Me levanté, cuadrándome y saludándolo
militarmente.
̶ ¡Con que usted era aprista ̶ me increpó ̶ sepa que lo tengo controlado y que lo voy a
hacer colgar!
Noté
que en una de sus manos portaba u paquete de periódicos que regularmente me
enviaba mi familia y le contesté:
̶ ¿Por qué me dice usted eso, mi capitán? ¡Yo
no soy aprista!
̶ ¿Y estas tribunas
que le mandan? ̶ expresó entregándome el
paquete.
̶ Estos periódicos me los envía un primo,
posiblemente él sea aprista, pero yo no le he pedido que me mande ̶ le contesté.
̶ ¡Yo estoy seguro que usted es aprista y lo
tengo que joder! ̶ me dijo, saliendo de
la oficina.
Su
actitud me hizo poner en guardia y tomar una serie de precauciones dentro del
grupo conspirativo. Como primera medida, ninguna reunión realizaríamos dentro
del cuartel. Obviamente le comuniqué a mi familia que advirtiese a mi primo
para que no me remitiera La Tribuna,
porque me comprometía.
A
fines de agosto se realizó el examen para el ascenso. Nos presentamos cuatro
sargentos. Salí número uno, ahora no tenía sino que esperar su publicación en
la orden del Regimiento.
En
setiembre me destacaron para que fuera a prestar servicio durante el día a la
Circunscripción Territorial, que estaba ubicada a una cuadra de la plaza El
Recreo y de la que era jefe el comandante Mendoza de Infantería. Tenía que
efectuar labor de oficinista todos los días útiles, con un horario de trabajo
de 9 a 12 de la mañana y de 2 a 5 de la tarde. Esta repartición militar se
encargaba de la inscripción y entrega de las libretas militares a los
ciudadanos que estaban en edad de prestar servicio. En la oficina había tres
empleados civiles, un secretario y dos ayudantes; estos últimos trabajaban
conmigo y desde los primeros días nos hicimos amigos. Eran fanáticos apristas y
activistas.
El
1 de octubre salió en la orden del Regimiento mi ascenso a sargento primero.
Más que la satisfacción personal era la circunstancia de tener que integrar el
rol de los oficiales que entraban de guardia, puesto clave para la consecución
de nuestro objetivo.
El
domingo 11 de octubre se realizaron las elecciones generales. Nuestro
Regimiento y la Compañía de Infantería fueron las fuerzas encargadas de
resguardar el orden. La votación se realizó sin que hubiera ningún incidente,
todo transcurrió dentro de un marco de franca normalidad. Haya de la Torre votó
en Trujillo, donde había llegado tres días antes y era su lugar de residencia.
Buscar
una entrevista con Haya era mi problema, pues era de vital importancia que
conociera el complot contra él. No me atrevía a ser franco con el cojo Blest,
quien hasta ese momento era el único aprista que conocía en contacto con el
comité. El día que se publicaron los primero cómputos del departamento, que
favorecían abrumadoramente a Haya, fuimos con Chávez a un sitio de diversión
llamado «El Aguilucho». Estábamos en el bar tomando cerveza, cuando escuchamos
comentar que una de las personas que se encontraba en una mesa cercana a la
nuestra, en un grupo, era «Cucho» Haya de la Torre, hermano del Jefe del
Partido Aprista. Era la oportunidad que se nos presentaba para establecer el
nexo que estábamos buscando. En un ambiente de esa naturaleza nos fue fácil
entablar conversación y como estábamos uniformados, él también tenía interés en
iniciar amistad con nosotros. Al notar que lo mirábamos, levantó su copa
haciéndonos salud, gesto al que correspondimos. Y así, roto el hielo, después
de unos minutos se acercó a nuestra mesa y lo invitamos a que tomara asiento.
Se
inició la conversación recordando el fallido movimiento del sargento Huapaya y
al poco rato ya nos habíamos identificado como simpatizantes del partido. Le
informamos que estábamos organizados y que queríamos hablar urgentemente con su
hermano, porque teníamos algo muy importante que comunicarle, relacionado con las
recientes elecciones.
Como
era extremadamente peligroso que nos fueran a buscar el cuartel, el enlace
tenía que establecerse en la ciudad. Informándole a «Cucho» que yo trabajaba en
la Circunscripción Territorial quedó solucionado el problema. Acordamos con él,
que nos avisaría la fecha de la entrevista y que el enlace que me buscaría
sería un «compañero» ̶ nombre con el que
se identificaban los correligionarios del APRA ̶ apellidado Tejada. Terminamos despidiéndonos
como antiguos conocidos.
Al
día siguiente comunicamos a los otros tres componentes del grupo el primer paso
que se había dado; se acordó que el contacto inicial fuera establecido por
Chávez y el que relata, recomendándonos el máximo de precauciones.
Dos
días después, Blest me presentó en la oficina a un «compañero» llamado Alberto
Tejada Lapoint, el que me comunicó que lo esperase al día siguiente, a las 11
de la noche, en la puerta de un conocido cine de la ciudad y que fuera solo.
Acudí a la cita a la hora indicada ̶ en
esos años las calles de Trujillo a las 11 de la noche eran como las avenidas de
un cementerio ̶ ya estaba esperándome,
me dijo que el Jefe lo había nombrado como enlace para cualquier comunicación
conmigo. Me llevó a una casa, que posteriormente supe era el domicilio de Américo
Pérez Treviño, quien era candidato por La Libertad para ocupar una curul en el
Congreso.
Tomé
asiento y a los pocos minutos ingresó «Cucho» acompañado de dos personas; me
presentó al secretario departamental de disciplina del partido Carlos Lizarzaburu
y al compañero Guillermo Baldwin. Tejada se retiró dejándonos solos.
«Cucho»
excusó a su hermano porque había tenido un asunto muy urgente que atender y que
el compañero Lizarzaburu había venido en su lugar. Comprendí que era una
precaución muy lógica en la primera entrevista.
̶ Quería hablar con el señor Haya de la
Torre ̶ le dije a Lizarzaburu ̶ porque tenemos una organización que está en
condiciones de tomar el cuartel. Toda la tropa de la Artillería es aprista y
queremos ayudar al partido para que Haya de la Torre sea presidente. Además hay
una conspiración para llevar a Sánchez Cerro al poder si pierde las elecciones.
El
efecto de mis palabras fue contundente. Inmediatamente llamaron por teléfono
para averiguar si Haya ya había llegado. No estaba. Acordamos que al día
siguiente me avisarían con Tejada la hora y que llevara también al otro
sargento que estuvo conmigo en el bar.
Tejada
me citó en la Plaza de Armas a las 12 de la noche. Fui con el sargento primero
Chávez. Nos llevó a otra casa, que era el domicilio de Guillermo Baldwin,
dentista muy conocido en la ciudad a quien le decían el «gringo» Baldwin.
Nos
recibió el dueño de casa, Tejada se retiró. Al poco rato llegaron «Cucho»,
Lizarzaburu y Haya. Al Jefe del APRA solamente lo conocía por las fotografías
que habían publicado los periódicos y por los afiches de la propaganda
electoral. Nos causó magnífica impresión, muy cordial, estupendo conversador.
Desde que tomó asiento no dejó de hablar, relatando sus viajes en la campaña
electoral y la impresión que tuvo cuando regresó al Perú. Cortando su relato
nos preguntó:
̶ ¿Ustedes querían verme para comunicarme un
asunto importante?
̶ Así es señor Haya de la Torre ̶ intervine ̶
venimos a ofrecerle la organización que tenemos en el Regimiento. Todos
somos clases, no hay ningún oficial con nosotros…
̶ Entonces, ¿ustedes tienen organizada una
célula? ̶ nos interrumpió.
̶ ¿Célula? Bueno, nosotros no le damos esa
denominación porque entiendo que en una célula se reúnen todos los componentes
que van a actuar…
̶ Así es, compañero, en nuestro partido la
organización…
Chávez
le interrumpió diciéndole:
̶ Nosotros somos un grupo conspirativo
compuesto solamente de cinco clases: tres sargentos primeros y dos sargentos
segundos. Pero detrás nuestro está el 50% de los clases y el 90% de la tropa,
que nos seguirán conscientemente en las órdenes que nosotros les demos…
Intervine
expresándole:
̶ Estamos en condiciones de tomar el cuartel,
armar a elementos civiles y apoderarnos de la ciudad. Además, la policía no es
un obstáculo porque la mayoría de sus componentes son simpatizantes apristas.
Le digo esto, porque si usted triunfase en las elecciones ̶ ese día los escrutinios estaban
favoreciendo al APRA ̶ en varios
departamentos, los jefes de los regimientos están comprometidos para sublevarse
a favor de Sánchez Cerro.
̶ ¿Es cierto eso? ̶ exclamó Haya.
̶ Tan cierto que nosotros estamos
comprometidos ̶ le contesté.
Y
le relatamos con Chávez punto por punto, nuestra entrevista con el sargento
Jovino Pita[13].
Le contamos el convencimiento que se llevó el sargento Pita, para quien
continuábamos siendo partidarios de Sánchez Cerro, dejándonos las claves
telegráfica y telefónica para avisarnos el día de la sublevación.
̶ ¿Y ustedes desde cuándo son apristas? ̶ nos preguntó.
̶ Desde que se conoció el programa del
partido ̶ le dijo Chávez y yo le relaté
las conversaciones sostenidas con el periodista Lapoint durante mi viaje.
̶ Nosotros consideramos ̶ agregué ̶
que el APRA es el único partido que ofrece una transformación al país y
justicia social para todos los peruanos.
̶ ¡Compañeros, esto me alegra mucho! Tenemos
que hacer la revolución y para esto debemos trabajar juntos.
Luego
Haya de la Torre nos relató una serie de anécdotas de su viaje por Europa. Su
gran admiración por la Revolución Mexicana; era por eso que emulando a Pancho
Villa, el cuerpo de «compañeros» que cuidaba su seguridad personal lo había
denominado «los Dorados».
Como
eran las 3 de la madrugada, recordando que nosotros teníamos que levantarnos al
toque de diana, se puso de pie diciéndonos que nos iba a avisar la fecha de una
nueva reunión y nos pidió que llevásemos a los otros clases para conocerlos,
recomendándonos que tomásemos el máximo de precauciones. A Baldwin le dijo que
la reunión se realizaría nuevamente en su casa y se despidió saliendo con sus
acompañantes. Nos quedamos con el dueño de casa y pocos minutos después salimos
cautelosamente.
Al
día siguiente nos reunimos todo el grupo en la ciudad para informar de la
entrevista que habíamos tenido. Se acordó guardar el mayor secreto y tener el
máximo cuidado en todos los pasos que diéramos. Lo más conveniente era nombrar
a un representante del grupo que se encargaría de establecer el contacto
directo y permanente con Haya de la Torre. Yo designé a Chávez, pero todos
ellos votaron por mí.
Pocos
días después, Tejada fue comisionado para que fijara fecha y hora de la reunión
y según lo acordado fue en el mismo sitio que la anterior.
Haya
se presentó acompañado por Lizarzaburu y por el compañero Buenaventura Vargas
Machuca. Víctor Raúl nos lo presentó como el jefe de sus «Dorados». Además de
Chávez y el que relata, esta vez también acudieron los sargentos Amadeo
Varillas y Héctor Loayza. El sargento primero César Vivanco Moscoso se excusó,
era reacio a las reuniones. ̶ A mí, avísenme nada más el día ̶ era
su contestación[14].
Esta
vez Haya se mostró más persuasivo. Su meta era la captura del poder para la
implantación del Estado aprista. El APRA era una escuela, había que combatir la
ignorancia. Seamos propagandistas incansables de la cultura aprista; hay que
leer libros constructivos. Nos explicó lo que era el APRA, su formación; nos
contó de su viaje a Rusia, de la gran amistad que lo unía con Losovsky. El
APRA, nos dijo, es un puente hacia el socialismo.
Al
referirnos nosotros al vuelco que había dado el cómputo, pues estaba
favoreciendo a Sánchez Cerro, Haya alegó que todavía tenía esperanzas porque
faltaba escrutar departamentos donde el electorado aprista era mayoritario. Le
preguntamos si contaba con el apoyo de algunos jefes militares, a lo que nos
contestó que no tenía conexión con ningún jefe militar en servicio con fines
conspirativos. Que en Lima tenía algunos militares en retiro amigos del
partido, entre los que se encontraba el coronel César Enrique Pardo, que era un
hombre muy probo y de gran valor personal. Nos refirió una anécdota de cuando
él era oficial y se batió a sable con un camarada de armas en su dormitorio,
que previamente había cerrado con llave, sin padrinos, trasgrediendo el Código
de honor del marqués de Cabriñana. También era amigo de los coroneles García
Godos y Delgado. Nos dijo que él sabía que el comandante Silva Cáceda, jefe de
nuestro regimiento, así como algunos oficiales del mismo, eran simpatizantes
del APRA; que era lógico que ellos no hicieran manifestaciones ante la tropa de
sus opiniones políticas, porque consideraban a los soldados como autómatas, que
tenían que cumplir, sin dudas ni murmuraciones, las órdenes que les impartieran
sus superiores. Que había que intensificar la campaña aprista entre la tropa,
en forma disimulada. Esto se podía hacer por las noches, dejando en las cuadras
donde dormían volantes cuyo texto estaría redactado con palabras comunes,
comprensibles para los soldados.
De
la conversación surgió que el sargento Loayza sería el encargado de ingresar
dicha propaganda junto con el pan que se traía diariamente de la ciudad, a lomo
de mulo, a las cinco y media de la mañana.
También
nos pusimos de acuerdo sobre los enlaces que se podían utilizar en casos
urgentes. Uno de ellos sería el clase correspondencia, quien diariamente tenía
que ir a una hora fija a la circunscripción territorial, así como también una
frutera que tenía permiso para ingresar al cuartel a vender su mercadería; y
los compañeros Vidal y Blest que trabajaban en la circunscripción territorial.
Haya le encargó a Lizarzaburu que verificara y organizara las conexiones del
caso.
Víctor
Raúl era de opinión que en Trujillo no se iniciase ninguna acción sino que se
apoyara lo que ocurriese en Lima. Solamente en el caso de que se llevase a
efecto el plan fraguado que nos había comunicado el compañero Pita, tomaríamos
la iniciativa.
̶ Es necesario que estemos en contacto
permanente ̶ nos dijo ̶ por lo que uno de ustedes tiene que ir cuando
menos dos veces a la semana a entrevistarse conmigo en mi domicilio.
̶ Hemos designado al sargento primero Chanduví
para este contacto, señor Haya de la Torre
̶ le dijo el sargento primero Chávez.
Entonces
Haya me indicó:
̶ Usted tiene que venir a esta casa, donde lo
recogerá un automóvil y lo llevará. No será visto al ingresar, porque el auto
penetra al interior. Para mayor seguridad
̶ le dijo a Baldwin ̶ consíguele
un overall para que se ponga sobre el
uniforme. Es necesario que el sargento se entreviste con Barreto y se pongan de
acuerdo. Que se reúnan lo más pronto.
Luego
nos comentó que Barreto era un gran compañero que comandaba a la gente del
valle y los tenía organizados. Le decían «Búfalo» porque era muy fuerte e
impulsivo. Tenía gran ascendiente entre los trabajadores y lo seguían
ciegamente.
Se
despidió muy cordialmente diciéndonos:
̶ Ahora compañeros a trabajar con fe ̶ y dirigiéndose a mí añadió ̶ con usted ya nos veremos, el compañero
Baldwin se encargará de todo.
La
primera vez que fui al domicilio de Haya, la entrevista se realizó conforme a
lo convenido. Me comunicaron que fuera a la casa de Baldwin a las diez de la
noche. El gringo me había conseguido un overall
bastante holgado que podía ponérmelo sobre el uniforme. Como a las once le
avisaron que el automóvil había llegado. Estábamos en un segundo piso, bajamos,
yo con overall y sin quepi. Baldwin
se acercó al chofer que no había descendido del auto y habló quedamente con él.
