CUARTO CENTENARIO DEL CARISMA VICENTINO
Parroquia
Medalla Milagrosa
Lima,
25 de octubre 2017
Con motivo de tan
importante conmemoración, Monseñor Raimundo Revoredo Ruiz, C.M., Obispo
Emérito de Juli y Vicepostulador de la Causa de Beatificación de Monseñor
Emilio Lissón Chaves, C.M.; y el Padre
José Antonio Ubillús Lamadrid, C.M.,
Párroco de la Parroquia Medalla Milagrosa, invitaron a los historiadores
María Delfina Álvarez Calderón, Rafael Sánchez Concha y Hugo Vallenas Málaga a intercambiar
ideas sobre la Congregación de la Misión
y su más ilustre representante: Monseñor
Emilio Lissón Chaves, 27º
Arzobispo de Lima. Fueron presentados por la
Dra. Gloria Cristina Flórez y sus
exposiciones recibieron el caluroso aplauso de una selecta concurrencia. Esta
es la versión escrita de la disertación del historiador Vallenas.

Bula papal del 25 de febrero de 1918 del papa
Benedicto XV, que designa a Monseñor Emilio Lissón, a los 46 años de edad, como
el 27º Arzobispo de Lima.
El pensamiento social de Monseñor Emilio Lissón Chaves y su obra arzobispal
Hugo
Vallenas Málaga
“Los pobres son nuestros señores y maestros.
Maestros de vida y pensamiento. Junto a ellos la inteligencia se esclarece, el
pensamiento se rectifica, la acción se ajusta, la vida se modela desde el
interior”.
San Vicente de Paúl

Monseñor
Emilio Lissón Chaves
(Arequipa 1872-Valencia 1961)
Fuera del ámbito religioso,
a Monseñor Lissón se le recuerda más como el arzobispo presuntamente
conservador e intolerante a quien se enfrentó el joven líder estudiantil Víctor Raúl Haya de la Torre el 23 de mayo de 1923.
Otros lo señalan como el primer arzobispo peruano acusado de manejos
financieros ilícitos por un gobierno, en este caso la junta dictatorial de Luis M. Sánchez Cerro a fines de 1930.
Son dos leyendas urbanas
erradas y sin sustento. No fue un arzobispo opuesto a la modernidad y resultó
inocente de todas las acusaciones de ese irresponsable dictador. Monseñor
Lissón destacó por su alta valía intelectual, sus virtudes eclesiásticas y por
su honesta dedicación a las necesidades de los pobres.
Aplicó con ahínco las cinco virtudes carismáticas del
misionero vicentino: humildad, sencillez o pureza de intención, mansedumbre,
mortificación y celo apostólico. En Valencia, España, alcanzó fama de santidad y por
eso su caso se encuentra en proceso de beatificación. La finalidad de esta
disertación es contribuir a saber quién fue realmente Monseñor Lissón y ayudar
a restablecer el lugar que le corresponde en nuestra historia patria.
1- ILUSTRE DISCÍPULO DEL PADRE HIPÓLITO DUHAMEL
El recordado Monseñor Juan Francisco Emilio
Trinidad Lissón Chaves, sacerdote vicentino, nació en Arequipa el 24 de mayo de
1872. Estudió la secundaria en el Colegio Seminario “San Vicente de Paúl” de la
Congregación de la Misión (padres lazaristas o paúles o vicentinos) de
Arequipa. Influyeron en su formación los padres lazaristas Hipólito Duhamel
(director-fundador del plantel) y José Domingo César, ambos de ejemplar
trayectoria educativa y pastoral en la Ciudad Blanca.
El padre Duhamel, de extensa y sacrificada
actividad misionera en China, se instaló en Arequipa en 1880 y fundó el Colegio
Seminario “San Vicente de Paúl” en 1883, a la vez que ejerció como rector del
Seminario Conciliar de San Jerónimo de Arequipa desde 1899 a 1905. El padre
Hipólito Duhamel formó a sus discípulos en la humildad y el amor por los pobres
y Emilio Lissón fue uno de los más destacados. En la zona monumental de la
ciudad, a espaldas de la iglesia de Santo Domingo, un bello parque recuerda la
vida virtuosa del padre Duhamel.
2- EL PADRE POUGET Y EL CARISMA VICENTINO
Emilio Lissón fue un estudiante brillante en las
aulas del Colegio Seminario “San Vicente de Paúl” de Arequipa. Decidió su
vocación religiosa e ingresó a la congregación vicentina en 1892. Se formó como
sacerdote en Francia y se ordenó en París en la Casa Madre de la Congregación
de la Misión el 8 de junio de 1895, a los 23 años (antes de la edad canónica de
24 años). Fue muy influyente en su formación sacerdotal el padre Guillaume Pouget (1847-1933), personaje
emblemático del carisma vicentino, de fina elocuencia y gran sabiduría,
entonces ya ciego, a cuya humilde celda conventual acudían a consultarle
filósofos eminentes como Henri Bergson,
Miguel de Unamuno y Jean Guitton[1].
En sus muy valiosas enseñanzas, el padre Pouget
puntualizó de forma muy clara el significado del carisma vicentino, que el renombrado académico francés Jean Guitton[2] ha
difundido con gran clarividencia. Estos son sus puntos básicos:
●
Leer y vivir
el Evangelio a
partir de los pobres y con
ellos.
