El proyecto  positivista  en América Latina: Valentín Letelier y la defensa del Estado  Docente en Chile.

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Professor, Dr.phil. & Ph.D.  Hugo Cancino Troncoso
Department of Culture and  Global Studies
Aalborg University
DK-9220Aalborg East
Denmark
E-mail: cancino@hum.aau.dk
Phone: + 459940 9148

I. Introducción.
El ocaso de  la dominación colonial  en América Latina  y los esfuerzos  por construir los Estados nacionales, proceso  que en la mayoría de los casos, fue más allá del siglo XIX planteó un enorme  desafío para la primera generación de intelectuales nacionales. En las sociedades post coloniales, la gran mayoría de los intelectuales formaban parte de las elites criollas. Vivían en las grandes ciudades capitales  muy lejos de las regiones periféricas, pampas, montañas y llanos, vastas territorios  aún no integradas  en los Estados nacionales. Las ciudades como escribió José Faustino son los centros de  la “civilización  europea”.  Las regiones interiores o periféricas  encarnaban “ la barbarie” es decir la ausencia de instituciones, valores y formas de vida moderna. Según Sarmiento constituían  un universo  tradicional  y que por consiguiente no aportaba nada al proyecto civilizatorio. Sarmiento y muchos otros intelectuales modernizadores  rechazaron los cuatro siglos de la colonia española, como tinieblas y oscuridad y atraso: Como certeramente escribió Leopoldo Zea: Los emancipadores  mentales de la América Hispana se entregaron a la rara y difícil tarea  de arrancarse una parte de su propio ser, su pasado, su historia[1]. Del  mismo  modo las viejas civilizaciones prehispánica, como la Azteca  y el Incanato, sólo marginalmente se mencionan en los escritos de la intelectualidad criolla. Así los intelectuales  criollos se enajenaron  de  su propia realidades, complejas y heterogéneas al  buscar  paradigmas ideológicos, jurídicos  y educacionales en la Europa de la Modernidad.

Las elites intelectuales se fascinaron   por  los paradigmas europeos. De Francia  venía la luz  que  abatiría  las tinieblas  de los tiempos coloniales  y de Inglaterra  las tecnologías modernas, las maquinas y las locomotoras que pasaría   operar como   el símbolo del progreso y de la marcha rápida a la Modernidad. La Modernidad, que fue la utopía de la primera generación intelectual nacional, fue el movimiento ideológico, cultural y civilizatorio que alcanzara  su más alta expresión en el discurso  de la Ilustración y de la Revolución francesa, el cual tenía sus antecedentes remotos en el Renacimiento y la Reforma, acontecimientos que signaron la Modernidad europea[2]. Los intelectuales de Nuestra América fueron obsecuentes seguidores de los principios que le otorgaron identidad y coherencia al Discurso de la Modernidad: La Fe en la Razón  y en las Ciencias y en la capacidad de estas para transformar  la sociedad la sociedad, hacer a los hombres virtuosos y dominar la naturaleza  a los designios humanos; una fe ilimitada en el progreso indefinido de la Historia, que en su decurso superaría todas las opresiones, despotismos y dominaciones para acceder a bien  en la sociedad secular[3]; La noción que todos los hombres más allá de su adscripción nacional, étnica, social o ideológica deben disfrutar de los  mismos derechos  inalienables y garantías individuales, y en definitiva  la idea de una Humanidad y una historia común. El Positivismo  y su proyecto se gestó  en la matriz  de la Ilustración y fue talvez  la primera utopía de la Modernidad  que fue puesta a prueba en América Latina.