Me abrió la portezuela posterior y subí. El chofer era un hombre bajo, de tipo
costeño. En el trayecto, no dijo ni una sílaba.
Rápidamente
llegamos a la casa, en la calle Ayacucho. Era una mansión antigua con un gran
portón de madera. El chofer tocó el claxon
tres veces. Se abrió una mirilla por la que atisbó una persona.
Inmediatamente abrieron todo el portón y el auto ingresó a su interior. Era un
amplio zaguán. Mi visita pasaba completamente inadvertida.
Al
zaguán desembocaban las puertas de varias habitaciones. Por una de ellas, que
se encontraba abierta, vi que en su interior se encontraba Haya. Uno de los
compañeros que me había recibido me hizo pasar a dicha habitación, que era un
escritorio. Haya estaba sentado en una silla conversando con otra persona a la
que reconocí como el jefe de su «guardia dorada», a quien ya me había
presentado cuando nos entrevistamos en la casa de Baldwin.
Me
saludó efusivamente, lo mismo que Vargas Machuca, jefe de los «dorados»,
encargado de la guardia personal de Haya, motivo por el cual había abandonado
la atención del taller de mecánica y electricidad que tenía en la ciudad.
Me
hicieron conocer los dormitorios que usaban los «dorados», uno en la planta
baja y otro en un altillo donde pernoctaban unas treinta personas que se
turnaban en la guardia de noche. Subimos después al techo de la casa, donde
había otros compañeros haciendo su guardia nocturna, correspondiente al segundo
cuarto. A la mayoría se le notaba que tenía en la boca su bola de coca.
Estuvimos un momento conversando con ellos, lo que aproveché para darles
algunas indicaciones elementales respecto al servicio.
Bajamos
y estuvimos charlando largo sobre la organización. Vargas Machuca se había
retirado para atender asuntos de su servicio. Acordamos que yo lo visitaría dos
veces por semana, yendo en la misma forma que lo había hecho esa noche. Me dijo
que el chofer era un compañero de entera confianza. Le comuniqué que Baldwin ya
había concertado al entrevista que debía tener con Barreto al otro día.
Salí
de la casa de la misma forma en la que ingresé, el automóvil no se había movido
del zaguán. Dos días después conocí a «Búfalo» Barreto. La entrevista se
realizó en la casa de Baldwin; fui acompañado del sargento primero José Chávez.
Desde el primer momento, Barreto daba la sensación de ser un hombre decidido,
fuerte, vigoroso, denotaba gran suficiencia.
Nos
dijo que tenía organizada la gente del valle, que contaba con unos 300 hombres
decididos a morir, que había conversado con Víctor Raúl sobre la acción que
debía hacerse en Trujillo, que la policía estaba infiltrada en un 80%, que en
la Guardia Civil había dos o tres clases comprometidos pero que era una tropa
de escasos efectivos. Luego agregó que por el cómputo de las elecciones se veía
el fraude que estaban cometiendo contra Víctor Raúl. Cuando le informamos sobre
el complot de los militares, que se había fraguado con anterioridad a las
elecciones, se puso de pie y exclamó:
̶ Entonces, compañeros, no tenemos por qué
esperar. ¿Qué les ha dicho el Jefe? ̶
preguntó.
̶ Que nos pusiéramos de acuerdo con usted para
la toma del cuartel. Nosotros les vamos a facilitar la entrada a los civiles,
uno de los nuestros estará de guardia ese día y todos los centinelas estarán
comprometidos ̶ respondimos.
̶ Con la organización que ustedes tienen, nos
van a facilitar el ingreso posiblemente sin disparar un tiro y con el armamento
que le van a dar a mi gente, el triunfo está descontado y la ciudad será
nuestra. ¡Necesito un plano del cuartel!
̶ se expresó Barreto entusiastamente.
̶ Lo traeremos en la próxima reunión ̶ le dijimos. Acordamos la hora y el día y
quedó convenido que en el caso que yo fuera detenido, el sargento primero
Chávez se haría cargo de la organización.
Dos
días después fui a la casa de Haya y le informé sobre la primera entrevista que
habíamos tenido con «Búfalo» y la magnífica impresión que nos había causado. Me
llamó la atención que no preguntara por los pormenores y detalles de la
operación ya que como jefe de la revolución, era lo primero que debía
interesarle.
La
segunda vez que nos reunimos con Barreto, le llevamos un plano completo del
cuartel, en el que se indicaba el lugar de las cuadras que ocupaban las tropas
de Artillería e Infantería, el almacén donde se guardaba el armamento y hasta
los dormitorios que ocupaban los jefes y oficiales con el nombre de sus
ocupantes. Estudiamos con él los puntos de más fácil acceso en el caso que el
centinela de la puerta del fondo ̶ por
algún motivo imprevisto ̶ no fuera de
los nuestros.
Este
plan estaba condicionado a que la Artillería estuviese de guardia y que a
Chávez o a mí nos tocase servicio de oficial de guardia. Si estas dos
condiciones no se cumplían tenía que haber una variación fundamental: nosotros
tendríamos que actuar previamente, capturando al oficial de guardia.
«Búfalo»
nos dijo que había hablado con Haya, después de nuestra entrevista. Que él era
de opinión ̶ y en eso Haya estaba de
acuerdo ̶ que si después de haber
triunfado y tomado la ciudad, el movimiento no fuese secundado en otros
departamentos y quedásemos aislados, la ciudad no sería defendida; nos
internaríamos en la sierra, con Haya a la cabeza y organizaríamos guerrillas.
Nos incautaríamos de todo el dinero que se pudiese y en nuestra retirada
volaríamos algunos puentes.
̶ Tenemos un plan casi perfecto ̶ nos dijo «Búfalo» ̶ pero no veo espíritu de decisión en el Jefe.
No quiere tomar la iniciativa sino apoyar los levantamientos que según él se
están gestando en Chiclayo y Dinamarca.
Acordamos
estar en permanente contacto a través del gringo Baldwin y nos citamos para la
siguiente semana.
Días
después me enteré por el diario La
Industria que Barreto había abaleado a José Félix Ríos, militante aprista,
conocido con el alias de «Niño Lindo». El atentado se había realizado en la esquina
de la calle donde vivía Haya. Esa noche que fui a la casa de Víctor Raúl, me
enteré de los antecedentes del caso. Me contaron que hacía tiempo que la mujer
de «Búfalo» lo había abandonado para convivir con «Niño Lindo». En esa época la
nueva pareja residía en Chiclayo. Barreto se la tenía jurada al ofensor. Como
Ríos era un activista de confianza, había sido enviado con una comunicación
para Víctor Raúl de parte de Luis Heysen, el líder lambayecano, quien estaba
conspirando con militares ̶ según le
hacía creer a Haya ̶ para realizar un
movimiento revolucionario en esa zona.
Barreto
supo que Ríos había llegado a Trujillo y tenía conocimiento del día que debía
ir a la casa de Haya para recabar la contestación que llevaría a Heysen. Esperó
a Ríos en la calle y cuando salió, lo alcanzó en la esquina, le increpó su
conducta y sacando su revólver le hizo varios disparos. Una bala le impactó en
el pecho y cayó. «Búfalo», al creerlo muerto fugó, pero Ríos solamente estaba
herido y pudo levantarse. Al ruido de los disparos salieron del domicilio de
Haya varios miembros de su guardia, quienes ayudaron a Ríos y se lo llevaron,
introduciéndolo en la casa.
«Búfalo»
tuvo que esconderse pero manteniendo contacto con el partido. Ese hecho no
trajo ninguna consecuencia dentro de nuestros planes[15].
Para
la última semana de octubre el escrutinio favorecía a Sánchez Cerro por más de
veinte mil votos a nivel nacional.
COMPLOT DE MARINEROS DEL
«GRAU» Y CLASES DEL REGIMIENTO DE
ARTILLERIA Nº 1
Por
esos días llegó el crucero Almirante Grau
a Salaverry. En la noche que fui a la casa de Haya, me contó que el día
anterior lo habían visitado los componentes de una célula aprista de marineros
y maestros del Grau, que era gente muy decidida y estaban dispuestos a sublevarse.
̶ Los marineros tenían tanto deseo de
verme ̶ me dijo ̶ que algunos han venido en pleno día, sin
ningún temor de que los vean. A otros sí los han traído de madrugada. Sería
conveniente que ustedes establezcan contacto con ellos. Van a estar varios días
en Salaverry.
Llamó
a Marcos Berger, que era uno de sus secretarios que permanentemente se
encontraba en la casa y que se había hecho muy amigo mío, para que le
comunicase al compañero Baldwin que me concertara en su domicilio una entrevista
con los marineros.
Dos
días más tarde, el sargento Chávez y el autor nos reunimos después de media
noche con cuatro de ellos: un maestro[16], un oficial de mar, un cabo y un marinero. Por lo
que nos manifestaban, toda la tripulación era aprista, estaban dispuestos a
todo, podían sublevarse y hacerse a la mar, sin necesitar de ningún oficial. Pensé
que habían leído la sublevación del acorazado Potemkin y querían emularlo. Les hicimos ver que una acción de
protesta de esa naturaleza era muy romántica, pero no iba a impedir que Sánchez
Cerro fuera presidente. Al tener conocimiento que nosotros también podíamos
tomar nuestro cuartel, armar a civiles y apoderarnos de la ciudad, era obvio
que surgiera la unión de nuestras
fuerzas.
Después
de estar más de dos horas cambiando ideas, los marineros plantearon la
realización de una acción conjunta. El plan acordado fue que ellos tomarían el Grau y Haya de la Torre subiría a bordo,
donde la tripulación lo reconocería como Presidente, disparando una salva de 21
cañonazos. Al escuchar los disparos, nosotros deberíamos apoderarnos del
cuartel y armar al elemento civil.
Les
expresamos que Haya era reacio a iniciar
una acción en Trujillo, pero les ofrecimos que íbamos a proponérselo, esperando
que quizás cambie de opinión.
Al
día siguiente fui a la casa de Haya en el mismo automóvil que me recogía,
después de las once de la noche. Encontré que estaba charlando en la sala con
varias personas, eran delegados y secretarios generales provinciales. Esa noche
conocí a Manuel Arévalo, estaba como postulante a diputado y era casi segura su
elección.
Después
que se fueron pasé a otra habitación a conversar con Haya, quien estaba
acompañado de Carlos Lizarzaburu, secretario de disciplina. De inmediato me
preguntó Víctor Raúl cómo nos había ido en nuestra reunión.
̶ Hemos estado con cuatro de los marinos que
vinieron a saludarlo ̶ le contesté ̶ y
por lo que decían, deben ser los que más ascendiente tienen en la tripulación.
Según ellos, pueden tomar el Grau y
no necesitan de ningún oficial para pilotear el buque.
̶ Creo q no debemos perder esta
oportunidad ̶ proseguí ̶ ya que contamos con esta ayuda valiosísima es
la mejor ocasión para sublevarnos y tomar la ciudad. A ellos les es más fácil
apoderarse del Grau que a nosotros del
cuartel, según nos han expresado. Esta ayuda inesperada no podemos perderla,
debemos actuar de inmediato, porque dentro de seis u ocho días, el Grau seguirá viaje al Callao.
Contra
su costumbre Haya me había escuchado en silencio. Me respondió:
̶ Lo que usted me dice ya lo he pensado y
meditado largamente, pero no me decido a que nosotros tomemos la iniciativa.
Hay otras cosas que tengo conocimiento que se están gestando en varios
departamentos. Hay compañeros que están trabajando muy bien.
̶ Esta oportunidad ̶ insistí ̶
no debemos desperdiciarla. Hoy día está de guardia la Artillería, le
vuelve a tocar turno pasado mañana y el servicio de oficial de guardia le
corresponde al sargento primero Chávez, a quien usted conoce. No comprendo por
qué usted tiene miedo en iniciar la sublevación.
̶ ¡Yo no tengo miedo, sargento! ̶ exclamó, haciendo un ademán con el brazo ̶ ¿Dónde quiere usted que vaya?
̶ Vea usted
̶ respondí ̶ nunca se nos
presentará una oportunidad tan favorable como ésta. La marinería está dispuesta
a llevarlo a bordo del Grau.
Previamente tomarán el control del buque y cuando usted se halle a bordo
dispararán una salva de 21 cañonazos, reconociéndolo como Presidente. Las
salvas del Grau será el aviso para
que nosotros nos apoderemos del cuartel con la ayuda de la gente de «Búfalo».
Se
quedó pensando un momento y poniéndose de pie, me señaló con la mano
diciéndome:
̶ ¡De acuerdo, compañero! ̶ luego dirigiéndose a Lizarzaburu le dijo:
̶ Coordine el plan que se ha trazado y que
Baldwin se comunique de inmediato con Barreto, él sabe dónde está escondido. Un
jefe que no sabe dominar sus pasiones ¡Abalear a Ríos en estos momentos, en que
necesitamos estar con la cabeza fría!
̶ Vamos, compañero, a despertar al gringo ̶ me dijo Lizarzaburu. Me despedí de Haya.
̶ Mañana ultimaremos los detalles ̶ me dijo palmeándome la espalda.
Nos
subimos al carro que siempre me esperaba. El chofer ̶ al que ya conocía ̶ se llamaba Artemio Carranza[17], estaba durmiendo sentado
al timón. Al despertarse y escuchar nuestras entusiastas voces, le preguntó a
Lizarzaburu:
̶ ¿Qué pasa, compañero? ¿Llegó la hora?
Lizarzaburu
le palmeó el hombro diciéndole:
̶ Parece que está cercana, Carrancita. Mañana,
en las primeras horas del día lleva a cuatro compañeros de entera
confianza ̶ le mencionó algunos nombres
̶ a la casa del compañero Baldwin, pero
primero vas con ellos al grifo, para que revisen el aceite y llenen el tanque.
Llegamos
a la casa y despertamos a Baldwin. Lizarzaburu lo puso al corriente de lo
acordado y le comunicó la orden que Haya le enviaba.
Con
el sargento primero Chávez decidimos que Haya debía ir a bordo de dos a tres de
la madrugada, lapso en que la tropa está sumida en el sueño más profundo. Había
que nombrar 18 hombres de confianza para la guardia y para el servicio del
tercer cuarto; los cuatro centinelas y el cabo de guardia tenían que ser
compañeros.
A
la noche siguiente fui más temprano que de costumbre. Cuando llegué a la casa,
Haya se encontraba con sus padres y sus hermanos Cucho y Zoila que vivían con
él. Todos me conocían y me trataban con afecto. También convivía con ellos,
ayudando a Zoila, Marcela Pinillos, conocida dama de la sociedad trujillana y
fanática aprista.
Estábamos
en el comedor donde me habían hecho pasar para invitarme un café, escuchando a
Víctor Raúl que contaba sobre la época que estuvo en Alemania, mientras que
esperábamos a Lizarzaburu.
Cuando
éste se presentó pasamos con Haya a conversar al escritorio. Le dio cuenta a
Víctor Raúl de todas las disposiciones que se había tomado. «Búfalo» estaría
con 200 hombres, esperando en una chacra de mampuesto. Tenía tres casas de
compañeros ubicadas en los costados de la parte posterior del cuartel, para
ubicar a los enlaces. Era necesario que nosotros los sargentos conociésemos a los
dueños, quienes nos estarían esperando después de mediodía. Me dio las
direcciones y los nombres.
Haya
debía estar en Salaverry después de las doce de la noche para que tomase
contacto con los marinos antes que estos se apoderasen del Grau. Baldwin ya había coordinado con el maestro de primera el
lugar donde tenían que recogerlos para llevarlos a bordo.
Intervine
para decirle, que Haya debía subir a bordo después de la una, explicándole los
motivos que teníamos para fijar esa hora. Llamaron a Vargas Machuca el jefe de
los «dorados», para que designara a seis hombres que sirvieran de enlace.
̶ ¿Y cuál es el plan de ustedes, compañero,
mientras yo estoy a bordo del Grau? ̶ dijo Haya de la Torre.