●
Unir evangelización y diaconía.
●
Dar una vivencia
de esperanza: Dios no
defrauda ni abandona al pobre.
●
Una opción afectiva y efectiva por el pobre.
●
Crear cauces concretos y prácticos para
la generosidad del pueblo creyente.
●
Ir siempre al encuentro del otro, como un signo de la futura sociedad del amor.
El carisma vicentino entiende la unión de evangelización (del griego euangelion: buena nueva) y diaconía
(del griego diakonos: servir) como la
propagación de la palabra en estrecha relación con lo que San Vicente de Paúl
llamaba “entregarse a los pobres”:
aliviar sus penas, hacerles sentir que el amor divino está cerca de ellos. A su vez, “ir siempre al encuentro del otro” significa acudir con la misma
entrega a quienes son distintos a nosotros y se han formado en otras creencias
y costumbres, incluso otras religiones. “Nunca
defraudar al pobre” (sea cual sea su color, credo y origen) es un
señalamiento carismático vicentino de importancia fundamental.
3- EL LLAMADO DE LA ENCÍCLICA
RERUM NOVARUM
También influyó mucho en el joven padre Lissón la
encíclica Rerum novarum (“De
las cosas nuevas”) dada por el Papa León XIII el 15 de mayo de 1891, un año
antes de la llegada del joven novicio Lissón a Europa. En Roma y París, el
futuro arzobispo fue testigo de las apasionadas discusiones que provocaba esta
encíclica, tan adelantada a su tiempo.
La carta encíclica Rerum Novarum definió y sentó las bases de la doctrina social de la
iglesia en términos modernos, respondiendo por igual al radicalismo marxista de
la “lucha de clases” y al “capitalismo salvaje” indiferente hacia los pobres.
Al regresar al Perú, Emilio Lissón fue uno de los más hondos conocedores y
defensores de esta encíclica, que incluso muchos religiosos consideraban
demasiado audaz y controversial.
En la encíclica
Rerum Novarum se indica:
●
“No se debe considerar
al obrero como un esclavo. Se debe respetar la dignidad de la persona y la
nobleza que a esa persona agrega el carácter cristiano”.
●
“Es parte del
magisterio de la iglesia en asuntos sociales la necesidad de adoptar medidas en
favor de los obreros con la consiguiente intervención del Estado: normas de
higiene y seguridad en el trabajo, tutela del descanso dominical, limitación de
horarios y jornadas laborales, etc.”.
En esta encíclica el Papa León XIII también señala
límites a la protesta social:
●
“Poner íntegra y
fielmente el trabajo que libre y equitativamente se ha contratado; no
perjudicar de modo alguno al capital, ni hacer violencia personal contra sus
amos. Al tratar de defender sus propios derechos, abstenerse de la fuerza y no
armar sediciones, ni asociarse con hombres malvados y pérfidos que falsamente
les hagan concebir desmedidas esperanzas”.
El Papa Pío XI reafirmó esta doctrina en la
encíclica Quadragesimo Anno el 15 de
mayo de 1931. Es en el marco de estas dos encíclicas que se formaron los
movimientos políticos que hoy conocemos como Democracia Cristiana y Social
Cristianismo.


Izquierda: Humilde y erudito sacerdote vicentino Guillaume
Pouget
Derecha: Papa León XIII, a quien debemos la
encíclica Rerum Novarum
4- DE REGRESO EN EL PERÚ: CON
LOS POBRES Y LOS JÓVENES
En 1895, Emilio Lissón volvió a su natal Arequipa,
donde fue director del Seminario Menor y del Colegio Apostólico. El historiador
eclesiástico José Antonio Benito
Rodríguez señala como uno de sus más destacados alumnos arequipeños al
jurista, escritor y diplomático Víctor
Andrés Belaunde, con quien mantuvo una cordial amistad por muchos años[3].
En 1907, en Trujillo, Lissón fue director del
Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo. Allí tuvo como alumnos a los
hermanos Víctor Raúl y Agustín Haya de
la Torre y Antenor Orrego
(futuros fundadores del APRA) y al artista plástico Macedonio de la Torre. Los biógrafos de Haya de la Torre coinciden
en destacar la enseñanza del Colegio Seminario de Trujillo como fértil en
apertura humanista y fomento del espíritu crítico y del deporte, “lejos de la
actitud sombría y puritana del siglo XIX”[4]. Todo esto sin excluir el
carisma vicentino de sensibilidad hacia el dolor del prójimo y devoción por los
pobres, que caló hondo en los futuros fundadores del aprismo.
Lissón tenía la excepcional cualidad de poder
enseñar con igual dominio cursos de ciencias, letras e idiomas. Quienes lo
conocieron consideran que su principal vocación era sin duda la enseñanza.
Aunque solo estuvo dedicado a esta labor hasta 1908, dejó profunda huella por
su apreciación moderna de la enseñanza tanto religiosa como humanística.
Durante este período tampoco dejó de estudiar. Mientras en Arequipa dirigía el
Seminario Menor y el Colegio Apostólico y enseñaba Teología y Derecho en el
Seminario Mayor, estudió Ciencias
Naturales y obtuvo el bachillerato en la UNSA (Universidad Nacional “San
Agustín”) de la Ciudad Blanca.

Monseñor Lissón rodeado de jóvenes sacerdotes
durante su obispado en Chachapoyas.