II. La  recepción del  Positivismo en América  Latina

La irrupción del discurso positivista en América  Latina en las elites intelectuales    se inicia alrededor de  1830, pero el período  que esta corriente filosófica y sociológica  logró  un significativa influencia en la política, en la educación y la cultura fue entre 1850 hasta alrededor  de  1920. Las obras principalmente   de Auguste Comte, Herbert  Spencer y H. Littré   accedieron a la casi mayoría de los países Latinoamericanos en sus versiones originales en  francés e inglés, aunque pronto  fueron reeditadas en Español. El público lector  era, como puede imaginarse,  muy reducido cerca  de un 70%  o más de la población no sabía leer y escribir  y por  lo tanto su universo y forma de vida estaba muy lejos de las élites ilustradas, que provenían de antiguas familias patricias. En general el positivismo  venía a llenar un vacío ideológico dejado por el orden colonial fundado en un catolicismo integrista. La fragmentación regional y política dejada  por la caída del orden colonial necesitada de la acción  de un discurso ideológico unificante y centralizador. Pocos países,  como es el caso chileno habían logrado construir  un Estado Nacional unificado. En Chile   se construyó un Estado autoritario bajo formas republicanas   que estaba basado en la iglesia, la oligarquía y las Fuerzas Armadas,  legitimado con la Constitución de 1833.  De este modo el Positivismo, especialmente el comtiano  funcionó  como un proyecto  ordenador, unificante y progresivo que estigmatizaba el pasado, es decir la tradición, especialmente religiosa y  la de los pueblos originarios. Ello explica su influencia  en la intelectualidad latinoamericana, que desde diversas perspectivas de análisis planteaba la ruptura con el pasado y la tradición.  como precondición para acceder  a la “civilización europea”.  Las  elites intelectuales  se fascinaron por la visión positivista  de una desarrollo social  permanente en marcha hacia el progreso indefinido  que culminaría en una fase final de la historia en que el espíritu científico  sería el discurso dominante que unificaría el orden social y pondría  punto final a los conflictos derivados  de los antagonismo de orden filosófico y político.
Las distintas versiones del positivismo fueron usadas en la práctica política, social y cultural  de los países latinoamericanos. La situaciones de recepciones y de  lectura del discurso se insertaron en necesidades también diversas  de esas sociedades, con diferentes grados  de conflictos políticos y regionales. En México bajo Porfirio Díaz  los intelectuales  positivistas fueron los ideólogos del paradigma de la modernización del régimen autocrático del Porfirismo. En un contexto represivo promovieron un proyecto de desarrollo capitalista basado en la inversión extranjeras en la construcción de vías férreas e infraestructura, en la  adquisición de tecnologías modernas.   Esta dinámica llevó a los Estados nacionales a implementar la colonización interior, expropiando a las propiedades comunitarias  a los pueblos indígenas  y entregándoselas a empresas extranjeras en nombre del progreso y la civilización.  La Represión y el  “progreso” marcharon juntos.  En Brasil los  intelectuales positivistas lograron  colocar su lema “Orden y progreso”,  nada menos que en la bandera nacional.
  En el marco del  pensamiento positivista  y del evolucionismo social  de Herbert Spencer los pueblos originarios  pertenecían al mundo salvaje y mágico y nada podían aportar a la “civilización”, es  decir la única para ellos existente: La civilización europea y occidental. Sus discípulos de America Latina asumieron estas ideas como propias   y  vieron en los pueblos indígenas   obstáculos objetivos  para la asunción plena de la civilización occidental[4].