̶ Este plan
̶ le respondí ̶ ya lo hemos
estudiado con Barreto las dos veces que hemos estado reunidos. Hoy día Baldwin
me va a llevar al sitio donde Barreto está escondido, o lo veré en su casa. Ya
sabe, desde temprano, que debe tener la gente lista para mañana, pero necesito
recalcarle ciertos detalles. El plan es así: «Búfalo» con unos 200 hombres o
más, estará concentrado en las chacras que colindan con la puerta de fondo del
cuartel. Como él también tiene que escuchar los cañonazos del Grau, no avanzará hasta que el centinela
de la puerta de fondo no le haga tres señales con una linterna. La cuadra donde
duerme la tropa de Artillería será tomada fácilmente, ya que el imaginaria[18] es nuestro; el mismo
centinela los guiará, aunque Barreto ya tiene un plano bien detallado; aquí se
proveerán de algunas armas, de los soldados que no quisieran plegarse y en el
almacén, que lo tendremos abierto, encontrarán armas y municiones. El otro grupo
que tiene que ingresar por el campo de tenis será guiado por Varillas. Los
cuartos de los oficiales serán copados de inmediato, especialmente capturaremos
al capitán Canal Guerra. La única resistencia que podemos encontrar, si es que
nos falla el factor sorpresa, es tomar la cuadra de la Infantería; previamente,
ya le habremos quitado los percutores a sus ametralladoras, que las tienen
guardadas en otro sitio. Si ofrecen resistencia nosotros los doblamos en
número. Una vez dueños del cuartel, quedará gente de «Búfalo» cuidando a los
prisioneros e iremos a tomar la ciudad. Lo primero que ocuparemos será la
guardia de seguridad, donde no habrá resistencia, pues tenemos sargentos amigos
y la mayoría de la tropa es aprista. Simultáneamente, otro destacamento irá a
tomar el cuartel de la Guardia Civil y la Prefectura. Posteriormente ocuparemos
otras dependencias públicas y bancos. ¿Quién será el enlace entre nosotros? ̶ le pregunté.
̶ El compañero Berger ̶ Haya agregó ̶ ¡Es muy buen compañero!
Dentro
de los planes generales de la operación, esperábamos que al conocerse en la
República que Haya se había proclamado Presidente en el Grau y que Trujillo estaba en el poder de los revolucionarios, se
produciría otras sublevaciones en el resto del país en apoyo nuestro,
especialmente en Lima, donde, según había manifestado Haya, unos militares
amigos, contrarios a Sánchez Cerro estaban conspirando y él tenía contacto
interdiario con uno de ellos.
En
el caso que nos quedásemos aislados y fuésemos atrapados por las tropas del
Gobierno, no defenderíamos la ciudad; nos internaríamos en la sierra donde
iniciaríamos una guerra de guerrillas. A Víctor Raúl le encantaba este plan, ya
se veía como Pancho Villa con sus «dorados» en las serranías.
Después
de ultimar otros detalles de menor importancia, Haya nos dijo:
̶ ¡Bien, compañeros! La almohada es la mejor
consejera, retirémonos temprano.
Al
despedirme me abrazó expresando:
̶ Hay que conservar la cabeza fría, compañero.
Salí
hacia la casa de Baldwin. Tenía que verme con Barreto, ya estaba esperándome.
Se había dejado crecer la barba, me recibió muy contento. Estuvimos conversando
como una hora, repasando el plan y ultimando algunos detalles, luego nos
despedimos deseándonos suerte.
Al
llegar al cuartel, antes de acostarme, desperté a Chávez y lo puse al tanto de
todo. Acordamos no informar nada a los centinelas hasta el momento que se
hicieran cargo de sus puestos. Me fui a dormir, estaba un poco nervioso. Tuve
un sueño intranquilo, no era para menos, tenía 20 años e iba a encabezar una
revolución. Por fin escuché el toque de diana, se iniciaba la rutina
cuartelaría de un nuevo día.
A
las 12, mientras la tropa tomaba su rancho, salimos con Chávez por la puerta
del fondo y nos dirigimos a las «bases». Encontramos a los dueños de casa con
el enlace que les habían designado, a estos los conocíamos, se apellidaban
Llerena e Icochea, cada uno contaba con movilidad. Regresamos al cuartel
comentando si la marinería cumpliría con tomar el Grau.
A
las 5 de la tarde se relevó la guardia, como oficial estaba el sargento primero
Chávez y de sargento de guardia estaba Varillas. Sólo tenían conocimiento de lo
que iba a suceder, además de Chávez y yo, los sargentos Varillas, Loayza y el
sargento primero Vivanco.
A
Vivanco le encomendamos que estuviera al tanto de todos los movimientos de la
tropa de Infantería a partir de las 6 de la tarde. Como era clase de
veterinaria, los de Infantería no tendrían recelo de conversar y juntarse con
él. Loayza tenía que salir cada dos horas a visitar las «bases» por si había
alguna novedad.
Chávez
con su guardia actuaría en la entrada dl cuartel, donde no había puerta de
ingreso, era jardines y solamente había una garita con el centinela. Mi campo
de operaciones era la parte posterior del cuartel donde estaban las cuadras de
la tropa y la puerta de fondo por donde entraría «Búfalo» Barreto.
Antes
de la una de la mañana fuimos con Chávez a la habitación donde la compañía de
Infantería guardaba sus ametralladoras. Les sacamos los percutores llevándonos
también los de repuesto. Se efectuó el relevo de los centinelas y en la puerta
de fondo Varillas puso un soldado de entera confianza y aprista.
La
hora cero había comenzado, en ese momento veíamos nosotros la acción dominada.
Todo estaba dispuesto, los civiles en espera de nuestra señal, la tropa y la
oficialidad durmiendo menos once complotados y dos imaginarias. La nerviosidad
de todo el día se había esfumado, nos parecía estar en maniobras.
Calculábamos
que Haya debía estar a bordo entre la una y una y media. Cuando se escucharon
las campanas del reloj de la Catedral dando las dos de la mañana tuvimos el
presentimiento que ya nada sucedería.
Loayza
salió a inquirir a la «base». Le advertí que si no había ninguna noticia le
comunicaran a «Búfalo» que esperase hasta las cuatro. Después de media hora
regresó. Haya no había enviado ninguna comunicación[19].
En
nuestro entusiasmo habíamos dado el hecho por seguro y su realización
cronométrica. Al dar las campanas las tres hubo que relevar a los centinelas.
Pasó el tiempo, los civiles ya se habían
dispersado, tuvimos que colocar los percutores a las ametralladoras y dejar
todo en su sitio. ¿Qué habría pasado? Desilusionados no fuimos a descansar.
Esperé
con ansia a que terminara el día para salir franco. Cuando llegué a la casa
encontré a Haya malhumorado.
̶ ¿Qué pasó? Hemos estado esperando toda la
noche ̶ le pregunté.
̶ Yo también, compañero. Esperé más de una
hora, los marineros no concurrieron a la cita. La mayoría de ellos se había
embriagado, tomaron licor para darse valor. La fe es lo que da valor a un
revolucionario. Hombres sin fe no sirven para nada.
Para
mí, Haya estaba exento de toda duda. Los marineros tenían previamente que
sublevarse y tomar el barco. ¿Quién desistió? No puede saberlo. Con los
marineros ya no me entrevisté y días después zarpó el Grau.
Por
precaución dejé unos días de ir a la casa de Haya. Cuando lo hice m encontré
con una gran novedad. Buenaventura Vargas Machuca, el jefe de los «dorados»,
había pasado a segundo plano. Al mando de la guardia personal de Haya estaba un
pintoresco personaje que decía ser coronel nicaragüense y se hacía llamar
Atahualpa Montezuma.
¿Quién
era él? Hacía como dos meses que había aparecido en Trujillo, vistiendo
uniforme kaki, pantalón y chaqueta de
corte militar con correaje y completaba su atavío con un sombrero de estilo cowboy. Era alto, blanco, de cuerpo
atlético, como de unos treinta años de edad. Usaba patillas y una perita que le
daba su rostro una fisonomía parecida a la de Búfalo Bill.
Ya
los periódicos se habían ocupado de él, habían recibido su visita, solicitando
al pueblo de Trujillo apoyo económico para la causa sandinista. Por peroración,
transpiraba antiimperialismo por todos sus poros. También había hecho noticia a
haber tenido un altercado en un bar con un periodista. Se produjo un conato de
pugilato y, sacando su revólver, se refugió detrás del mostrador gritando
«¡Apristas a mí!».
Días
después se le veía por las calles acompañado por un sujeto que vestía uniforme
similar al suyo, al que llamaba su secretario y le había dado el grado de
alférez. La curiosidad que despertaba el coronel y su ayudante, era que sus
transeúntes reconocían en el alférez al popular «Roberto», una muchacha
marimacho que vestía con ropas masculinas y era empleada en un café en la calle
Unión. Además era muy conocida entre la gente noctámbula y jaranista de la
ciudad, porque cantaba y tocaba la guitarra.
Fue
para mí una gran sorpresa encontrar al «coronel», de la noche a la mañana, como
jefe de los «dorados» de Haya de la Torre. A los componentes del grupo que eran
como cuarenta[20],
no les había llamado la atención su incorporación, al contrario, se sentían
honrados con su designación, los había militarizado y la casa parecía un
cuartel. Su secretario «Roberto» había sido degradado y había vuelto a su
antiguo trabajo. Sólo a un pequeño grupo de ellos, que tenía fama de guapo,
entre los que se encontraban Vargas Machuca y Cochea, Astudillo, Quiroz,
Llerena, el «tuerto» Pajares, «Bujía», el «chino» Tang y otros que no recuerdo,
la designación de Atahualpa Montezuma fue como la clavada de una espina que se
queda en la piel y siempre fastidia.
Ese
mismo día me lo presentó Haya. Estuvo solamente unos minutos con nosotros y se
retiró, pretextando que iba a pasar revista a su guardia.
Conversando
con Haya al día siguiente le expresé que para mí el «coronel» era un aventurero
y un farsante.
̶ Se está burlando de nosotros ̶ le dije ̶
desde el momento en que se hace llamar con el nombre de un inca y de un
rey azteca. Esa extravagancia es sacarle la pólvora a un cartucho y tomársela
en el desayuno no es más que una fanfarronada, para despertar la admiración de
los compañeros.
Haya
me respondió que había charlado largo rato con él y que estaba convencido que
había peleado a las órdenes de Sandino y que tenía papeles que confirmaban sus
actividades revolucionarias con el grado de coronel.
̶ No sea usted tan desconfiado, compañero ̶ agregó ̶
para la revolución tenemos que aceptar a todo aquel que quiera
colaborar, siempre que nos sea de alguna utilidad.
Me
sonreí y le dije que ojalá nos sirva de alguna ayuda[21].
Después
del fracaso con la marinería del Grau,
pasados unos días, Haya me confió que interdiario tenían comunicación
telegráfica con Lima; que se había coordinado de tal forma que tanto en Lima
como en Trujillo entraban de servicio nocturno gente del partido. Insistía en
su idea, que Trujillo debía apoyar la revolución y no iniciarla.
Para
que pudiera ingresar a su casa en cualquier momento, sin necesidad de hacerlo
de noche dentro de un automóvil, ordenó a un compañero sastre que me
confeccionara ropa de civil. En cinco días me la entregaron.
Me
cambiaba de ropa en el cuarto que tenían los compañeros Blest y Vidal en el
centro de la ciudad. Un día le pedí a Haya que me consiguiera un revólver, de
inmediato me trajeron uno de su guardia personal.
Ahora,
como ya iba por algunos minutos, todos los días que estaba franco, tenía
mayores oportunidades para charlar con Haya, a quien siempre le gustaba hacerlo
pasada la medianoche. Contaba una serie de anécdotas de su estadía en el
extranjero. Se sentía un predestinado. Contaba que durante la campaña
electoral, dos veces le habían saboteado el avión. En Europa, dos o tres veces
había salvado de perecer en accidentes ferroviarios o aéreos por
presentimientos que había tenido en último momento.
Un
día que estábamos solos y no había más oyentes, me contó de la época en que
estuvo en Alemania, de la organización fantástica del Partido Nazi, del
fanatismo que despertaba su líder, del chasco que se llevó en su visita a un
cabaret en el que había hermosas mujeres, pero que después de estar un tiempo
en él, se vino a dar cuenta que todos eran homosexuales, con vestidos
femeninos. Me contó que tenía un hijo en Alemania. Esa noche me obsequió su
fotografía con una dedicatoria y otra en la que estaba con sus padres y sus
hermanos Cucho y Zoila.
Como
ya no iba a la casa de Baldwin, uno de los primeros días de noviembre me mandó
llamar, citándome para las diez de la noche del día siguiente. Acudí y me
encontré con «Búfalo».
̶ Tengo que estar escondido, compañero ̶ me expresó ̶ pero quería hablar con usted. Me ha mandado a
decir el Jefe que se ha establecido coordinación con Lima y que las cosas
marchan muy bien. Me dice que esté tranquilo, que ya me avisarán en el momento
oportuno y que no salga de la casa donde estoy escondido. Pero quería hablar
con usted, ¿qué hay?
̶ Vea, compañero, lo mismo que le han mandado
decir a usted es lo que yo sé. Lo cierto es que Víctor Raúl no quiere que
nosotros nos sublevemos primero, lo que quiere es secundar.
̶ ¿Secundar? Lo que pasa es que tiene temor de
encabezar la revolución. Yo no creo en el cuento de que los marineros se
emborracharon. Nunca va a tener la oportunidad de tomar Trujillo como ahora. Si
esto demora ustedes van a ser delatados y ya será imposible tomar el cuartel
sin una ayuda interior. Con las manos solamente no vamos a hacerlo.
̶ Estamos de acuerdo, compañero ̶ asentí.
̶ Sánchez Cerro ganará las elecciones ̶ continuó ̶
ya lo estamos viendo y al día siguiente que tome el poder se va a
desatar una persecución que arrasará con todos los cuadros del partido. Por eso
tenemos que sublevarnos antes, compañero. Si el Jefe no quiere, tendremos que
hacerlo nosotros. Va a ser muy difícil que nos veamos, voy a cambiar de
escondite. Si hay algo importante que desee comunicarme, hágalo por intermedio
de Vargas Machuca.
̶ Así lo haré, compañero ̶ y como yo tenía que salir primero, me
despedí.
Transcurría
noviembre. Iba casi diariamente a la casa de Haya, excepto los días que estaba
de servicio, a inquirir sobre la marcha de la conspiración.
El
26 de noviembre el Jurado Nacional de Elecciones promulgó el triunfo de Sánchez
Cerro, cuyo cómputo aventajó al de Haya de la Torre por más de 46 mil votos.
Los
sanchecerristas convocaron en Trujillo a una reducida manifestación para
celebrar el triunfo. «De los 4,600 electores que se habían inscrito en el
registro electoral de Trujillo, 4,300 habían votado por el APRA»[22].
Ese
día me encontraba en la casa de Haya, serían las siete de la noche, muchas
personas entraban y salían cuando llegó de la calle un compañero para avisar
que se rumoreaba entre los manifestantes sanchecerristas que iban a atacar la
casa. Le comunicaron de inmediato al «coronel» Atahualpa Montezuma, quien salió
del salón donde se encontraba para ordenar a los «dorados» que subieran al
techo de la parte frontal del edificio, mandando a su vez a la calle a dos
compañeros para que se estacionara uno en cada esquina. El «coronel» estaba
nervioso, decía que no contaba más que con revólveres, dos carabinas y muy poca
munición. Subía y bajaba continuamente. Uno de los vigías llegó para avisar que
la manifestación ya se estaba acercando. Subió al techo el «coronel», ya se
escuchaba a lo lejos el griterío de los manifestantes. A los pocos minutos bajó
completamente nervioso, se quedó parado un instante, los gritos se sentían más
fuertes, luego se dirigió al callejón que comunicaba con la cocina. Al ver que
no regresaba fui a buscarlo. No estaba en la cocina, pregunté por él y me
dijeron que había pasado al corral. Entré, encontrándolo que estaba subiendo
por una escalera que había apoyado en la pared que daba a la casa contigua.