5- EL OBISPO DE CHACHAPOYAS
QUE VINO A SERVIR, NO A SER SERVIDO
En 1908, el papa Pío X lo nombró obispo de Chachapoyas: una difícil
diócesis de 120 mil km2 y 70 mil habitantes, muchos de ellos sin
bautizar, pobres, iletrados y casi incomunicados. El padre Lissón se consagró a
esta nueva responsabilidad a los 37 años, el 19 de septiembre de 1909.
El informe que sirve de base para su preconización
en el Vaticano señala: “El padre Lissón se distingue por su austera vida
sacerdotal, por su acrisolada piedad, por su rara modestia y por su afición al
estudio. Es además de carácter firme y emprendedor y de grandes iniciativas”.
Su primera carta pastoral como obispo es de claro perfil carismático vicentino.
Dice en ella: “Vengan sacerdotes del Señor, […] vengo no para ser servido, sino
para serviros. […] Venid particularmente los pobres, de vosotros dijo el
Maestro que es el reino de los cielos y vosotros constituís los preciados
tesoros de la Iglesia”[5].
Como obispo de Chachapoyas destacó por sus obras
sociales. Creó el Instituto de Hermanas de Santa Rosa para atender obras
caritativas y proteger niños desamparados. Hizo instalar talleres de mecánica,
una imprenta, un aserradero, una carpintería, un almacén y un molino para pilar
arroz para ayudar a los más necesitados. Hizo las gestiones y ayudó a que
cuenten con energía eléctrica las instituciones civiles y eclesiásticas de Chachapoyas,
así como muchos vecinos.

Dirigió personalmente la reconstrucción de la
catedral y reabrió el seminario. Instituyó un colegio menor con residencia para
los alumnos y, siguiendo el ejemplo de Santo Toribio de Mogrovejo, convocó
cuatro sínodos diocesanos en los años 1911, 1913, 1916 y 1918. Siempre
preocupado por el aspecto educativo y cultural de la evangelización, fundó el
periódico provincial El Orden. Esta
amplia labor realizada en una diócesis que en 1909 parecía perdida para la
Iglesia, por la extrema pobreza, el desorden, la codicia, la violencia y la
corrupción política, mostró a Monseñor Lissón como un obispo virtuoso, de gran
talento administrativo y sobre todo muy sensible ante las necesidades de
quienes nada tienen[6].
6- EL MENSAJE SOCIAL DEL
OBISPO DE LOS POBRES
La obra realizada en Chachapoyas hizo ganar a
Lissón el sobrenombre de “obispo de los pobres”. Y sus cartas pastorales, sus
declaraciones, sus artículos en la prensa eclesiástica y sus sermones,
mostraban en forma clara un ideario coherente y sólidamente basado en el carisma
vicentino. Veamos una elocuente muestra del pensamiento social de Monseñor
Lissón. Este es un ejemplo de lo que pensaba sobre la
riqueza y la pobreza:
“Yo
debo amar a Cristo en el pobre y, por consiguiente, buscar los medios de que mi
amor sea efectivo y no solo de palabra [...]. A todos se ha dicho: ‘Vade, vende omniaquaehabes et da
pauperibus’ (‘Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres’, Mateo,
19:21), sin que ello signifique que haya de entenderse en el sentido vulgar de
vender [...]. Suponer esto sería un absurdo. ‘Vende omniaquaehabes et da pauperibus’ quiere decir: ‘Pon todo lo
que tienes inteligentemente y eficazmente al servicio de los pobres’ [...].
Cada cual debe conservar lo necesario para su honesta sustentación. El
presupuesto de todo cristiano debe suprimir lo superfluo; lo superfluo debe ser
empleado en servicio de los pobres”[7].
Es interesante esa precisión: “pon todo lo que tienes
inteligentemente y eficazmente al servicio de los pobres”. La idea básica es
realizar emprendimientos y fundar instituciones que permitan engrandecer y
mantener en el tiempo aquello que se destina a los pobres.
7- CÓMO ALIVIAR EL CONFLICTO
ENTRE RICOS Y POBRES
Y aquí podemos apreciar
el pensamiento de Monseñor Lissón Chávez sobre el conflicto humano entre
riqueza y pobreza: “Cristo está realmente en el pobre [...]. No se debe pensar
en resolver la cuestión social para alejar el comunismo; esto se llama egoísmo.
Si el comunismo nos hiciera amar a Cristo, que venga en el acto. Tampoco se
debe hacer caridad y resolver la cuestión social para conservar el capital.
Esto al egoísmo le añadiría la nota de hipocresía. La cuestión social se debe
resolver por amor a Cristo, que sufre en los pobres [...]. Los ricos no pueden
estar tranquilos teniendo capitales en bancos que los usan o emplean fuera del
cristianismo o contra el cristianismo [...]. Los ricos, si quieren salvarse,
están obligados a emplear sus capitales totalmente en bien del prójimo”[8].
Para Monseñor Lissón
Chávez los conflictos sociales deben encararse con una actitud caritativa
integral y una observancia generosa de los derechos laborales. Afirmaba que “el
capital y el trabajo se necesitan y complementan para el progreso y bienestar
social”, incluyendo propuestas concretas para lograr la paz laboral[9]. En
una Carta Pastoral de 1919, Monseñor Lissón aboga por la representación de los
trabajadores en los directorios de las empresas, su participación de un
porcentaje de las utilidades y poder ahorrar y obtener un beneficio de una
parte de su salario retenido y capitalizado por la empresa[10].