III. El Positivismo  en Chile.
El positivismo  fue introducido en Chile  por José  Victorino Lastarria (1817-1888) una de las figuras más  descollante de la Generación de 1842, que reunió a un pléyade  de pensadores liberales cuyo común referente fue el paradigma de la Modernidad Europeo[5]. Ya hacia 1844 Lastarria se encontraba en las cercanía del discurso positivista en su trabajo científico.  En su quehacer historiográfico  se orientaba hacia  una orientación cientificista buscando en  los hechos históricos una lógica inmanente y la búsqueda de una causalidad  en los procesos históricos[6]. Lastarria  se encontró con el pensamiento de Auguste Comte  en 1868 y en sus “Recuerdo Literarios”, escribió que “hacía largo tiempo atrás él había partido de idénticas concepciones  para fundar en América la filosofía de la Historia”.[7] Lastarria fue el introductor del discurso positivista en Chile, fue también un consecuente liberal, fue un pensador  ecléctico y no aceptó  la idea de un régimen centralista y autoritario, que impusiera  la cohesión ideológica y limitara el pluralismo como una necesidad del progreso[8]. De ahí su consigna de Libertad  con Progreso. Podemos sostener que el positivismo chileno  tuvo en general una actitud crítica al discurso cerrado de Comte y también su posterior orientación  a  convertir el positivismo en la religión de la humanidad  con templo y rituales. En Chile esa posición tuvo limitada influencia. Un círculo  de personas en torno a los hermanos Jorge y Juan Enrique Lagarrigue, se organizaron en una comunidad religiosa positivista. El pensamiento positivista en Chile se expresó en el Partido Radical y el Liberal, y en la Masonería. El Positivismo historiográfico fue representado  por el historiador Diego Barros Arana quién escribió  una historia monumental de Chile. Valentín Letelier, cuyo pensamiento analizaremos el  próximo capítulo  fue  decisivamente  un positivista crítico de Comte y que discutió el sistema comtiano y lo adaptó  a las condiciones políticas y culturales existentes en Chile[9]. No aceptó de Comte su tesis de la Religión de la Humanidad: La religión de la Humanidad vendría a crear en pleno siglo XIX un culto que no responde a ninguna necesidad moral en los espíritus mas avanzados; y unos dogmas que son fruto de el método experimental, y unos misterios  que la Ciencia no comprende[10]. Valentín Letelier, como Lastarria fue un positivista heterodoxo   y contribuyó al desarrollo de la historiografía chilena, haciendo aportes significativos  en el ámbito de la metodología  y el análisis histórico[11].

IV. Valentín  Letelier (1852-1919)   y la defensa del  Estado Docente.


Valentín Letelier, jurista  y filosofo perteneció  a una generación de intelectuales  y políticos  que en la dos últimas  décadas   del  siglo  XIX  lucharon  desde el parlamento y la Prensa  por la secularización del   Estado y las  instituciones públicas.  Es decir, desalojar a la Iglesia Católica del espacio  público y trasladar las  funciones que desde el régimen colonial  eran ejercidas  por la Iglesia, como la formalización del matrimonio, la educación, y otros funciones al Estado  republicano. La discusión de esta reformas fue denominada en Chile, “las Cuestiones Teológicas” y se desarrolló entre 1860 y 1885[12]. La Iglesia se había opuesto a muchos  de los grandes progresos políticos que la República había realizado”- escribía Valentín Letelier-  Esta ha- “combatido la abolición del fuero eclesiástico, la secularización de la enseñanza, la libertad de cultos, etc., y cuando las leyes respectivas  se han dictado, a empezado a predicar que no deben ser obedecidas, se ha alzado en armas en contra del  Estado, y se ha propuesto educar para la reacción a las nuevas generaciones que se ponen en sus manos”[13].
     Valentín Letelier  perteneció  al ala izquierda  del radicalismo, después de romper con los liberales en 1891.  Los radicales propugnaban la educación científica, el sistema parlamentario de gobierno y la total separación de la Iglesia y el Estado[14]. Además de su actividad política  y su activa participación en el debate público, Letelier fue Catedrático de la Escuela de Derecho de  la Universidad de Chile y Rector de esta Universidad desde 1906 a 1912. En su debate en defensa del Estado Docente, Letelier se enfrentó con los personeros del Partido Conservador, partido de carácter clerical, que  de los actores principales en la construcción del Estado Oligárquico.  Los conservadores se opusieron   tenazmente a la implementación de las reformas liberales, a través del debate  parlamento y la Prensa[15].  Estos opusieron a  tesis del Estado Docente, la tesis de la Libertad de Enseñanza. Lo mas notable es que esta fue siempre una tesis liberal de la educación, que los liberales chilenos de ese tiempo no asumían, defendiendo por el contrario el principio del Estado Docente establecido en la primera  Constitución de Chile de 1833.  El canónigo conservador Joaquín Larraín Gandarillas  Sostuvo  “que el Estado no debe  poner obstáculos a la industria privada para fundar establecimientos de educación, ni hacer competencias  a la industria privada para fundar establecimientos de educación, ni hacer competencia a los establecidos, revistiendo a los fiscales de privilegios que dificultan la concurrencia”[16].  El principio  liberal clásico de libre concurrencia de mercaderías fue así extendidos  por los conservadores  y por la Iglesia  al campo de la educación, en un país y con más del 70 % de la población era analfabeta. Los colegios privados  regentados en ese tiempo por la Iglesia impartían enseñanza  pagada y sólo  educaban a los hijos de la oligarquía que tenían medios para pagarlos.  En la realidad de los hechos, La Iglesia y la oligarquía  temía  a la extensión de la enseñanza democrática y laica que se impartía en escuelas y Liceos.  Los conservadores  y la Iglesia  Católica, por la vía de una enseñanza pública y laica fueron   perdiendo  su control ideológico sobre  una parte considerable de la población.