̶ ¿A dónde va, coronel? Por allí no va a
entrar ̶ le grité.
Al
oírme volteó la cabeza y me reconoció.
̶ Iba a inspeccionar, para que no nos fueran a
atacar por la espalda ̶ me contestó
bajándose de la escalera.
̶ Vamos al techo que da a la calle ̶ le dije.
Salí
y él me siguió. Cuando llegamos al patio lo miré, el hombre estaba demudado y
temblaba, pero los gritos ya estaban muy lejos. Los manifestantes habían pasado
por la esquina y continuaban su recorrido. El «coronel» se sentó en una silla,
o mejor dicho se desplomó.
Horas
después, cuando ya todo se había tranquilizado, le conté a Haya el episodio
protagonizado por el jefe de su guardia.
̶ Quizás sea cierto que él iba a
inspeccionar ̶ comentó.
̶ No puede ser, se estaba fugando. No hay que
confiar en él, le pido por favor que el día del movimiento, no tenga ninguna
intervención en el plan. Estoy seguro que no ha sido militar ni guerrillero.
̶ No hay cuidado, compañero. La misión de él es
cuidar la casa y a toda la familia; mi hombre de confianza es el compañero
Vargas Machuca.
En
la segunda quincena de noviembre, las noticias que publicaban los diarios de
Trujillo, reflejaban el clima de beligerancia que existía en las calles de
Lima, entre apristas y sanchecerristas.
El
27 de noviembre, el Jurado Electoral ya había terminado su labor. Sánchez Cerro
debía asumir el mando de la Nación el 8 de diciembre. Hechos saltantes de la
votación aprista fueron: la de Huamachuco, donde habían inscritos 1,200
electores y Sánchez Cerro sólo obtuvo 3 votos; en Lima, el representante a la
Constituyente por el APRA, que alcanzó la mayor votación entre todos sus
compañeros elegidos, fue don Manuel Pérez León[23], quien superó al número
dos del APRA, el «Cachorro» Manuel Seoane, Pérez León obtuvo 27,123 votos
mientras que 26,174 tuvo Seoane.
La
víspera de la publicación del triunfo de Sánchez Cerro, La Tribuna en grandes caracteres, informaba que se había realizado
un atentado contra el «Cachorro» Manuel Seoane. Cuando salía de la imprenta le
habían disparado desde un automóvil, hiriéndolo en una pierna[24].
Esa
misma noche, se realizó una actuación en el local del partido, en la que hizo
uso de la palabra el compañero Gustavo Neuhaus, quien postulaba a la
Constituyente. Su oratoria enardeció a los concurrentes. Al terminar la
actuación, salió una manifestación directamente a atacar el local
sanchecerrista que estaba ubicado en el Jirón de la Unión, en la calle
Mercaderes, vengando con creces el atentado contra Seoane, pues causaron a las
huestes de Sánchez Cerro, tres muertos y varios heridos. Tuvo que salir el Regimiento
Nº 7 de Infantería a restablecer el orden.
EL FRACASO
REVOLUCIONARIO DEL 5 DE DICIEMBRE DE 1931
El
29 de noviembre Haya de la Torre me informó que el movimiento revolucionario
estallaría en Lima el 5 de diciembre, porque esa madrugada había tenido
comunicación con el jefe del movimiento. En el norte secundarían, además de
Trujillo, Chiclayo y Cajamarca. Trujillo no se sublevaría hasta que Lima no le
comunicase el éxito de la acción.
Por
intermedio de Baldwin, me entrevisté nuevamente con «Búfalo» Barreto, para
coordinar la toma del cuartel y la estrategia para apoderarnos de la población.
Esta vez ya no esperaríamos las salvas del Grau,
la orden debía ser impartida por el mismo Haya de la Torre. El plan era casi
idéntico que la vez anterior, pero tenía una variante; si bien esa madrugada
también estaba de guardia la Artillería, teníamos que capturar y anular al
oficial de guardia, antes de facilitar el ingreso de los civiles. Barreto tenía
que estar concentrado con su gente desde las doce de la noche. Haya nos
transmitiría la orden, por intermedio de Lizarzaburu o Tejada. El día designado
a partir de las doce de la noche, Chávez, Varillas y Loayza se turnarían en la
base cerca del cuartel, en espera de la orden.
Minutos
después de las doce, «Búfalo» nos mandó a avisar que estaba listo con su gente
en las chacras de manpuesto. A diferencia de la vez anterior, teníamos que
apoderarnos de las ametralladoras de la Infantería, que iban a ser manejadas
por los sargentos Varillas y Loayza.
La
tensión de esa noche fue tremenda, estábamos como caballos de carrera en la
línea de partida y no se daba la largada. A medida que pasaba el tiempo las
probabilidades iban disminuyendo. Cuando escuchamos las tres de la mañana y no
llegaba el enlace de Haya, perdimos toda esperanza. Ya me imaginaba cómo estaba
«Búfalo». Segunda vez y nada…
A
las cuatro me avisaron que los civiles se retiraban. Otra vez a dejar las cosas
en orden y retirarnos a dormir. Haya no había enviado ninguna información.
En
la mañana, después que la tropa desfiló al campo, le avisé a Chávez que iba a
salir para inquirir noticias sobre los acontecimientos. Pedí permiso al oficial
de servicio para ir al hospital que quedaba en la ciudad.
Me
encaminé al cuarto del cojo Blest para cambiarme de ropa. Por primera vez iba
de día a la casa de Haya, exponiéndome a que algún militar me reconociera y me
viera entrar. Pero era necesario saber a qué atenernos. Cuando entré, Haya
estaba solo, al verlo le dije:
̶ Otra vez nos hemos quedado esperando, ¿qué es
lo que ha pasado? ¿Qué noticias ha tenido de Lima?
̶ Ninguna. Debe haber sido un completo fracaso.
Hemos averiguado en el telégrafo y todo está normal. La señal entre los
complotados para iniciar el movimiento, era un apagón total, pero este tampoco
se produjo.
̶ Ya la gente va a perder la confianza en
nosotros ̶ le expresé ̶ la próxima vez no van a acudir.
̶ Pero todo no está perdido, compañero ̶ me dijo Haya apesadumbrado ̶ Heysen me ha comunicado que tiene
comprometida a la policía de Chiclayo y a la guarnición militar acantonada en
Lambayeque.
Eran
como las doce del día y estábamos los dos solos conversando en la sala, cuando
irrumpió uno de los «dorados» para decirle, todo agitado, que había llegado el
coronel García Godos y quería hablar con él.
̶ ¿Dónde está?
̶ preguntó Haya.
̶ Aquí, en el patio, Jefe ̶ le contestó.
Nos
miramos sorprendidos.
̶ Pase a mi cuarto, compañero ̶ me dijo.
Su
dormitorio quedaba en la misma sala. Era un ambiente separado solamente por una
gruesa cortina. Pasé a su interior y corrí la cortina. Luego Haya le dijo al
compañero que estaba esperando:
̶ Hazlo pasar inmediatamente.
Todo
había sucedido en segundos. Sentí el ruido que hacía una puerta al abrirse e
ingresó una persona, a quien Haya le dijo:
̶ ¿Cómo está usted, coronel? ¿A qué hora ha
llegado?
̶ Bien, don Víctor, acabo de llegar. Del campo
de aviación he ido al hotel e inmediatamente he venido a hablar con usted.
̶ ¿Qué ha pasado? He estado toda la noche
esperando noticias de la sublevación ̶
dijo Haya.
̶ Los jefes que se habían comprometido, a
última hora se han volteado ̶ le
respondió el coronel ̶ ¡Son unos
miserables! He viajado con el coronel Pardo y con el coronel Bustamante; ellos
han seguido viaje a Chiclayo, donde Heysen asegura tener la guarnición
comprometida. Yo me he quedado para hablar con usted, conocer la situación y
ver con qué fuerzas cuenta. Mañana tengo que continuar viaje de inmediato a
Chiclayo.
̶ Nosotros estamos en condiciones de
sublevarnos en cualquier momento ̶ le
contestó Haya.
̶ Eso es lo que yo le decía al coronel Pardo,
que el comandante Silva Cáceda nos iba a apoyar, que era de los nuestros ̶ comentó García Godos.
̶ No, coronel
̶ dijo Haya ̶ son los clases del
Regimiento que están con nosotros; tenemos una magnífica célula en el
Regimiento de Artillería, ningún oficial está comprometido. Casualmente, en
este momento, se encuentra aquí, en casa, el sargento primero que es el jefe de
la organización. ¿No quisiera usted hablar con él?
Si
el coronel hubiera asentido, habría pasado al interior de la casa, por una
puerta que daba al comedor, para que no se percatara que había estado
escuchando.
—No,
don Víctor ―exclamó el coronel— yo no puedo hablar de estas cosas con un
sargento, sería quebrantar la disciplina militar, y no es conveniente que los
clases se subleven; tienen que tomar presos a sus superiores, y quién sabe los
excesos que puedan cometer contra ello. Yo sigo mañana viaje a Chiclayo, -
siguió hablando el coronel – tengo la seguridad que si lograse hablar con él
comandante Silva personalmente, no se negaría a colaborar con nosotros. ¿No
podría usted hacerle llegar una tarjeta mía, citándolo al hotel en que me encuentro?
―Sí,
coronel — respondió Haya ― es posible hacerlo de inmediato.
—Entonces
no hay tiempo que perder — replicó García Godos.
Pasados
unos minutos, oí que el coronel decía:
-
Aquí la tiene. Yo no me voy a mover del hotel. Después que hable con Silva volveré
a verlo, se despidió.
Mientras
escuchaba que los pasos se alejaban, salí del dormitorio.
-
¿Ha escuchado todo? – me dijo Haya - ¿Se le puede mandar esta tarjeta al
comandante Silva?
-
Puede hacerlo con un soldado de la Circunscripción – le dije – pero podrían
averiguar que yo se la he dado, mejor sería que la remitiese con un compañero
de la guardia. Que vaya en carro. A esta hora el Comandante debe estar en el
comedor de oficiales, si no está, que se la deje al oficial de guardia, y le
diga que es urgente. Si algo le preguntan que conteste que es empleado del
hotel.
Así
se hizo.
Salí
a almorzar a la ciudad para regresar nuevamente a la casa de Haya, a fin de
saber l resultado de la entrevista. Haciendo tiempo fui, después de almorzar,
al hospital para que me hicieran un análisis y tener el comprobante de haber
concurrido. Después volví a cambiarme el uniforme y me dirigí a casa de Víctor
Raúl. El coronel no había regresado. Esperé, no tenía objeto que regresara a
esa hora al cuartel, porque ya era tarde; el coronel no llegaba, me fui al
cine. Cuando salí, otra vez volví a la casa, no se tenía noticia del coronel
García Godos, pero sí del levantamiento de Cajamarca, que había sido debelado.
Salí
para regresar al cuartel, llegué a las once de la noche. Al verme, el centinela
llamó al cabo de guardia, éste me dijo que tenía la consigna de avisarme,
cuando llegara que me presentase al oficial de guardia.
Me
dirigí a la prevención y me presenté. Estaba de servicio el teniente Padilla,
de Artillería con tropa de Infantería.
-
¿A qué hora ha salido usted? –me preguntó.
-
A las nueve de la mañana, mi teniente, para ir al hospital - le respondí.
-
¿Y por qué no regresó?
-
Porque tuve que hacer un asunto particular y se me hizo tarde – le conteste.
-
¿Es usted aprista? – inquirió.
-
No, mi teniente. ¿Por qué?
-
Hay orden del comandante, para depositarlo en el calabozo en cuanto llegue –me
dijo. Luego llamó al sargento de guardia, ordenándole que me encerrase.
Me
hacía mil conjeturas en mi encierro, no cabía duda que había sido delatado. No
hice ninguna pregunta al sargento de guardia, tenía que esperar hasta el día
siguiente a las cinco de la tarde, que entraba de guardia la Artillería.
Al
realizarse el relevo, llegó el sargento de guardia al calabozo y me refirió lo
sucedido: en al tarde, momentos antes del toque de rancho, el comandante Silva
había hecho llamar a todos los sargentos primeros y minutos después ordenaron
que la tropa de Artillería formase con sus armas para realizar revista. Una vez
que la pasaron, los hicieron desfilar al almacén para que internaran sus
carabinas con al munición, las que deberían internarlas nuevamente, cuando
terminasen su servicio. No podía tomar ninguna iniciativa; para no descubrir a
los demás complotados; tenía que esperar que alguno de ellos se comunicara
conmigo. Según lo convenido Chávez eera el que me reemplazaba.
Recapacitando,
llegué a la conclusión que mi detención se originaba a raíz de la entrevista
que había tenido el comandante Silva con el coronel García Godos.
Hacía
dos días que estaba detenido y el comandante Silva no me hacía llevar a su
presencia. El sargento de guardia me informó que ene l parte de la prevención,
figuraba como depositado hasta nueva orden de superioridad.
El
7 de diciembre los periódicos d Trujillo daban cuenta que el día anterior en
Paiján, al guardia civil había disuelto una manifestación aprista, resultando
varios muertos y heridos. La G.C. de Casa Grande, al mando del teniente Alberto
Villanueva, había realizado una masacre en al plaza del distrito de Paiján,
matando a diez personas e hiriendo a ocho. Cinco de los muertos eran
sexagenarios y los otros, mayores de cincuenta, que no pudieron correr ante la
balacera que hacía la guardia civil, para disolver la manifestación.
Había
comenzado una de las etapas más violentas de la historia del Perú, que duraría
16 meses.
El
8 de diciembre tomó el mando de la Nación el comandante Sánchez Cerro en Lima,
mientras que en Trujillo Víctor Raúl Haya de la Torre, ante una asamblea de sus
partidarios pronunciaba uno de sus discursos más elogiados por los
historiadores apristas: «Compañeros, este no es un día triste para nosotros…»
Al
día siguiente entró a verme al calabozo el capitán de Infantería Canal guerra,
se le veía contento, seguramente porque su compadre ya estaba en el poder. Me
increpó, diciéndome:
―No
me equivocaba, usted era aprista. Lo han visto ingresar al local del partido,
ahora ya se jodió usted, de aquí va a parar al «Frontón».
—No
sé de qué pueden acusarme — le respondí ―yo nunca he ido al local de los
apristas.
―Ya
verá de qué lo van a acusar ―me dijo y se fue.
En
realidad, yo nunca había ingresado al local del partido, a pesar que tenía una
credencial que me había dado Haya y que decía «El compañero portador de la
presente, puede entrar a mi domicilio y a cualquier local del partido». Si esa
era la acusación me tenía sin cuidado, tendrían que ponerme en libertad.
El
9 de diciembre hubo otro hecho grave en Chocope, un destacamento de la Guardia
Civil de la hacienda casa Grande, al mando del capitán Ezequiel Muñoz y el
teniente Alberto Villanueva, incursionaron en ese distrito para clausurar el
local del partido aprista, ingresaron violentamente haciendo disparos al aire.
El local estaba lleno de gente que se encontraba sesionando; lo despejaron a
golpes y los hombres y mujeres que resistieron fueron detenidos.
Alfredo
rebaza Acosta relata: [25]
«Algunos
de los presentes fueron torturados, con el fin, según se afirma, de arrancarles
declaraciones sobre el sitio donde se ocultaban las bombas de mano que habían
fabricado. Las mujeres fueron sacadas a culatazos y empellones y conducidas al
puesto de Guardia Civil. Aquella noche fueron violadas en el campo, por jefes y
soldados las siguientes mujeres: Dolores Orbegozo, Saragoza Vargas, Concepción
Vergara y Filomena Sánchez».
Hace
cinco días que estaba detenido, entró de servicio de guardia la Artillería; en
la noche después de las once en convivencia con el sargento y el cabo de
guardia, «tiré contra»[26]. Grande fue al sorpresa
de Haya cuando me vio, ya tenía conocimiento de mi detención.