La doctrina social de
Monseñor Lissón, inspirada en la encíclica Rerum
Novarum, se anticipa en muchos años al ideario político social-cristiano de
políticos como José Luis Bustamante y
Rivero en Mensaje al Perú (1955)
y Héctor Cornejo Chávez en Nuevos principios para un nuevo Perú
(1960), al mismo tiempo que coincide con algunos aspectos de la Teología de la Liberación, formulada
por el padre Gustavo Gutiérrez en
1972.

Monseñor Lissón y el Presidente Leguía se
saludan durante la ceremonia de inauguración de la Plaza San Martín, el 27 de
julio de 1921. “El arzobispo Lissón no era leguiísta, Leguía era lissonista”,
expresó con acierto el historiador Rafael Sánchez Concha en el coloquio que
compartimos el 25 de octubre de 2017 en la parroquia Medalla Milagrosa.
8- FUE ARZOBISPO POR SUS
PROPIOS MÉRITOS, NO POR FAVORES POLÍTICOS
Aunque los libros de historia asocian estrechamente
a Monseñor Lissón con el Presidente
Augusto B. Leguía, su nombramiento como arzobispo —entonces correspondía al
Presidente de la República presentar a
la Santa Sede las propuestas para ocupar las prelaturas— fue el resultado de
sus méritos como obispo de Chachapoyas y no fue conferido por Leguía sino por
el Presidente José Pardo. Como es
bien sabido, José Pardo y el futuro Presidente Leguía eran enconados rivales.
Lissón fue nombrado por sus méritos eclesiásticos y no por motivos políticos.
Los nombramientos de obispos y arzobispo tenían
entonces la mediación de los poderes públicos, ya que la Bula Papal Praeclara Inter Beneficia (dada por el Papa Pío IX en 1874) otorgaba a los Presidentes el Patronato
de la Iglesia del Perú, y, en consecuencia, gozaban de la facultad de presentar a la Sede Apostólica eclesiásticos
dignos y aptos para ocupar las sedes vacantes[11]. Así ocurrió con el Padre
Lissón cuando fue nombrado obispo de Chachapoyas y también para su
preconización como arzobispo de Lima.
En efecto, tras el deceso de Monseñor Manuel García Naranjo el 10 de septiembre de 1917, el
Presidente José Pardo solicitó de la Santa Sede la promoción del Obispo de Chachapoyas
al Arzobispado de Lima. El 25 de febrero de 1918, el papa Benedicto XV designó a Monseñor
Emilio Lissón, a los 46 años de edad, como el 27º Arzobispo de Lima. Monseñor tomó posesión de su cargo el 20 de
julio de ese año. Faltaba todavía un año para que concluyera el segundo gobierno de don José Pardo y
Barreda.
9- ADVIRTIENDO CONTRA “EL
LIBERTINAJE DE LAS COSTUMBRES”
Desde
el inicio de su arzobispado, al mismo tiempo que predicaba la justicia social y
el amor a los pobres, Monseñor Lissón fue un celoso defensor del imperio de los
sacramentos católicos en la vida de los peruanos. Se oponía al divorcio y
consideraba que el Estado debía defender que la educación pública se ciña a los
preceptos de la Iglesia de Roma. Le preocupaba la presencia creciente del librepensamiento, la francmasonería y lo que él llamaba “las perniciosas sectas protestantes”.
Todas estas corrientes demandaban un Estado
laico, donde la Iglesia Católica pierda su primacía.
Mediante
sus dos primeras cartas pastorales, del 20 de julio y el 2 de agosto de 1918,
Monseñor Lissón se enfrentó con firmeza a los “masones y liberales” y a los
“laicizantes de toda laya”, a los que denunciaba por querer privar a la Iglesia
de su influencia social y “recluirla en el reducto de la sacristía”. El
arzobispo consideraba que el divorcio, el matrimonio civil, la escuela única y
laica y la tolerancia de todas las religiones creaban “el libertinaje de las costumbres”, que no eran en modo alguno libertades
sino, “más que libertades, perdición”.
Como recuerda su biógrafo, el padre José Herrera C.M., “siempre mantuvo
Monseñor esta línea, perfectamente ortodoxa”[12].
10- DEFENDIENDO QUE EL ESTADO
PROFESE Y PROTEJA EL CATOLICISMO
Oponerse
al avance de los defensores del Estado
laico no fue una lucha fácil. Cuando Monseñor Lissón asumió el arzobispado
de Lima, todavía estaba vigente el precepto constitucional de 1860, que decía a
la letra en el Art. 4º: “La Nación
profesa la Religión Católica, Apostólica, Romana. El Estado la protege y no
permite el ejercicio público de otra alguna”. Monseñor se aferró a este
principio. Sin embargo, los tiempos estaban cambiando. La Constitución que dio
el Presidente Leguía en 1920, excluyó en su Art. 5º el aspecto restrictivo.
Decía solamente: “La Nación profesa la
Religión Católica, Apostólica, Romana. El Estado la protege”. Los
privilegios tradicionales de la Iglesia empezaban a reducirse.