En   los textos de Letelier nos encontramos con  una lectura  crítica  del Positivismo comtiano. Èl usa conceptos de este sistema para su análisis de la sociedad chilena y para construir una filosofía de la educación. Letelier  concibe al positivismo “ como un elemento poderoso para fundamentar sobre nuevas bases el pensamiento y la vida de nuestra sociedad después del rompimiento con España” [17]. En este contexto, Letelier asigna  al  Estado la función a través de la educación de crear  un espíritu nacional  y al ciudadano para “el ejercicio activo del derecho, pero también para  el austero cumplimiento del deber; fomentar el hábito al trabajo pero a la vez el culto de los ideales humanos, encender en las almas el amor a la patria, pero también  el sentimiento de confraternidad entre todos  los pueblos”[18].   A su juicio sólo el Estado que representa a todos puede ejercer  esa función cívica de construir la ciudadanía, la nación y los valores democráticos  “sin recurrir  al empleo de la fuerza” [19]. Para Letelier  la enseñanza impartida  por la Iglesia, por su naturaleza confesional no podía cumplir el objetivo  de crear la cohesión nacional y construir la ciudadanía. Sólo el Estado podía cumplirlo a través de “un sistema general de educación pública que tenga como base la ciencia pura, la ciencia que no procesa  ni despierta el odio”[20].

Valentín Letelier  formó parte del grupo de docentes fundadores del Instituto Pedagógico  de la Universidad de Chile en 1885, institución  que formó generaciones de  profesores  de enseñanza secundarias  en diversas disciplinas y que impartieron enseñanza en los liceos chileno. Los liceos fueron la expresión del Estado Docente de dar a las juventudes una enseñanza científica y laica, alejada de cualquier dogmatismo.
El debate  sobre las reformas liberales  fue perdiendo intensidad hacia fines del siglo  XIX,  en especial las controversias sobre  Estado Docente  versus Libertad de  Enseñanza.  La Iglesia Católica, como parte de una Iglesia internacional   se rearmo  ideológica e institucionalmente  para su lucha en contra de la Modernidad y las libertades modernas. En Chile prosiguió su defensa del orden oligárquico en contra del avance de las fuerzas sociales modernizadoras y democratizadoras  en el campo de la política y de la cultura. En 1888 fundó su propia Universidad, la Universidad Católica de Santiago, para formar profesionales católicos e influir en la cultura chilena  para así reducir el campo de acción e influencia de la Universidad de Chile. Al tiempo se incrementaron las escuelas y colegios particulares católicos organizados en un vasta  red en las principales ciudades de Chile. El Estado Docente chileno mantuvo el control  y supervisión de los planes, programas de estudios  y de los exámenes de las instituciones  de enseñanza particular en todos los niveles.
   Elementos del discurso positivista, como la cientificidad, el racionalismo, la crítica al integrismo religioso fueron parte de la cultura laica chilena que se expresó en el Partido Radical  y en las nacientes corrientes socialistas. La Universidad de Chile, que fue la Universidad nacional  y los Liceos fiscales fueron centros reproductores de es cultura. Ambas cultura la católica y la laica  vivieron lado a lado en la sociedad y el sistema políticos durante largas décadas. Alredor de 1965 se produjeron cambios significativos de la Iglesia Católica después del Concilio Vaticano II que se verificó entre 1962 y 1965. El tiempo de renovación eclesial  abierto por el concilio generó cambio significativos  del  los Episcopados y de los laicos frente a la cultura  moderna, el subdesarrollo  y la violencia establecida. Sin embargo, hubo sectores tradicionales  e integristas  que siguieron apoyando  a las oligarquías y dictaduras militares. Muchos sacerdotes, religiosas y católicos de base se integraron a los movimientos populares  y los partidos de izquierda  en los años 60  y 70.  