―
¿Cómo ha podido salir usted? ¿Se ha escapado? ―me preguntó.
―
Tengo que volver antes de las cinco ―le contesté. Le conté la forma como había
salido y podía salir en el futuro. Le relaté todo lo que había acontecido ene l
cuartel, en al tarde del día 5 y lo que me sucedió cuando regresé.
―
El comandante Silva es un traidor ―me dijo al terminar mi relato.
―
El coronel García Godos ha pasado nuevamente de regreso a Lima. En Chiclayo y
Piura, todo fracasó. El comandante Eulogio del Castillo no respondió a su
compromiso. Cuando supo que usted estaba detenido, me expresó que Silva lo
había engañado. No vino a comunicarme el resultado de la entrevista, porque el
comandante Silva ofreció apoyarlos y era peligroso que lo vieran venir a casa.
―
¿Pero qué fue lo que le dijo al comandante? ¿Por qué él de inmediato ordenó
desarmar la Artillería y me encerraran en el calabozo apenas llegué? ―le
pregunté a Haya.
―
El coronel me contó que la entrevista llegó al comandante Silva, acompañado de
un capitán apellidado Raguz. Que al comienzo, cuando el pidió su cooperación
explicándole el plan que teníamos en el norte, se mostró evasivo a tomar una
determinación, arguyendo que tenía primero que consultar a sus oficiales, que
en el cuartel había una compañía de Infantería, cuyo jefe y su tropa eran
adictos a Sánchez Cerro. Además, el dijo que ya no era los tiempos con
instrucción, procedentes de la Escuela Militar –expresó Haya.
―
Fue entonces que el coronel García Godos ―continuó Haya― con el afán que se
decidiera el comandante Silva, le espetó que por su tropa no se preocupara,
pues sus clases estaban comprometidos conmigo, y que casualmente, cuando él
estuvo aquí, yo el dije que se hallaba en la casa de un sargento primero que
había venido a averiguar sobre el golpe que debió producirse anoche.
Según
el coronel, el comandante Silva le expresó, que si era cierto lo que le decía,
el problema estaba resuelto, que se fuera tranquilo a Chiclayo ya que el
movimiento tenía que estallar antes del 8 y que llevara la seguridad que los
apoyaría.
―
Es por eso que ordené ―continuó― que pintaron en las paredes «¡Silva traidor!»[27]. Ahora estamos a cero,
compañero, no podemos hacer nada, estamos desarmados. Fracasó en Lima y en
Chiclayo igual. El coronel Pardo está perseguido, García Godos y Bustamante ya
están en Lima de regreso. En el sur absolutamente nada. Sólo en Cajamarca el
compañero Nazario Chávez con un grupo tomó la Prefectura, pero los militares
del Regimiento Nº 11 de Infantería, que estaban comprometidos, los dejaron
solos. También ha habido algunos intentos contra las Comisarías de Huacho y
Chosica en Lima[28].
―
Ahora, compañero, va a ser más difícil que nos veamos, tenemos un índice en
Paiján y Chocope, el partido va a ser despiadadamente perseguido ―dijo Haya.
―
Yo vendré ― le interrumpí― cuando menos una vez por semana, mi batería entra
dos veces de guardia, igual la de Chávez…
―
No se exponga usted, compañero, con una vez a la semana basta. Si hay algo
importante el avisaré por intermedio del «panadero» ―refiriéndose al sargento
Loayza― y ya váyase usted que es tarde, piense ¿qué podemos hacer? Recuerde que
la almohada es muy buena consejera.
Dejé
de ir una semana, durante ese lapso hable dos veces con el oficial de guardia,
solicitando una audiencia al comandante. Mi pedido fue infructuoso. La segunda
vez el oficial de guardia era el teniente Ramírez, simpatizante aprista,
amigable con las clases. Me dijo que sabía que el comandante Silva había
enviado un memorándum al jefe de la segunda región coronel Eloy G. Ureta, pero
que ignoraba cuál era la acusación.
EL ÚLTIMO INTENTO EN
TRUJILLO
La
segunda vez que «tiré contra» y me presenté donde Haya, lo encontré rodeado de
varios compañeros, me recibió con gran alegría. Sus contertulios estaban
sorprendidos al verme. En el grupo estaban Cucho, Lizarzaburu, Baldwin, Marcos
Berger, Vargas Machuca y un nuevo compañero a quien no conocía.
Haya
me lo presentó: el compañero doctor Federico Chávez[29], este me estrechó la mano
diciéndome:
―
Usted es el preso que se escapa cuando quiere.
―
No, cuando puedo, compañero ―le respondí.
Esa
noche estuvo Haya contando una serie de anécdotas. Poco a poco se fue
disgregando el grupo y quedamos Haya, el doctor Chávez y yo.
Les
conté cuál era mi situación y mi incertidumbre de lo que pensaban hacer
conmigo.
―
Dígame, compañero, ¿hay alguna posibilidad de poner un narcótico en la comida
de la tropa? ―me preguntó Haya.
La
pregunta me tomó por sorpresa, pero me sonreí, porque comprendí de lo que se
trataba y la originalidad de la táctica ara llevar a cabo la revolución.
―
Creo que se podría. Voy a estudiar el asunto, estoy pensando que yo lo podría
hacer ―le contesté.
―
¿Usted? ―me preguntó ansioso Haya.
―
Sí, compañero. Yo salgo del calabozo todas las tardes acompañado por un soldado
de la guardia, para ir a la enfermería del cuartel, pero más que todo e sun
pretexto para estirar las piernas, después de una hora regreso a mi encierro―le
contesté con el apelativo usual entre apristas.
―
¿Y podría usted echar el narcótico? ―insistió Haya en su pregunta.
―
Eso es lo que tengo que estudiar. Pero tiene que ser un narcótico potente, para
que no sea mucha cantidad y pueda llevarlo escondido. Además, tiene que ser
inodoro e insípido, y no debe dar ningún color a los alimentos―le respondí.
―
Claro, claro, hay que tener en cuenta todos esos requisitos ―intervino el
doctor Chávez.
Luego
me preguntó sobre el efectivo de la tropa, qué alimentos le daban diariamente,
y cuáles eran los de mayor consumo. Después que le indiqué el menú diario,
llegó a la conclusión que lo más efectivo sería echar en la sopa de fideos que
nos daban todas las tardes.
―
Entonces, Federico, ponte a tiempo completo a trabajar en este asunto. Haz
todos los experimentos posibles y no te olvides que estamos corriendo contra el
reloj. Ya la represión se ha iniciado, lo de Paiján y Chocope está dando un
índice de lo cruenta que va a ser la persecución contra el partido ―le dijo
Haya.
Desde
el día siguiente a la conversación que sostuvimos, comencé a realizar el mismo
recorrido que me permitiera echar el narcótico a la paila. Salía del calabozo
con capote, acompañado con un soldado de la guardia a las tres de la tarde,
para ir a la enfermería a tomar unos remedios, luego pasaba a la cocina que
estaba situada al frente. Ingresaba a visitar al cocinero que era mi paisano y
me estimaba mucho. Siempre lo encontraba solo, porque a sus ayudantes, a esa
hora, les tocaba instrucción civil, hasta las cuatro. Tres días repetí la misma
operación sin perder ningún detalle. Ubiqué la paila que contenía la sopa, que
siempre ocupaba la misma hornilla.
Salí
al cuarto día, como otras veces, a la casa de Víctor Raúl y me encontré con la
noticia que el narcótico ya estaba listo. Haya mandó despertar al doctor Chávez
que estaba en su domicilio, para que viniera. Llegó portando un frasco de más
de un litro, estaba muy contento, había hecho una serie de experimentos,
encontrando una combinación perfecta. La cantidad que me daba estaba calculada
con una gamela que usaba la tropa y el número de efectivos.
Esa
noche se acordó que el plan se llevaría a efecto tres días después, fecha que
entraba de oficial de día el sargento primero Chávez y para que «Búfalo»
tuviera tiempo de preparar a su gente.
El
toque de rancho era a las cinco de la tarde, antes de esa hora ya todo tenía
que estar listo: Chávez tenía que mandar a avisar con los enlaces, después que
yo echase el narcótico en la paila y nuevamente, cuando este principiase a
producir sus efectos en la tropa.
Esa
madrugada regresé a mi calabozo portando el frasco con el narcótico. Pasé todo
el día pensando en cómo se desarrollarían los acontecimientos. Era un caso
único, no hubiese tenido duda en el resultado, si fueran unas cuantas personas
las que debían dormirse, ¿pero un regimiento y una compañía a la vez? Esa era
la gran pregunta. Y tenían que dormir todos, porque hubiera sido peligroso el
prevenir a algunos, a pesar que eran apristas.
A
lo mejor, este episodio novelesco tenía mejor resultado que los dos anteriores.
Era la tercera vez en menos de tres meses.
No
hubo ninguna novedad en la mañana del día señalado, Chávez tenía que esperarme
en la enfermería. Salí como de costumbre a la misma hora; debajo del capote
ocultaba el frasco con el narcótico. Ya estaba Chávez, me informó que el enlace
que teníamos era Marcela Pinillos. Estuve poco tiempo y me dirigí como todos
los días a la cocina. Machuca, el cocinero, estaba solo y le pedí que me
preparase un churrasco y mientras lo comía, le ordené que fuera a comprarme
cigarrillos a la cantina. Apenas salió, levanté la tapa de la paila y vacié el
contenido del frasco. A los pocos minutos regresó, yo continuaba comiendo.
Terminé y salí. Cerca de la cantina, via a Chávez esperando y le hice una señal
de convenida para que mandara a avisar.
Regresé
al calabozo, todavía no eran las cuatro de la tarde, había que esperar una
hora. Me senté en mi tarima a reflexionar, el primer paso estaba dado, me
preguntaba ¿por qué habrían designado a Marcela Pinillos? Ella, más que
aprista, era una enamorada platónica de Víctor Raúl. Recordaba un día que
estaba con Haya conversando en la sala y Marcela entró a su dormitorio, a
medida que pasaba el tiempo y ella no sabía, Haya se iba poniendo nervioso. No
pudo contenerse y cortando el hilo de su conversación me dijo molesto: «¡Qué
tanto tiene que hacer esa mujer en mi cuarto!». Me llamó la atención que le
fastidiase el que una hermosa muchacha le estuviese arreglando el dormitorio,
al ver que lo miraba sorprendido, se calmó y siguió conversando.
Ahora
había vuelto a recordar ese detalle, era misógino posiblemente, pero me había
contado que tenía un hijo y mis recuerdos fueron bruscamente interrumpidos por
el toque de la corneta. El tiempo había pasado sin darme cuenta, recién me puse
en tensión, metí el revólver en el bolsillo de mi capote y me paré junto a la
puerta a esperar.
Pasaban
lentamente los minutos, de pronto sentí que abrían la puerta del calabozo y
escuché la voz de Chávez que le ordenaba al sargento de guardia que abriera mi
aposento y saliera. Al ver la cara de Chávez comprendí que todo había fracasado
y que algo grave ocurría.
―
Vamos. El capitán Canal guerra quiere verte. En el trayecto me informó que la
sopa había resultado muy amarga y que nadie la tomaba, que un sargento de
Infantería había ido a reportarse con su oficial y éste fue donde el capitán
Canal Guerra. Que habían llegado todos los oficiales y estaban alrededor de la
paila, que Canal Guerra decía que allí estaba la mano de los apristas y que le
ordenó que me sacase del calabozo y me llevase a su presencia ―me dijo.
Al
llegar junto al grupo de los oficiales, me cuadré y saludé. En el trayecto me
había serenado completamente.
―
Acérquese primero ―me dijo Canal Guerra tomando el cucharón lo llenó de sopa y
me lo alcanzó.
―
¡Tome la sopa! ―continuó.
Yo
vacilé, al mirar el contenido, la sopa no era de fideos, sino de verduras,
entonces Canal Guerra me repitió: «¡Tome usted!». Cogí el cucharón y bebí
cuatro tragos. Era de un sabor completamente amargo, casi devuelvo, pero
felizmente resistí y le dije: «está un poco amarga». Vi en su mirada, llena de
odio, la decepción que sentía, posiblemente creía que la sopa tenía veneno y yo
no la iba a tomar.
―
Regréselo al calabozo ―le dijo a Chávez y dirigiéndose a los oficiales, les
pidió que lo acompañaran donde el comandante Silva.
En
el trayecto de regreso al calabozo, conminé a Chávez para que ordenara botar la
sopa a la acequia.
―
Seguramente van a mandar sacar un poco para hacerla examinar ―le dije.
―
Lo primero que tengo que hacer es avisar que todo a fracasado. De mí no tienen
ninguna sospecha, pero si la hago botar inmediatamente me estoy vendiendo, mas
bien voy a apurar a la gente, para que termine de pasar rancho, así se llevarán
pronto las pailas y puedo ordenar que boten la sopa ―me contestó un poco
nervioso.
Tenía
razón. Cuando entré nuevamente al calabozo, me sentí abatido, ya no había
ninguna probabilidad de otro intento. ¿Por qué Haya vino a decidirse por lo más
problemático y no lo hizo el día 5? ¿Quién iba a pensar que prepararían caldo
de verduras en la mañana y en la tarde, si nunca lo hacían?
Supe
después, que mandaron sacar una muestra de la sopa, pero demasiado tarde, ya
había sido arrojada a la acequia. Como no le habían dado una orden en especial
a Chávez, no sospecharon de él.
Me
avisaron que ya no «tirara contra», porque los oficiales de guardia tenían
consigna especial de cuidarme y comprometía a los sargentos de guardia. Ahora
no tenía más que esperar lo que decidiesen hacer conmigo. Pruebas en contra no
tenían ninguna, pero aún sin eso, podían enviarme al «Frontón». Si me ponían en
libertad, en los primeros días de marzo se cumplía mi contrato y sería dado de
baja, no me iban a aceptar que me reenganchara. Creí que ya se cumplía una
etapa de mi vida. Desde que fui detenido, tres veces se había presentado el capitán
Canal Guerra a provocarme, yo me hacía el tonto y la víctima de una injusticia.
Un día tuvieron que llevarme al hospital de la ciudad con fuerte cólico, a los
dos días estuve de regreso.
La
víspera de navidad, en la tarde, dieron orden de inamovilidad, era raro, porque
era una fecha en que la tropa tenía salida y había suspensión de castigos. A
las ocho de la noche se supo que la compañía de Infantería se estaba alistando
para ir a la ciudad, llevando ametralladoras y munición completa. Se decía que
Haya de la Torre iba a ir al local del partido, que quedaba en la calle
Independencia, a recibir la navidad y tomar chocolate. El sargento Loayza salió
por la puerta de fondo y con el compañero vivía a espaldas del cuartel, mandó a
avisarle que las tropas se preparaban para ir a atacar el local. Haya no
concurrió, mandó un mensaje con Lizarzaburu, en el que les enviaba su saludo en
esa noche de pascua, rogándole a los compañeros que después de terminada la
reunión, se retiraran ordenadamente.
Lo
sucedido aquella noche lo relata Rebaza Acosta:[30]
«A
las 11 de la noche se presentó el Teniente (GC) Alberto Villanueva ordenando la
cesación de los cantos y su evacuación inmediata.
Ante
las protestas de los apristas, Villanueva ordenó a sus soldados que los
desalojaran a balazos. Dentro del local fueron muertos Alberto Llerena y Félix
Rebolledo. Una doméstica que prestaba sus servicios en una casa situada en los
altos del local, fue alcanzada por una bala que le quitó al vida. Domingo
Navarrete fue herido falleciendo días después; otros heridos fueron: las
hermanas maría y Mercedes Alva, Juan Goicochea, Julio Ojeda, Luis Diez Blanco y
Ramuldo Silva. Fueron detenidos 90 hombres y 17 mujeres.
Las
Universidades populares González Prada también quedaron clausurados».