El
debilitamiento de la autoridad de la Iglesia Católica significaba para Monseñor
Lissón la fácil propagación de la desobediencia social, la anarquía e incluso
la violencia. Los trágicos sucesos del período 1930-1933 le dieron la razón.
Nueve años después de esa carta pastoral, cuando Monseñor Lissón ya no era
arzobispo, la Constitución de 1933 oficializó en su Art. 232º la tolerancia
religiosa: “Respetando los sentimientos
de la mayoría nacional, el Estado protege la Religión Católica, Apostólica y
Romana. Las demás religiones gozan de libertad para el ejercicio de sus
respectivos cultos”.

Monseñor Lissón durante una ceremonia litúrgica en la
Catedral de Lima en 1924.
Como
puede verse, es muy distinto que el Estado “profese y proteja” la Religión
Católica (1920) a que solamente la “proteja” permitiendo a su vez la libre
acción de otras (1933). Desde el punto de vista de Monseñor Lissón, tal como lo
señala en sus mensajes pastorales, la adopción del principio liberal permitiría
que de inmediato se otorgue el divorcio absoluto y el matrimonio civil
obligatorio, como de hecho ocurrió apenas se normó la libertad de cultos en
1933[13].
11- LA SANTA CRUZADA CONTRA
“LAS SECTAS PERNICIOSAS”
Como
ya hemos señalado, Monseñor Lissón argumentó repetidas veces que suprimir en la
Constitución el acápite restrictivo de la profesión de fe católica del Estado
—esto es, que “el Estado la protege y no
permite el ejercicio público de otra alguna”— abría las puertas de par en
par a los más avezados enemigos de la Iglesia. Para el arzobispo, la libertad
de acción de otras iglesias cabía dentro del concepto ya existente de libertad
de pensamiento. No podía ni debía entenderse como una disminución de la sacralidad del dogma de fe católico, que el
Estado no debía dejar de profesar. El catolicismo, si en verdad era protegido
por el Estado, no podía ser una religión
más “entre otras”, como un volumen confundido con tantos otros en un
librero.
Esto
lo señaló contribuyendo al debate parlamentario de 1919-1920, antes de
promulgarse la Constitución del Presidente Leguía. En una carta pastoral del 30
de enero de 1919 denunciaba: “La supresión de la última parte del artículo 4º
de nuestra Carta Política —se refiere a la Constitución de 1860, que protege la religión Católica Apostólica
Romana y no permite el ejercicio público de otra alguna— no otorga ante
nadie el derecho de oponerse públicamente a la religión del Estado ni a hacer
propaganda en contra, como se viene haciendo, con peligro no solo de la fe,
sino de la tranquilidad pública”.
El
arzobispo se refería a los informes que recibía sobre la forma en que se
enseñaba el curso de religión —bajo el nombre de “historia bíblica”— en los
recién fundados colegios laicos (Lima High School, Callao High School, Colegio
Alemán, Colegio Anglo-Peruano y otros): “Abusando de la libertad que conceden
las leyes, se han establecido en esta archidiócesis escuelas dirigidas por
personal protestante de varias sectas o denominaciones. Y decimos ‘abusando’,
pues dichas escuelas no limitan su labor a la enseñanza de las ciencias
humanas, sino que van más allá, impugnando y atacando a la religión católica”[14].
12- REPRIMENDA A LOS
“CATÓLICOS ILUSOS”
Monseñor
Lissón seguía de cerca la actividad de los líderes religiosos protestantes. Uno
de ellos, John A. Mackay
(1889-1983), importante teólogo y educador de la iglesia presbiteriana
escocesa, había fundado en 1917 en Lima el colegio Anglo-Peruano (luego llamado
San Andrés), ejercía con amplia libertad la cátedra universitaria en San Marcos
cuestionando el catolicismo y era un influyente difusor de la tesis del Estado laico entre los
intelectuales jóvenes. Fue también el gestor de la YMCA (Young Men Christian Association-Asociación Cristiana de
Jóvenes); organización que atraía muchachos a las iglesias protestantes
mediante el deporte.
El
Dr. Mackay, muy influyente en Víctor
Raúl Haya de la Torre, José Carlos
Mariátegui y Jorge Basadre,
libraba una intensa campaña de ridiculización del catolicismo. El culto a
imágenes como el Señor de los Milagros o el Señor de Luren era vulgar idolatría
—“una imagen humana materializada a la cual se atribuye una virtud especial”— y
aseguraba que “menos repulsivamente materialista pero no menos fetichista, es
la rehumanización de Cristo en el viático y en el Sagrado Corazón”. Acusaba al
catolicismo de negar a Jesucristo: “Lo primero que salta a nuestra vista del
Cristo criollo es su falta de humanidad. […] Aparece exclusivamente en dos
papeles dramáticos: el de un niño en los brazos de su madre y el de una víctima
dolorida y sangrante. Es el cuadro de un Cristo que nació y murió pero que no
vivió jamás. […] No han conocido otro Cristo, excepto el que se presta para que
ellos lo compadezcan y apadrinen”[15].
Como
el Dr. Mackay, diversos misioneros protestantes ingleses, estadounidenses,
alemanes y franceses, hacían una labor misionera que incluía propaganda muy
agresiva contra el catolicismo, con el apoyo de instituciones oficiales de sus
países[16].