BIBLIOGRAFIA

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[1] Leopoldo ZEA: América  como conciencia, UNAM, Mexico, 1972, p.88.
[2] Véase sobre la Ilustración y sus problemáticas centrales: Jean-Jacques CHEVALIER: Histoire de la Pensée Politique, Payot, Paris, Tomo II,  1979, pp. 89-122; George SABINE: Historia de la teoría política, F.C.E., México, 1963, pp. 406-438.
[3] Ver: J.B.BURY: The idea of Progress. An Inquiry into the Origin and Growth, Dower Publications, New York, 1960, pp. 144-216.
[4] “Lo que llamamos América independiente no es más que la Europa establecida en América…El indígena no figura ni compone mundo en nuestra  sociedad política y civil…Nosotros  los que nos llamamos americanos,  somos otra cosa que europeos nacidos en América. Cráneo, sangre , color, todo es de fuera. No conozco persona distinguida de nuestras sociedades que lleve apellido pehuenche o araucano””. , Juan Bautista ALBERDI: Bases y puntos de partida para la organización política  de la República Argentina, Imprenta del Mercurio, Valparaíso, Chile, 1852, pp. 49-50.
[5] Ver: Hugo CANCINO TRONCOSO: “La Generación de 1842 y la cultura de la Modernidad europea en Chile”, Noter og Komentar, No. 99, septiembre, 1993, Romanske Centre, Odense Universitet.
[6] En esta relación ver: José Victorino LASTARRIA: Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i el sistema social  de los españoles en Chile, Memoria presentada a la Universidad de Chile en su sesión general de 22 de setiembre de 1844.
[7] José Victorino LASTARRIA: Recuerdos Literarios (1868),  Editorial Zig-Zag, Santiago de Chile, 1967, p. 229.
[8] O. Carlos STOETZER: Iberoamérica: Historia política y Cultural, Editorial Docencia, Buenos Aires, 1998, p.222.
[9] O. Carlos STOETZER  señala  que en el pensamiento de Letelier  se observó una actitud filosófica selectiva como en Lastarria: aceptó sólo aquellas partes  del comtismo  que podían ajustarse al ambiente de Chile”., Stoetzer, op. cit. p.223.
[10] V. LETELIER: Filosofía de la Educación,  p. 498.
[11] Ver: Allen L. WOLL: Positivism and History  in Ninetheenth-Century Chile: José   Victorino Lastarria y Valentín Letelier, Journal  of The History  og Ideas, Vol. XXXVIII, No 3, 1976, pp. 500-506.
[12] Para una discusión véase: Ricardo DONOSO: Las ideas políticas en Chile, Fondo de Cultura Económica, México, 1946, pp. 202-277.
[13] Valentín LETELIER: Filosofía de la Educación, ,Cabaut y Cia. Editores, Buenos  Aires, 1927, 652-653.
[14] Julio César JOBET: Ensayo crítico del desarrollo económico social de Chile, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1955, pp.53-55.
[15] Para la interpretación  conservadora del debate véase: Abdón CIFUENTES, Memorias (1836-1928), I tomo, Nascimento, Santiago de Chile, 1956, pp.143-332. Cifuentes, político conservador fue uno de los oponentes a las tesis  de Valentín Letelier.
[16] Joaquín LARRAIN GANDARILLA en V. LETELIER: La Lucha por la cultura, Encuadernadora Barcelona, Santiago de Chile, 1895, p.  86
[17] Valentin LETELIER: Filosofía de la Educación, p.621.
[18] Ibidem., p. XVII.
[19] Ibedem. p. 622.
[20] Valentin LETELIER: La Lucha por la Cultura, p. 313.

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