Días
después supe que había llegado a Trujillo el líder aprista Manuel Seoane,
enviado por la Célula parlamentaria del PAP para que tomara conocimiento en el
mismo lugar del desarrollo de los hechos, a fin de informar y pedir sanción
para los culpables en la Asamblea Constituyente.
En
los primeros días de enero, Haya salió ocultamente de Trujillo y apareció
sorpresivamente en Lima[31].
Nuevamente
hablé con el oficial de guardia, reiterándole la audiencia para entrevistarme
con el comandante Silva, pero no me fue concedida. Nunca pude hablar con él
desde que fui encerrado en el calabozo. El oficial de guardia me contestó,
respecto a mi solicitud, que había sido elevado mi caso a la Jefatura de la
Primera Región, con sede en Lambayeque.
Era
mediados de enero, cuando una mañana el sargento de guardia me sacó del
calabozo, por orden del capitán de mi batería para que alistara mis cosas,
porque me iban a dar de baja. Efectivamente era verdad, hablé con el capitán
Baltuano, quien me expresó que me habían dado de baja por tiempo cumplido y que
al día siguiente me embarcaría en el Urubamba,
como detenido hasta llegar al Callao, donde quedaría en libertad.
La
orden había sido dada por el jefe de la Primera Región, comandante Eloy G.
Ureta. Era muy amigo de mi padre. Me salvó de conocer «El Frontón» en ese año y
al ordenar que me dieran de baja por tiempo cumplido, no constaba ningún
antecedente en mi libreta de licenciamiento. La suerte me acompañó esta vez.
Al
día siguiente me sacaron a la hora de diana, para que me preparase a partir.
Acompañado por el teniente Quezada llegué a Salaverry, embarcándome en el Urubamba. Me entregó al capitán del
barco que se apellidaba Steer[32]. Le dio mi documentación
y mi libreta de servicio militar, recomendándole que no podía desembarcar en
ningún puerto intermedio, que mi condición era la de detenido, hasta llegar al
Callao, donde me serían entregados mis papeles y podía desembarcar libremente.
El
gringo me preguntó, cuando se fue el oficial, por qué tenían tanto miedo que
desembarcara.
Al
contestarle que me acusaban de aprista, se rió y me dijo que durante la
travesía estaba en completa libertad.
Llegué
al Callao un día sábado, el capitán Steer me entregó mis papeles y desembarqué.
Mi familia vivía en Lima, fue una gran sorpresa para todos mi llegada y saber
que me habían dado de baja. Por supuesto que no les conté nada a mis padres del
verdadero motivo.
Al
día siguiente que era domingo, salí a pasearme por el centro, encaminé mis
pasos hacia la Plaza San Martín y tuve la grata sorpresa de encontrar en los
portales a Manuel Arévalo, tomando helados.
Se
alegró bastante de encontrar a un conocido que llegaba de Trujillo. Le conté
toda mi odisea desde la última vez que nos vimos en la casa de Haya, después
del fracaso del narcótico. Ese día le presté el revólver que me habían dado,
porque al día siguiente, él viajaba a Lima.
Me
dio la dirección donde se encontraba Haya y me recomendó que fuera a verlo lo
más pronto. Nos despedimos. Fue la última vez que lo vi.
Ese
mismo día a las seis de la tarde me dirigí a la dirección que me había indicado
Arévalo. Era un edificio ubicado en la Colmena, en al esquina de la última
cuadra, antes de llegar a la plaza Bolognesi.
Me
acerque a la puerta que estaba cerrada, pero tenía las ventanillas abiertas.
Estaba haciendo guardia Buenaventura Vargas Machuca, quien nuevamente ejercía
su antiguo puesto, ante la deserción del coronel nicaragüense Atahualpa
Montezuma.
Inmediatamente
me reconoció y me hizo pasar, después de charlar unos minutos me dijo:
―
El Jefe está solo en su cuarto, pasa nomás ―y me señaló la habitación.
Quedaba
al final de un patio, me dirigí hacia allá y al llegar a la puerta lo vi.
Estaba de espaldas, de pie junto a una mesa, al sentir mis pasos se dio vuelta
y grande fue su sorpresa al verme. Me abrazó, a la vez que me decía ―pintándose
el asombro en su cara― «¡Casualmente estaba haciendo este paquete con unos
fideos con narcótico! ¡Me los ha preparado un químico alemán amigo mío y los
iba a mandar a Trujillo, a ver si se podía intentar nuevamente la toma del
cuartel!».
Me
contó, cómo había viajado de Trujillo a lima. La serie de grupos conspirativos
que estaban actuando y a los que había que prestar apoyo a fin de derrocar al
tirano. Todavía no se habría aprobado la Ley de emergencia presentada en el
Congreso y, como se esperaba, la represión había comenzado furiosamente.
Estuvimos conversando sobre la organización de los clases en el Regimiento Nº 1
de Artillería. En esos días debían salir de baja Loayza y Varillas por tiempo
cumplido, felizmente quedaba el sargento primero José Chávez Orozco, de quien
nadie sospechaba sobre sus ideas apristas y estaba en contacto con el comité y
por ende con «Búfalo» Barreto. Me dijo, que era necesario que de inmediato
trabajara con la gente de defensa del partido.
Esa
noche conocí a Luis Heysen. Quedé en regresar al día siguiente, para que me
conectaran con compañeros que trabajaban en defensa. Al día siguiente me
presentaron al compañero Armando Vélez Vega, excelente hombre, sectario hasta
el sacrificio.
Días
después me avisaron que Haya ya no estaba en el domicilio de la calle la
Colmena. La persecución arreciaba y había orden de prisión contra él. El 1 de
febrero de 1932 fueron detenido varios representantes apristas y poco tiempo
después deportados a panamá. Eran 22 apristas y el descentralista Víctor L.
Colina, les aplicaban la ley de Emergencia. El único que pudo ocultarse fue
Heysen.
Al
pasar el partido a la ilegalidad, perseguido Haya de la Torre, cerrados los
locales partidarios, el PAP se organiza para la lucha clandestina. En cada
sector hay una «base» para recibir directivas. Mi contacto directo era Vélez
Vega, de profesión mecánico, quien tenía un taller en la calle Washington, a su
vez él estaba conectado con Heysen y Velásquez Díaz, que eran los compañeros
que dirigían la lucha clandestina. Varios militares estaban conspirando y el
aprtido estaba al tanto, para prestarle su apoyo a quien fuera.
ATENTADO DE MIRAFLORES
El
domingo 6 de marzo de 1932, a las doce de la noche, se esparció la noticia por
todo Lima, que habían asesinado a Sánchez Cerro. El atentado se había realizado
en la iglesia de Miraflores, donde iba «el Mocho» todos los domingos a escuchar
misa de 12. La gente se arremolinaba junto a las pizarras que ponían los
periódicos para enterarse de la noticia. Así se supo que Sánchez Cerro estaba
solamente herido.
El
autor del hecho era un menor de edad llamado José Arnaldo Melgar Márquez. Lo
había esperado dentro del templo y le había disparado casi cuerpo a cuerpo.
Sánchez Cerro había caído al suelo herido, igualmente el jefe de su casa
militar coronel Antonio Rodríguez[33].
Melgar
había tratado e huir, pero fue alcanzado en los jardines exteriores de la
iglesia, siendo herido en la cabeza y en un brazo, cuando intentaba subir la
verja por el edecán del Presidente, el mayor (EP) Luis Solari Hurtado, quien
había salido en su persecución.
La
represión implacable, el abuso de la «soplonería» ―brigada política compuesta
por ex presidarios y maleantes― había obligado al pueblo aprista a defender su
libertad a balazos. Ese clima fue generando el atentado, pero faltaba el
«Hombre». José Melgar recogió ese clamor del pueblo, sabía que arriesgaba su
vida, pero había que eliminar al tirano y demostrar que sí había un Hombre.
Quién
era el autor y cómo se generaron los hechos:
A
raíz de la revolución de agosto de 1930, que derrocó al Gobierno de Leguía,
José Melgar se siente sacudido por este acontecimiento que, como todos los
adolescentes de aquella época, nos impulsó a actuar en la vida política del
país. Concurre a las grandes manifestaciones populares que celebran la caída
del tirano. En una de ellas, que fue convocada por la Universidad San Marcos,
se encuentra con los jóvenes Miró Quesada Laos, uniéndose a ellos para celebrar
el triunfo. Los Miró Quesada lo conocían desde niño y lo llamaban «Melgarcito»,
porque el padre de Pepe hasta el día de su muerte había sido administrador de El Comercio. Iban a la cabeza de la
manifestación que terminó una vez que la turba, rompió las puertas de la casa
de Leguía y Sebastían Lorente, saqueándolas. Pepe Había reanudado una vieja
amistad, distanciado con al muerte de su padre. Al despedirse, lo invitaron
para ir al campo de aviación, a recibir a Sánchez Cerro cuando llegara a lima.
Ese
día cuando aterrizó el avión, fue bajado en hombros por los Miro Quezada y Pepe
Melgar, este no podía saber lo que le deparaba el destino. Tiempo después, a
ese mismo hombre, a quien había bajado en hombros del avión, tendría que
abalearlo, jugándose la vida, a fin de salvar al partido que insurgía en la
política peruana.
Manolo
lo recibe cariñosamente, lo adoctrina para que ingrese al PAP y le pide que lo
acompañe a las actuaciones que se realizan en el partido. Lo lleva a todas
partes, hasta las sesiones del comité ejecutivo. Pepe encuentra dentro del PAP
una fraternidad y una democracia que nunca había conocido. Con sus 18 años, al
lado de manolo, él también se siente un pequeño líder, trata de superarse, pero
a su vez se iba fanatizando.
Al
poco tiempo se inicia la violencia entre el APRA y las huestes de Sánchez
Cerro, la «Unión Revolucionaria». Un día los sanchecerristas atacan el local
del partido aprista,c on el saldo de una prista muerto y varios heridos. Días
después La Tribuna publica en primera
plana la noticia de un «atentado» contra Manuel Seoane[34].
Esa
noche los apristas atacan el local de la «Unión Revolucionaria» que estaba
resguardado por una banda de matones y delincuentes a órdenes de Sebastián
Bastos[35]. Tomaron el local
causándole a los «urristas» varios muertos y heridos.
Después
de estos sucesos, campeó la violencia y a los apristas no les volvieron a decir
«calzón con blonda».
Frente
a los matones y ex presidiarios que tenía en sus filas el sanchecerrismo,
surgió una juventud impertérrida que los combatió sin amilanarse, la mayoría
eran estudiantes y empleados, que luchaban con al fuerza incontenible que de la
fe en una doctrina. Entre estos muchachos destacaban por su arrojo José Melgar
Márquez y Bernardo García Oquendo[36].
El
5 de diciembre de 1931 debió estallar en Lima, en connivencia con el partido
aprista, un movimiento militar encabezado por los coroneles ―en situación de
retiro― César Enrique Pardo y Aurelio García Godos, el que sería secundado por
otros levantamientos en la República. A Pedro Muñiz se le designó la dirección
del movimiento en Cerro de Pasco, por lo que viajó a ese lugar acompañado de
José Melgar. La policía se sublevó pero las fuerzas del Ejército que estaban
comprometidas no lo hicieron. Ante el fracaso los sublevados se rindieron,
siendo apresados Muñiz y Melgar, a éste lo despojaron de su revólver Smith
Wesson calibre 38, que había sido de su padre y lo había usado ene l lapso de
la campaña electoral.
Cuando
se reúne la Constituyente, se da una ley de amnistía. Pepe melgar se encuentra
de nuevo en libertad y con sus 18 abriles se siente orgulloso de ser el héroe
juvenil del momento dentro del partido: ha sufrido prisión y se ha jugado la
vida.
Como
lo sucedido siempre en los largos años de lucha del PAP, después de un fracaso,
la masa se atemoriza y se ahuyenta. Algunas veces en al calle, Pepe es abordado
por compañeros que a la escapada se le acercan para inquirir por la situación
del partido y qué esperanzas hay todavía. El que personas mayores acudan a él,
lo hace sentir importante y halaga su vanidad, muchos compañeros que él no
conocer lo saludan con admiración.
El
Congreso ya había promulgado la Ley de Emergencia, habían sido deportados los
representantes apristas, la persecución arreciaba cada día más. En el ánimo de
Melgar se va incubando la idea de hacer algo grande por el partido, a fin de
sacarlo de la clandestinidad. Los comentarios a «sotto voce» que escucha a los
compañeros en sus paseos diarios por el Jirón de la Unión, lo llevan a la
conclusión que, para que el partido vuelva a la libertad, hay que eliminar al
«Mocho». Esta idea se convierte en él en una obsesión.
Se
sabe por los diarios, que todos los domingos va Sánchez Cerro a escuchar misa
de 12 a la iglesia de Miraflores. Sin comunicar su idea a nadie, va ese domingo
a la misa que concurre el Presidente. Observa el desplazamiento de Sánchez
Cerro y su escolta al entrar a la iglesia. No hay una protección especial que
lo acompañe a su ingreso. Se da cuenta que cualquier acción sorpresiva es fácil
de realizarla si es que hay un hombre decidido a ejecutarla. No tendría más que
dispararle a uno o dos metros de distancia y luego correr hacia la puerta que
está a lado del altar, saltar la reja del jardín y refundirse por las calles de
Miraflores.
Poseedor
de ese secreto ―la facilidad con al que podía cometer el atentado― se siente
importante por su estrategia en elaborar el plan. Ahora había que buscar al
Hombre que tuviera el valor de hacerlo.
Un
día confiesa su secreto y la seguridad del éxito con Juan Seoane ―Juez Letrado
de Paz del distrito del Rímac― hermano de Manuel «el Cachorro», para que busque
entre los compañeros uno que tenga el valor de realizar el atentado. Juan, que
era otro fanático aprista, militante, asume la responsabilidad de encontrarlo.
Pocos días después, le comunica a Pepe su fracaso: no hay ningún compañero de
confianza, que tenga el valor de hacerlo. Ante esta noticia decepcionante, Pepe
exaltado el dice: «Parece mentira que no haya un hombre capaz de realizarlo,
siendo tan sencillo». A lo que, insinuándole, le responde Juan: «Tú lo ves tan
fácil porque eres un valiente». Halagado en su vanidad, Pepe lamentándose,
expresa: «¡Lástima que me quitaron mi arma!». Desde ese día ya no tiene temor
en comentar sobre el atentado con el pequeño grupo de compañeros, con el que se
reúne diariamente por las tardes, en la librería «Rosay» del Jirón de la Unión.
El concepto que le tiene Juan debe ser compartido, entre sus más íntimos, está
el poeta Serafín del Mar, esposo de Magda Portal. Polariza la atención del
grupo, exponiendo su plan y termina relatándoles la acción en que cayó preso,
perdiendo su revólver, como una disculpa de no poder hacerlo.
En
otra oportunidad en que repetía su historia, Serafín del Mar lo había
interrumpido diciéndole «¡Si lo tuvieras… Esas son cosas de hombres!».
Un
sábado, estando con el grupo en la librería, asó por la acera un hombre alto de
tipo acholado, que tenía el rostro picado por la viruela[37], el que se detiene y
saluda a Juan Seoane, éste, haciendo un aparte, llama a Pepe y le presenta al
desconocido, diciéndole:
―
Es uno de «los Dorados» de Víctor Raúl ― enfrascándose luego en una
conversación sobre la situación política.
El
«Dorado» se lamenta de que no haya un hombre que ponga fin a la tiranía,
matando a Sánchez Cerro. Pepe lo escucha y le cuenta cuando cayó preso en el
Centro y le quitaron su revólver, el compañero lo interrumpe diciéndole: «Por
arma no lo haga, compañero, aquí tiene la mía», y sacando una pistola
automática se la entrega, e inmediatamente se despide deseándole éxito y
expresándole que se va muy emocionado al haber conocido a un héroe que salvará
al partido.