Por esta razón, para Monseñor Lissón, la
tesis del Estado laico no implicaba una verdadera libertad de cultos sino
el dominio del protestantismo, tanto espiritual como económico. En una carta
pastoral del 1 de marzo de 1924, luego de dar una reprimenda a los “católicos ilusos, como son todos
aquellos que de alguna manera apoyan a la YMCA”, advertía: “Si el protestantismo
llega a establecerse en nuestra Patria, ciertamente producirá efectos más
terribles y desastrosos que los que está produciendo en los países donde trae
su origen”[17].
Yendo
todavía más lejos, Monseñor Lissón, en la carta pastoral ya citada, del 30 de
enero de 1919, ordena a los párrocos y sacerdotes emprender una “cruzada” católica contra las “sectas
perniciosas” protestantes, advirtiendo a “los padres y madres de familia,
tutores y guardadores de niños, que bajo cualquier pretexto envían a sus hijos
y pupilos a tales centros de enseñanza, que cometen pecado mortal contra la fe,
y si advertido, como ahora lo hacemos, continúan exponiéndolos en ocasión
próxima de perder la fe, incurrirían en excomunión
de la Iglesia”[18].
13- DEFENSA DEL CULTO MARIANO,
DE SANTA ROSA Y DE LA COMUNIÓN
Respondiendo al boletín
protestante “El Alba” —que denunciaba que el catolicismo ha convertido “la
religión de Cristo en la religión de María” y que sería por tanto “un culto
idolátrico y contrario al Evangelio”— Monseñor Lissón empleó palabras muy
duras: “Una ley les ha concedido benigna tolerancia en este país. No vengan a
ofender al pueblo cuyo suelo los sustenta y de cuyo pan se alimentan. Ninguna
ley les concede el derecho de hacer propaganda insultándonos en nuestra propia
casa y perturbando el orden público […] ni les autoriza a combatir, como lo
hacen diariamente, la religión católica, que es la de la nación peruana y que,
por consiguiente, custodia y protege nuestra Constitución”[19].
En ese mensaje y en otros
relacionados con el mismo asunto, Monseñor se refería a tres temas atacados por
el protestantismo que consideraba fundamentales para la dignidad eclesiástica
católica: el culto mariano
—defendido con la energía que acabamos de
comprobar—, la santidad de Rosa de Lima
y el carácter milagroso de la comunión. En todos ellos se mostró enérgico e
indoblegable. Algo que no ocurre en la misma magnitud en nuestros días.
En
su segunda carta pastoral, del 2 de agosto de 1918 —bien escrita, de clara
solidez doctrinal y con impecable fundamento bíblico como todas las suyas—,
Monseñor Lissón convocó a los peruanos a erigir un santuario nacional a Santa
Rosa de Lima, denominándola “mística
Rosa, gloria de Lima, alegría del Perú, honra de nuestro pueblo y abogada
nuestra ante el trono del Altísimo”. Se pedía a todos los fieles, de todas
las condiciones económicas, a contribuir con 50 centavos anuales, durante 6
años, para hacer realidad este santuario (que hoy todos conocemos y elogiamos).
Este proyecto fue duramente atacado por liberales y protestantes. Contra viento
y marea, el arzobispo lo hizo realidad[20]. Ante la
siempre creciente afluencia de fieles, el santuario erigido por Monseñor Lissón
se ha seguido ampliando. La última modificación data del 24 de agosto de 1992.
Sobre
el carácter milagroso de la comunión durante la misa, Monseñor defendió que no
se trataba de un tema intelectual, de una creencia frente a otra, sino de un
principio fundamental para la salvación de las almas. Sustentaba con énfasis
que si se cuestiona que la comunión sea la transubstanciación o transformación
del pan en el verdadero cuerpo místico de Jesucristo, se está cuestionando al catolicismo en su raíz y se
está abandonando la fe. Si se desconoce la hostia sagrada como “divino pan
de vida eterna” y se niega que represente el “divino enlace” entre los hombres
y su Creador, se está cuestionando la
razón de ser de la Iglesia Católica. Un Estado que “protege” a la Iglesia
no puede permitirlo.
En
una elocuente carta pastoral del 1 de febrero de 1920, Monseñor comentaba sobre
este delicado tema: “Ahí tenéis a los protestantes; en sus templos no hay
comunión, y si conservan algunas ceremonias, son recuerdos de la Santa Madre
Iglesia, de la que se separaron, como es la por ellos llamada cena o aún
comunión, pero que no es para ellos sino una figura; para ellos no hay
eucaristía, ya que, según ellos, no hay la transubstanciación o cambio de la
sustancia de pan en el Cuerpo de Jesucristo, y por lo mismo, no hay comunión
con Cristo, pues no uniéndose a su Cuerpo no pueden unirse con su alma que a Él
está unida”[21].
Esta claridad y firmeza sobre un punto tan crucial para la Iglesia da una idea
exacta de la singularidad espiritual del arzobispo de Lima.
14- EL ARZOBISPO LISSÓN Y EL PRESIDENTE LEGUÍA
Recordemos que Monseñor Lissón inició su
arzobispado contando con la más amplia confianza del Presidente José Pardo. Al año siguiente ganó las elecciones el
candidato Augusto B. Leguía, quien
también expresó su confianza y deseo de colaboración con el arzobispo. Pero
había una diferencia crucial entre ambos líderes políticos. Pardo era un
político moderado y concertador, representante de los grupos tradicionales de
poder. Leguía era un hombre enérgico, que deseaba cambiar las reglas y tenía
planes económicos y sociales ambiciosos, lo cual generaba poderosos
adversarios.