Melgar,
que se había guardado la pistola, sin hacer ningún comentario, toma del brazo a
Juan y salen caminando a la calle, al llegar a la esquina se despiden. Al
retirarse Seoane le dice: «Mañana yo voy a estar en Chorrillos, en el Club
Regatas». Cuando Pepe se queda solo, siente el peso del arma en su bolsillo.
Recién se da cuenta que se encuentra atrapado en un callejón sin salida, que lo
que él ha estado diciendo por darse importancia, ahora es una realidad y ya no
puede retroceder, lo tildarían de cobarde y se reirían en su cara de él. No
tiene más que seguir adelante y cumplir con su palabra jugándose la vida.
Ese
domingo José Melgar llega a la iglesia a las once de la mañana, se sienta al
lado izquierdo de la nave, en el extremo de una banca por donde pasará el
Presidente. Está nervioso. Saca disimuladamente la pistola de su bolsillo, le
quita el seguro y la oculta bajo el sombrero que tiene sobre sus piernas,
quedándose en tensión. No recuerda qué tiempo ha transcurrido, cuando escucha
la marcha de Banderas, no voltea a mirar, siente los pasos que poco a poco se
van acercando por el pasillo, mira y ve que por delante ingresa el general Rodríguez
y detrás de él, Sánchez Cerro. Deja pasar al general y levantándose prontamente
le dispara varias veces, lo ve caer y cree que lo ha matado. En el suelo
también está el general Rodríguez. El edecán mayor Solari se había quedado
paralizado, todo ha sucedido en segundos. El resto de la comitiva y los
«soplones» han huido en desbandada. Sánchez Cerro tirado en el suele parece
muerto.
Pone
en ejecución el plan de escape que había planeado y corre hacia la puerta
lateral. Al pasar saltando por las bancas, pisa algunas mujeres que lanzan
alaridos de terror. Sale hacia el jardín, corriendo pegado a la pared. Cuando
trata de saltar la verja siente unos disparos y de pronto se encuentra que está
ciego y tirado en el suelo. No puede comprender qué es lo que el pasa, a lo
lejos oye ―reconociendo― la voz de su primo Jesús que grita desesperado: «¿Qué
pasa? ¿Qué pasa, Pepito?».
Siente
que lo levantan en vilo y lo introducen a un carro. No recuerda más, hasta
cuando siente que lo están cursando; se despeja un poco, ya no está ciego, ve
algo. Le dicen que está en la asistencia pública, el médico que lo atiende lo
conocía y le pregunta: «¿Qué pasó, Melgarcito?».
Él
no le responde. Le están curando la herida en al cabeza, que es la que le causó
la conmoción, al bala había resbalado y no penetró en el cráneo, además tenía
dos heridas en el omóplato[38]. El médico le preguntó si
estaba herido en otra parte.
―En
los testículos ―le respondió Pepe.
―
Esta si puede ser grave ―le dice el médico, pero cuando desabotona el pantalón
y o examina, suelta una carcajada― ésta no es grave ―exclama― te has orinado.
Esto sucede cuando se pierde todo control ―comentó.
Mientras
tanto, Sánchez Cerro había sido llevado a la Clínica Delgado, gravemente herido
en un pulmón, al bala le había atravesado el tórax, comprometiéndole la pleura
y el vértice del pulmón izquierdo. Además del coronel Rodríguez, resultaron
heridas las señoritas Augusta Miró Quesada y Felicita M. Sánchez Cerro.
La
madre de Pepe se enteró casi inmediatamente de producido el atentado. Al saber
que su hijo está herido quiere verlo, es una leona en busca de su cachorro. Con
el cariño de madre reduce a la mitad los 18 años de edad que tiene Pepe, es su
hijo preferido, al que adora. Hace uso de todas sus influencias para que la
dejen verlo y estar a su lado, para poder hablarle, paparlo, acariciarlo.
Como
una madre no hay nada imposible, consigue su propósito. Comprende la gravedad
del hecho cometido por su hijo y teme que lo torturen para que declare quiénes
son sus cómplices. Entre lágrimas y besos lo presiona diciéndole:
―
Hijito, tú sabes lo que te quieren hacer, yo me volveré loca de dolor si te
torturan, dícelo a tu madre: ¿Quiénes son los que te han inducido?
Pepe,
ante la voz implorante de su madre, con el shock emocional del atentado, semi
inconsciente, por las inyecciones que le habían colocado, balbucea:
―
Juanito sabe…
Ramírez
Núñez, el jefe de investigaciones ―amigo de la familia― que había levado a la
madre junto a su hijo y que se encontraba presente, sonríe satisfecho de su
habilidad y sale presurosamente a cumplir con su obligación.
Son
detenidos Juan Seoane Corrales, el poeta Reynaldo Bolaños ―«Serafín Delmar»―,
Bernardo García Oquendo, José Carlos Olcese y Carlos Craft Sanson. Todos ellos
amigos de Seoane y Melgar.
Juan
Seoane tenía una buena coartada. Como juez, poseía licencia para portar armas,
tenía un revólver calibre 38, que el día del atentado lo había dejado en su
casa, pero la lealtad de su mayordomo la destruyó, pues al enterarse que había
sido detenido y sabiendo que su patrón era aprista, sacó el revólver de la casa
y lo desapareció.
La
pistola que utilizó Pepe, no fue encontrada por la policía, Melgar nunca supo
si la perdió en la carrera o cuando escalaba la verja.
En
el primer interrogatorio, Seoane niega haberle entregado el arma a Melgar.
Serafín Delmar se va involucrado como testigo presencial de las jactancias de
Melgar. Los «compañeros» confiaban en que la justicia respetaría el
ordenamiento procesal y que tendrían en cuenta su prestigio como intelectual y
sus antecedentes como una persona ponderada, pacífica y tímida, a fin de que le
dieran credibilidad a su manifestación, para que el partido quedara libre de
toda culpa.
Después,
Seoane al saber que no habiéndose desprendido nada de su declaración, la
policía está haciendo averiguaciones y molestando a personas que no tienen nada
que ver con el esdolo, hace llamar al jefe de investigaciones para decirle que
el arma era de él, una pistola automática de nueve tiros.
Con
esta declaración la amenaza de tortura desapareció y les tomaron las
instructivas.
En
las audiencias en la Corte Marcial, melgar y Seoane se portaron con entereza,
exculpando al partido y a su Jefe que estaba perseguido.
Fueron
condenados José Melgar y Juan Seoane a la pena de muerte y Serafín Delmar a
veinte años de Penitenciaría. Los demás acusados fueron absueltos y puestos en
libertad, junto con Oscar Bolaños ―«Julián Petrovich»― hermano de Serafín que
también había sido detenido.
Los
dos condenados a muerte estuvieron setenta días en capilla, siéndoles conmutada
la pena por intermediario no menor de 25 años.
La
sentencia fue expedida el 14 de marzo de 1932, dos días después el Congreso
Constituyente ascendió al presidente Sánchez Cerro al grado de coronel.
SUBLEVACIÓN DE LA MARINA
El
6 de mayo de 1932 fue capturado Haya de la Torre, esa madrugada, Damián
Mústiga, jefe de la Brigada Política, al mando de su jauría de soplones, allanó
el domicilio de don Carlos Plengue, sitio en el distrito de Miraflores, que
colindaba con la Embajada de México. Hacía más de dos meses que Haya se
encontraba refugiado en la casa de su amigo, manteniendo por intermedio de él
contacto con el partido. Haya se había dejado crecer la barba, pero a pesar de
eso fue reconocido por el jardinero de la finca donde estaba, quien sospechando
algo raro en el enclaustramiento del huésped, había fijado, quien sospechando
algo raro en el enclaustramiento del huésped, había fijado su atención en él;
siendo acérrimo sanchecerrista, no titubeó en delatarlo. Al ser sorprendido
Haya de la Torre, no pudo pasar a refugiarse a la Embajada de México ―como lo
tenía planeado― porque a casa estaba rodeada por soplones.
Al
día siguiente de haber sido capturado Víctor Raúl, se sublevó la Marina,
tomando como pretexto su detención.
El
aprendiz naval Artemio Collazos, cabecilla de la sublevación tenía un radio de
acción limitado Los sublevados después de tomar bajo su control los cruceros Grau y Bolognesi, intentaron capturar a los submarinos R-2 y
R-4, fracasando en su intento.
Como
no todo personal estaba con el movimiento, un marinero apellidado Casapía se
había lanzado al mar y a nado llegó a la Capitanía, poniendo en conocimiento de
las autoridades la sublevación producida en los buques.
Las
fuerzas del gobierno, por aire, mar y tierra intimidaron a los sublevados,
quienes se rindieron, sin poner ninguna resistencia, ni disparar un solo tiro.
No
hay duda que la detención de Haya de la Torre fue el detonante que aprovecharon
los conspiradores para incitar a la Marina a rebelarse, dejándolos en la
estacada.
Una
corte marcial presidida por el comandante Alfredo Bazo y teniendo como fiscal
al teniente Hilarión García Seminario, cumpliendo consigna, condenó a ser
fusilados a ocho de los marineros, cifra que había sido rebajada de una lista
en la que se nominaba a más de veinte para ser fusilados. Si bien se había
salvado al mayoría cuando ya estaban señalados los ocho marineros condenados a
muerte, se registró un acto de la mayor crueldad: faltando poco tiempo para el
fusilamiento, le conmutaron la pena a uno de ellos, Pedro Bustamante y pusieron
en su lugar a un aprendiz naval, menor de edad, ―18 años― se llamaba Telmo
Arrué Burga.
El
11 de mayo de 1932 fueron ejecutados en la isla de San Lorenzo, por un pelotón
de fusilamiento de la Guardia Republicana, el segundo jefe del levantamiento
Eleuterio Medrano, Telmo Arrué Burga de 18 años, Rogelio Dejo Delgado de 21
años, Pedro Gamarra Gutíerrez de 21 años, Fredemundo Hoyos de 21 años, Arnulfo
Ojeda Navarro de 22 años, Gregorio Pozo Chunga de 22 años y José Vidal
Monserrat de 27 años.
El
ministro de gobierno Luis A. Flores estuvo presente durante los fusilamientos.
Los ocho sentenciados dieron cara a la muerte con toda valentía[39].
Luis
A. Flores ―fascista por convicción y por temperamento, como é se titulaba―
quiso sentar un precedente. El odiado «camiseto» tuvo que leer al día siguiente
los volantes que circulaban,en el cuarteto que decía:
«Ocho
estrellas rojas guiarán tu destino,
ocho
estrellas rojas te perseguirán,
ocho
gritos juntos: ¡muera el asesino!
en
tu oído, siempre repercutirán».
Además
de los ocho condenados a muerte y fusilados, fueron sentenciados a 19 años de
penitenciaría, catorce maestros y oficiales de mar, y a 10 años, 8 más.
De
esta sublevación no tuvimos ningún conocimiento antelado de los compañeros, que
en esa época trabajábamos en defensa. No hay duda que la detención de Haya, por
el efecto psicológico que causó, sirvió de pretexto a uno de los grupos
conspirativos para lanzar a la Marina la revolución.
En
el tiempo que estuve confinado en «el Frontón», junto con los sentenciados de
la Marina, puede obtener algunos testimonios, casi todos fragmentados. Eso sí
todos coincidían en que la orden llegó a nombre del partido.
El
testimonio más completo me lo dio Eduardo Huapaya Pinedo. Es el siguiente:
«En
el crucero de verano que hicimos ese año, cuando desembarcamos en Panamá,
varios de nosotros fuimos a visitar a los representantes apristas que estaban
desterrados. En nuestras conversaciones con ellos, se dejaba entrever la esperanza
que tenían, que se realizara una sublevación en varios departamentos del Perú,
con la intervención de la Marina».
«Cuando
regresamos al Callao, se inició la captación del personal, labor dirigida por
el maestro sastre Pedro Bustamante, aprista que estaba en contacto con el
partido. Circulaba subterráneamente un memorándum con cinco puntos básicos para
incentivar al personal ―que había sido redactado por el compañero César Pardo
Acosta en Panamá― y recuerdo que lo esencial de cada uno de los puntos era:
·
Mejor
trata al personal subalterno que había desmejorado mucho desde que subió al
poder Sánchez Cerro.
·
Reglamentación
de los ascensos.
·
Mejor
calidad de la alimentación.
·
Que
la duración de los cruceros de verano fuera la que se acostumbraba antes de la implantación
de nuevo gobierno.
·
El
cambio del gobierno militar por otro civil».
«Yo
era aprendiz naval del Bolognesi,
simpatizaba con el partido, pero me gustaba más el comunismo. A la dotación del
mismo barco pertenecía el aprendiz naval Artemio Collazos quien fue el
verdadero motor del movimiento y su primer jefe; Eleuterio Medrano era su
segundo. La noche que me fueron a comprometer, em dijeron que uno de los puntos
de nuestro reclamo era la libertad de Haya de la Torre, que la orden venía del
partido y que íbamos a ser agravados por otras fuerzas del Ejército y la
Policía».
«Al
comienzo, todos los buques y los submarinos estaban sublevados, es entonces que
Collazos, el jefe del levantamiento, se fue con un grupo armado a tomar la
capitanía, donde también había gente comprometida, al llegar fueron recibidos a
balazos. Hasta ese momento nadie sabía que el marinero Casapía del Grau se había tirado al agua y había
avisado a las autoridades. Al entablarse un pequeño tiroteo, Collazos con su
gente se retiró, ya que eran un puñado de hombres en comparación de los que les
hacían frente. Collazos, comprendió que estaban perdidos, que habían sido
traicionados y se fugó, no regresó al barco».
«Al
tener conocimiento de los hechos, Eleuterio Medrano asumió el mando. Sobre su
captura, no fue, como dicen, en el submarino R-4, sino cuando fue a instar para que se plegara un pequeño barco,
el caza-torpedero Rodríguez».
«Nos
dijeron que nuestra misión era, dentro del plan general, posesionarnos del
Callao con las fuerzas del Ejército y la Policía. Al quedarnos solos, no nos
quedaba más que rendirnos, quizá, si porque los aprendices navales teníamos más
instrucción, es que la corte marcial se ensañó con nosotros; Telmo Arrué no
tuvo una acción destacada en el movimiento y lo fusilaron en lugar de
Bustamante; a mí, cuya única participación fue tener a mi cargo el pañol de
municiones, me condenaron a quince años. De los ocho marineros fusilados,
cuatro eran aprendices navales[40]».
El
fracaso del levantamiento de la Armada, con su trágico final y la prisión de
Haya de la Torre, aumentó la pugna entre el APRA y la Unión Revolucionaria, la
persecución arreció. La Brigada Política al mando de Damián Mústiga ―a los que
el pueblo denominaba «soplones»― allanaban domicilios sin ninguna autorización,
detenían a los ciudadanos por el sólpo hecho de encontrarles volantes que
atacaban al Gobierno, los que habían sido recogidos en la calle y torturaban a
los presos impunemente.
El
partido conspiraba y apoyaba a cualquier militar que intentase derrocar a
Sánchez Cerro.
Cada
día la temperatura política iba en aumento, la Universidad de San Marcos fue
clausurada al día siguiente que se sublevó la Armada.
Días
después hubo un incidente en la Asamblea Legislativa, el capitán Ernesto Merino
―representante por Piura― fue apresado y puesto a disposición del Parlamento.
El 19 de mayo la minoría presentó una moción de censura contra el ministro de
gobierno Luis A. Flores, que no fue admitida a debate. Al día siguiente una
asonada dirigida por el partido amenazó al congreso en al Plaza Bolívar.
Sánchez
Cerro reorganizó su gabinete nombrando como presidente del consejo de ministros
a don Ricardo Rivadeneira y reemplazando
al ministro de gobierno Luis A. Flores por Julio Chávez Cabello. La culminación
de este agitado mes, fue la censura al presidente del congreso Luis Antonio
Eguiguren, quien en un gesto de rechazo se ausentó del país.