Si bien el renovador
Presidente de la “Patria Nueva” dio amplio respaldo a las iniciativas de
Monseñor Lissón, la relación personal entre el gobierno y el arzobispo mantuvo
cierta distancia. El Presidente Leguía era masón en grado 33 y recibía a los
masones en Palacio, algo mal visto por los católicos de entonces[22]. Se relacionaba con personajes liberales y
de creencias no católicas. Cuando enviudó en 1919 era padre de seis hijos
pero tuvo cuatro hijos más sin casarse desde 1921. Estos detalles personales no
eran del gusto de Monseñor. Más allá de algunas ceremonias protocolares no hay
datos de encuentros personales entre ambos personajes. Tampoco consta, por ejemplo, que Monseñor Lissón haya sido el confesor
del Presidente Leguía, algo que era muy común en los gobiernos de esa época
en América Latina.
Los recuerdos que enhebra
en su biografía el RP José Herrera CM, indican más bien una relación difícil.
El Presidente Leguía, contra la voluntad del arzobispo, le obsequió un suntuoso
automóvil, que Monseñor vendió de inmediato para atender con ese monto sus
obras de caridad. El Presidente, enterado de esto, le hizo llegar un segundo vehículo
pero con una advertencia: “Tenga en cuenta, Monseñor, que el coche no es suyo,
sino únicamente para su uso”[23].
Testigos refieren que el automóvil tuvo un uso mínimo sino nulo.
El arzobispo tampoco
aceptaba facilidades oficiales para sus visitas pastorales. Relata el padre
Herrera: “Creado en 1918 arzobispo de Lima, por tres meses en doce años
recorrió en visita pastoral su extensa archidiócesis, que se extendía desde Ica
hasta Huaraz”[24]. Y
lo hacía en forma muy sencilla, acompañado por sus misioneros, hasta llegar a
los lugares más pobres y remotos.

El Presidente Leguía durante la ceremonia
oficial de entrega del remodelado Palacio Arzobispal a Monseñor Lissón en
diciembre de 1924.
15- ¿EL ARZOBISPO RESPALDÓ LAS POLÍTICAS DEL
PRESIDENTE?
El
Presidente Leguía tendió la mano a la Iglesia Católica para que tenga un rol
activo en el campo espiritual dentro del proceso de crecimiento que empezó a
vivir el país. Y siempre expresó gran aprecio por Monseñor Lissón. Pero podemos
comprobar que ese respaldo presidencial
se limitaba al quehacer eclesiástico. Y de ninguna manera significó que en
reciprocidad el arzobispo deba expresar su adhesión a las decisiones políticas
del gobierno. Ni una sola carta pastoral de Monseñor se expresa sobre temas
políticos. Tampoco lo solicitó alguna vez el Presidente Leguía.
Hubo muchos temas sobre los cuales, sin duda, era
difícil abstenerse para el arzobispo. El primero fue el golpe de Estado el 4 de julio de 1919, dado por Leguía no
obstante ser legítimo vencedor. Lo hizo para instalar un nuevo Congreso el 24
de septiembre y disminuir a sus agresivos opositores. Fue proclamado Presidente
Constitucional el 12 de octubre. El 18 de enero del año siguiente el Presidente
Leguía promulgó una nueva Constitución,
que creaba un Congreso Nacional y tres Congresos Regionales. El nuevo gobierno
inició sus funciones en una situación muy tensa, que dividía a los feligreses.
Don Augusto B. Leguía era
un hombre de carácter, que en la vida privada fue un audaz y exitoso líder
empresarial nada menos que en Londres y los EEUU. Como era de esperarse, el
Presidente enfrentó con mano dura a sus enemigos políticos. Por ejemplo, la
Universidad de San Marcos, por decisión del rectorado y la mayoría de docentes
y alumnos, estuvo en receso entre 1921 y
1922 en protesta contra el gobierno, o más exactamente contra el primer
ministro, Germán Leguía y Martínez, primo hermano del Presidente, quien
había dirigido en forma violenta la expropiación del diario opositor La Prensa y la detención en la lúgubre
isla San Lorenzo de los principales políticos y estudiantes opositores.
Cuando en 1922, Leguía y
Martínez mostró intenciones de controlar el gobierno y aspirar a la Presidencia
dejando de lado a su primo, Augusto B. Leguía se le enfrentó con severidad y
todo el grupo “germancista” sintió los rigores del poder que habían ejercido.
De inmediato se hizo pública la intención del Presidente de modificar la
Constitución recientemente promulgada y ser candidato a la reelección
inmediata. A los ojos de muchos, el señor Leguía incumplía una promesa hecha a
la ciudadanía. En verdad, defendía el cumplimiento de sus planes para el país.
Tras reelegirse en 1924,
hubo una segunda reelección en octubre de 1929, no menos conflictiva e
igualmente pródiga en detenciones y deportaciones, que fue el umbral de la
caída del laborioso Presidente en agosto de 1930. En ninguno de estos controversiales hechos políticos hubo
participación, consulta o complicidad entre el arzobispo y el Presidente.