Al
mes siguiente fueron debelados varios movimientos: en Tacna, el que encabezaban
el capitán Bruno Gayoso y el teniente Augusto Kock Flores; en el norte el
teniente coronel Eulogio Castillo «Masca Fierro». En Lima también hubo una
conspiración dirigida por el coronel de aviación Juan O’Connor y por el coronel
(EP) Aurelio García Godos, con el apoyo aprista. De Trujillo llegaban noticias
a defensa que también se estaba gestando un movimiento.
En
el mes de junio le escribí al sargento primero Chávez Orozco para que me
informara sobre su «salud» y si era necesario que le llevara «medicamentos».
Ese mismo mes Armando Vélez me llevó donde Heysen para «juramentarme» antes de
enlazarme en la conspiración de «La Palmas», llamada así porque debía estallar
en la Escuela de Aviación del mismo nombre. Comprometido en este movimiento
estaba el Regimiento de Artillería de Costa del Callao, donde continuaba
prestando servicios del sargento primero Víctor Westphalen. Como éramos amigos
nos habíamos visto a mi regreso de Trujillo, él estaba comprometido por amigos
leguiistas y el jefe de su regimiento era el comandante Leopoldo Pérez Salmón;
mi misión consistía en penetrar al cuartel uniformado. El movimiento debía
estallar el 2 de julio, la señal para la sublevación en el Callao ea el
incendio del colegio fiscal. Un compañero apellidado Kunt era el encargado de
producirlo. El golpe fracasó en Las Palmas, l coronel O’Connor fue detenido.
El
8 de julio, al noticia cayó como una bomba, ¡Revolución en Trujillo!
Este
es el episodio de más trascendencia en la lucha del pueblo peruano por su
liberación e implantación de la justicia social, en e l transcurridd e este
siglo.
Manuel
Barreto Risco, «Búfalo», al mando de sus macheteros del valle y de otros
compañeros de Trujillo, sin la anuencia del comité departamental de Trujillo,
la amdrugada del 7 de julio había tomado el cuartel D’Onnovan.
Cuando
supe la noticia me parecía una escuchando a «Búfalo»: «Tienen miedo hacer la
revolución, ¿Por qué no la hacemos nosotros, sargento?»
Las
continuas postergaciones, la represión implacable del Gobierno y la ocasión que
se presentaba dentro del cuartel, al desplazarse a la ciudad de Piura una
batería del Regimiento de Artillería Nº 1 y una sección de Infantería con dos
ametralladoras, a la celebración del cuatricentenario de su fundación, fue lo
que decidió Barreto a tomar esa determinación.
[1]
Fue candidato a la Presidencia de la República en 1945. A iniciativa de la
Célula Parlamentaria Aprista le fue otorgado el ascenso honorífico de mariscal.
[2]
Murió en la masacre de la cárcel de Trujillo en 1932. Tenía el grado de mayor.
[3]
Siendo teniente denunció el latrocinio de nuestro petróleo por la I.P.C. Pasó a
la disponibilidad con el grado de general. Fue uno de los fundadores del Frente
Nacional de Defensa del Petróleo.
[4] En
1929 formó parte del complot para derrocar a Leguía. Siendo general en 1956 se
sublevó en Iquitos contra la dictadura de Odría.
[5]
También formó parte del complot contra Leguía en 1929. Siendo Coronel en 1948
se sublevó en Juliaca contra el gobierno de Bustamante y Rivero.
[6] En
los años de 1923 a 1930 se suicidaron un cadete y tres alumnos de las Escuelas
de Clases.
[7]
Cuando el comandante Sánchez Cerro fue presidente, ordenó el ingreso de los
tres clases a la Escuela de Oficiales de la Policía. Ampuero y Pita culminaron
su carrera con el grado de general de Policía. Carlos Sobenes, que tenía el
grado de mayor en 1959, fue acusado de conspirar contra el presidente Prado,
dándosele de baja; en 1960 intentó dar un golpe de Estado, sublevándose con los
guardias del cuartel del Potao. Falta de apoyo de las otras fuerzas
conspirativas comprometidas, fracasó.
[8] El
emisario fue el mayor de caballería Luis Fajardo. Ver: VILLANUEVA, Víctor, Así cayó Leguía, Ed. Retama, Lima, 1977,
pág. 141.
[9] En
1946 ̶ cuando estaba en situación de
retiro ̶ fue presidente del Alto Tribunal de
Disciplina del PAP, en sustitución del coronel César Enrique Pardo quien había
renunciado.
[10]
El presidente Sánchez Cerro los indultó en 1932.
[11]
Así se nominaba el examen que rendía el sargento primero, con un año de
antigüedad para ascender a oficial. Los aprobados pasaban como oficiales
alumnos al cuarto año de la Escuela de Oficiales. Usaban uniformes del grado
que tenían y ganaban sueldo. Años después este sistema fue abolido.
[12]
Oficina a cargo de un sargento furriel.
[13]
Este plan que hubo desde el comienzo para cerrarle el paso a la presidencia,
nunca se lo escuché mencionar en las conversaciones llenas de recuerdos y
anécdotas que le gustaba realizar en pequeños grupos hasta altas horas de la
noche en los años 1945 a 1948. El doctor Luis Antonio Eguiguren en su libro La selva política, relata: «En dos
ocasiones me llamó con urgencia el comandante Sánchez Cerro para decirme que
los hombres del Gobierno provocarían o aceptaban un golpe de Estado, con el fin
de cerrarles su ascenso al poder y que él estaba dispuesto a adelantárseles
pues contaba con elementos que lo secundaban. Me expresó que todo estaba bien
dispuesto, que tenía fuerza militar. Me pidió que le redactara un manifiesto,
llegando a darme de su puño y letra los puntos más saltantes que debía contener
esa pieza destinada a la Nación. Conservo el borrador».
[14]
Lo fusilaron sin proceso las tropas del gobierno en la Revolución de Trujillo.
[15]
La versión que pone G. Thorndike en boca de Haya de la Torre en su libro El año de la barbarie, Editorial Mosca
Azul, Lima, 1972, pp. 27-28, que este incidente fue la causa por la que no
estalló la Revolución de Trujillo en diciembre de 1931, es una falsedad.
Corrobora al autor de este libro, la víctima del atentado, José Félix Ríos, en
el testimonio que le da a Víctor Villanueva en el APRA en búsqueda del poder, Editorial Horizonte, Lima, 1975, p. 84.
Pero la mentira es de Haya, el guión es de Thorndike.
[16]
En 1934 lo reconocí al encontrarnos en El Frontón. Se apellidaba Bustamante,
había escapado por un pelo que lo fusilasen. Estaba condenado a diez años por
la sublevación de la Marina del 7 de mayo de 1932.
[17]
Lo encontré en 1933 en la Penitenciaría. Estaba sentenciado a 10 años por la
Corte Marcial de Trujillo.
[18]
Soldado que efectúa vigilancia en las cuadras durante las noches.
[19]
El maestro de primera Bustamante me relató en la prisión que cuando llegó el
enlace de Haya al sitio convenido, antes que ellos subieran a bordo a tomar el Grau, encontró que varios marinos
estaban libando cerveza. «Luego, cuando nosotros mandamos a comunicarle a Haya que
ya nos íbamos a bordo, el enlace no encontró a nadie. Fui en persona a buscarlo
y me enteré que ya se había ido».
[20] A
este grupo no perteneció el «boquilla» Idiáquez, que en esa época era un
palomilla que frecuentaba los baños públicos y era conocido con ese mote por el
hábito de tener entre los labios el canuto que se ponía a los cigarrillos para
fumar. Cuando principió la persecución de Sánchez Cerro, Vargas Machuca, que
nuevamente estaba al mando de la guardia del Jefe, lo encontró en Lima y lo
llevó para que sirviera en la casa. Haya le acortó el alias y le decía «bok» al
que sería su valet, chofer, guardaespaldas y secretario particular, llegando a
adquirir tal influencia que gozaba de la adulación de los líderes.
[21]
El «coronel»
Atahualpa Montezuma contrajo matrimonio con una compañera que tenía sus
ahorros, antes que Sánchez Cerro fuera Presidente. Cuando el Gobierno inició la
persecución, el pánico se apoderó de él. Haya de la Torre se había venido a
Lima y Vargas Machuca viajó después para cuidarlo. Asustado, el «coronel»
se quitó el uniforme, se afeitó las patillas y la pera y fue donde los
compañeros del Comité Departamental del partido para que lo sacaran fuera del
país. Les dijo que si no lo hacían, él se iba a entregar a la policía porque
tenía miedo que lo matasen si lo capturaban. Lo tuvieron que esconder hasta que
llegase a Salaverry un barco que lo llevase al extranjero. Era tal el terror
que lo dominaba que un día tuvieron que amarrarlo para que no se escapara y
fuera a entregarse. Hubiera dado los nombres de los principales activistas que
actuaban en la clandestinidad. Por fin pudieron embarcarlo y se deshicieron del
famoso «coronel» nicaragüense, jefe de los «dorados» de Víctor Raúl Haya de la
Torre.
[22]
REBAZA ACOSTA, Alfredo. Historia de la
Revolución de Trujillo. S/e, 1934, p. 1
[23]
Conocido ganadero, que había surgido por su propio esfuerzo, jactándose con
orgullo de haber comenzado como carnicero. En esa época tenía arrendada la
Plaza de Acho, que la cedió para la primera concentración que convocó el APRA.
[24]
Estando preso en el Panóptico, me enteré de la verdad, no hubo tal atentado.
Manuel Seoane, estando en la imprenta de La
Tribuna manipulando su pistola se le escapó un tiro, hiriéndose
accidentalmente en la pierna. Los compañeros que estaban con él en ese momento
convinieron en sacar provecho político del accidente, denunciando un atentado.
Me contaban que el de la idea fue Luis Alberto Sánchez. Mucho años después Haya
comentaba que LAS, por su odio a los sanchecerristas, truncó toda posibilidad
de un arreglo democrático.
[25] Historia de la revolución de Trujillo. Julio,
1934, pp. 5 y 6.
[26]
En el ejército se da esta denominación a la salida subrepticia del cuartel,
escalando los muros.
[27]
En esa época, no dudaba la traición del comandante Silva, estaba obsesionado
por la revolución. A través de los años, con mayor conocimiento de los hombres
que actuaron en ese episodio y sin la vehemencia de entonces, me preguntó: «¿A
quién habría traicionado el comandante Silva? Él no estaba conspirando con el
APRA, no tenía ningún pacto con Haya de la Torre, ¿traicionó al coronel García
Godos? No sería más bien, ¿Qué el coronel Godos lo alertó del peligro que
corría?». Todas las conspiraciones en que intervino el coronel con el APRA,
eran para llevarlo a la presidencia, el partido no era su instrumento. El
movimiento de Trujillo no armonizaba con sus ambiciones. Si el comandante Silva
hubiera tenido su mentalidad, otra actitud habría tomado al año siguiente
cuando triunfó la revolución en Trujillo.
[28]
En la Penitenciaría me encontré con José Melgar Márquez, quien había actuado en
Huancayo junto con Pedro Muñiz y también con Isaac Espinoza Recavarren, quien
estuvo en el asalto de la Comisaría de Huacho, junto con su cuñado Guillermo
Cabrera Chacón. Sobre el mismo episodio, en el libro titulado El mariscal Benavides su Vida y su Obra.
Editorial Atlántida S.A., 1981. Tomo II, p., se relata: «Casi en vísperas de la
inauguración del nuevo Gobierno ― fijada para el 8 de diciembre ― se declaró
una huelga de protesta en el departamento de La Libertad. En la madrugada del 5
de diciembre el dirigente aprista Nazario Chávez Aliaga, director del periódico
El Perú de Cajamarca, dirigió una
asalto contra la Jefatura Departamental de esa ciudad y, después de apoderarse
de fusiles y municiones, atacó el local de la Prefectura. Él y sus aprtidarios
fueron denominados con al intervención del Regimiento Nº 11.
La ola sediciosa evidentemente concertada, se
manifestó en diferentes lugares del país. En Cerro de Pasco una multitud
dirigida por el capitán Gerardo Molina Núñez, destituyó al subprefecto y lo
redujo a prisión. Destacamentos enviados apresuradamente desde Lima, Huancayo y
Ambo consiguieron controlar la situación. Entre los cabecillas detenidos
estaban el Jefe Departamental de Huánuco, capitán Juan Gonzales y el teniente
de policía Zapata. Hubo también desórdenes en Huacho y en otros puntos de la
provincia de Chancay, así como en Huánuco, Ayacucho y Huancavelica.
La acción subversiva más importante fue planeada en la
capital. Debía iniciarse el 5 de diciembre con al captura de la central
eléctrica de Yanacoto, en la que estaban comprometidos el comisario de Chosica.
Teniente de la G.C. La Rosa y el dirigente del APRA Pedro Bedoya y Villacorta».
[29]
El doctor Federico Chávez Rázuri, prestó sus servicios en el hospital de
Trujillo durante la revolución. Sentenciado a muerte en ausencia, pudo fugar a
Chile, donde residió hasta su muerte.
[30]
Ibid. Pp. 11, 12 y 13.
[31]
Viajó por tierra en automóvil, lo piloteaba su amigo y pariente luis González
Orgebozo. Este hecho lo recordaba siempre. Contaba que salió disfrazado y que
nadie lo reconoció en el camino, excepto un alemán que era dueño de un
restaurant en el sitio denominado «Las Zorras». Llegó de noche. Terminando de
cenar, pagaron la cuenta al mozo que los había atendido. Subieron al carro para
continuar el viaje y ya iban a partir, cuando se acercó el dueño y le dijo: «si
no quieren continuar el viaje de la Guardia Civil, tomen el otro camino que los
sacará a la carretera, dos kilómetros arriba». Se despidió estrechándole la
mano, diciéndole en alemán: «¡Mucha suerte, señor Haya!».
[32]
Padre de Carlos Steer Lafont.
[33]
El 19 de febrero de 1939, siendo general y ministro de gobierno del Presidente
Benavides, dio un golpe de Estado, el que fracasó, al ser asesinado por el
comandante policía Rizo Patrón.
[34]
Ver cita Nº 24 en la pág. 45.
[35]
Ex presidiario y conocido hampón en aquellos años.
[36]
Combatió en la Guerra Civil Española, integrando una de las brigadas
internacionales.
[37]
Es el compañero Bedoya, muy buen activista del partido, no había sido ni era
del grupo de los «Dorados», conocido por el «Borrao» Bedoya.
[38]
Años más tarde, en una inspección que efectuó a la población penal, una unidad
móvil del Servicio Antituberculoso, le detectó a Melgar que tenía alojada una
balas de calibre 25 en los músculos del omóplato. En la fecha del atentado se
la habían curado como una herida superficial.
[39]
En el año 1945 a pedido de la célula parlamentaria aprista, el Congreso dictó
una ley para que se exhumaran los restos de los ocho marineros y fueran
trasladados al cementerio de Baquijamo. El partido se movilizó y se llevaron
ataúdes para su traslado, rindiéndoles el homenaje que se merecían.
[40]
Collazos logró por intermedio de un familiar ingresar a un convento. Estuvo
recluido un tiempo y salió cuando era presidente el general Benavides. Ingresó
a la universidad y se recibió de Escribano, ejerciendo su profesión hasta la
década del setenta.
“Como CPA, he referido clientes al Sr. Pedro y su compañía de préstamos durante muchos años con excelentes resultados. Recientemente tuve la oportunidad de usarlo para mi préstamo hipotecario, ¡y ahora sé por qué mis clientes siempre han estado encantados! Él es minucioso, oportuno, afable y, lo más importante, conocedor. Ciertamente me referiré a él durante mucho tiempo. Para cualquiera que busque un préstamo, comuníquese con el Sr.Pedro en whatsapp: + 1-863-231-0632, el Sr.Pedro es un oficial de préstamos que trabaja con compañías de préstamos de renombre que están listas para financiar cualquier tipo de proyecto siempre que usted esté dispuesto a realizar un reembolso según lo prometido. Aquí está el contacto de correo electrónico del Sr. Pedro ”pedroloanss@gmail.com
ResponderEliminar