16- LAS OBRAS DEL PRESIDENTE Y EL ARZOBISPO
El segundo gobierno del
señor Leguía duró once años (1919-1930) y fue pródigo en obras públicas y
reformas. En la prensa de la época podemos ver que Monseñor Lissón no siempre
está presente dando su bendición en las inauguraciones. También se le ve poco
en las elegantes celebraciones del Centenario de la Independencia y el
Centenario de Ayacucho. No asiste a los
grandes banquetes ofrecidos por el Presidente. Sí está, por ejemplo, en la
inauguración del Parque de la Reserva el 19 de febrero de 1929, obra de interés
educativo para niños y jóvenes y que rinde homenaje a nuestra naturaleza y a
las culturas peruanas precolombinas.
Pero hagamos justicia al
controversial Presidente de la “Patria Nueva” del “oncenio”. Augusto B. Leguía
fue el primer gobernante peruano que condujo y realizó un amplio programa de
infraestructura, irrigaciones e inversiones cuya finalidad era dar inicio a una
verdadera industrialización del país.
Aunque parezca mentira,
la oligarquía tradicional, que acostumbraba disfrutar en París o Londres de las
rentas de sus haciendas, se oponía a estas realizaciones. No deseaba que surja
una nueva clase media vinculada a emprendimientos industriales. Contra viento y
marea, Leguía construyó 3,197 km de la carretera Panamericana faltando solo 174
km para concluirla; inauguró 18,069 km de carreteras de penetración y 1,500 km
de ferrovías; permitió el inicio de la aviación comercial en 1928, realizó
irrigaciones en Olmos, Chao, Virú, Moche, Imperial, Majes, La Joya, Chira, etc.
Leguía renovó Lima para
el Centenario de la Independencia
(con obras como la Plaza San Martín, el Paseo Colón, la avenida Alfonso Ugarte,
la avenida de La Colmena, el Parque de la Reserva, y la avenida Leguía, luego
llamada avenida Arequipa). Por primera vez la capital tuvo una zona monumental
renovada y con una arquitectura armónica. Modernizó el equipamiento de las
Fuerzas Armadas y creó el Ministerio de
Marina (desvinculando esta arma del Ministerio de Guerra) junto con la Aviación Naval. Leguía también hizo
frente a problemas limítrofes sumamente delicados, sobre todo con Colombia (en
la zona amazónica de Leticia) y con Chile (país que había incumplido con los
procedimientos que permitirían la devolución de las provincias de Tacna y
Arica, perdidas en la guerra de 1879)[25].
17- EL “ONCENIO”: LA ÉPOCA MÁS PRÓSPERA DEL
PERÚ
Es importante saber esto. Leguía se
impuso con fuerza sobre todos sus adversarios, pero es uno de los pocos gobernantes peruanos que tuvo planes para el
progreso del país y los cumplió con firmeza. Según datos del Banco Central
de Reserva (BCR) la economía peruana creció a una tasa promedio anual de 6.5%
entre 1922 y 1929. El ingreso per cápita creció 5% anual y la productividad del
capital y el trabajo 4% anual en el mismo período. Leguía condujo el período
más próspero de nuestra historia republicana.
La acuciosa historiadora María Delfina Álvarez Calderón (también presente en el coloquio del 25
de octubre de 2017 en la parroquia Medalla Milagrosa) ofrece
datos muy importantes sobre este excepcional crecimiento: “A lo largo de su
mandato, el gobierno de Augusto B. Leguía logró mantener […] una notoria
prosperidad […] no solo en Lima sino en toda la República. La balanza favorable
de 4 a 5 millones de dólares se mantuvo y, hacia 1929, el valor total anual
combinado de exportaciones e importaciones en el Perú había ascendido a 200
millones y medio de dólares”[26]. Por esta razón dice
el padre Herrera, biógrafo de Monseñor: “Cuando el 1 de noviembre de 1919 subió
al poder […] Augusto Leguía, empezó para el Perú un periodo de paz y trabajo
que la elevó a una gran prosperidad. Leguía distinguía a Monseñor por su
santidad y sabiduría y le ayudaba en sus múltiples obras”[27].
Lamentablemente, en octubre de 1929, la
crisis mundial ocasionada por la estrepitosa caída de la Bolsa de Valores de
Nueva York impactó fuertemente en las finanzas peruanas. El PBI peruano se
contrajo más de 10% en 1930, bancos y empresas cayeron en quiebra, la deuda
externa se tornó inmanejable de un momento a otro y los opositores a Leguía
encontraron la oportunidad para derrocarlo. Se le apresó y se le maltrató con infamia causándole la muerte y se le
acusó de actos de corrupción que no pudieron probarse. Sin embargo, Leguía
dejó el país con un PBI 50% superior al que tenía en 1919. Además, en esa
década, el Perú creció 1% más que el resto del continente[28].
18- LA CONSAGRACIÓN DE LA NACIÓN AL CORAZÓN DE
JESÚS DE 1923
A lo largo del “oncenio”,
uno de los pocos momentos de conflicto político donde estuvieron juntos el
arzobispo Lissón y el Presidente Leguía, fue la muy comentada y debatida Consagración de la Nación al Corazón de
Jesús. Ceremonia religiosa cuyo anuncio dio origen a una nutrida protesta
política el 23 de mayo de 1923.
El punto de partida del
conflicto fue la coincidencia entre el
propósito reeleccionista del Presidente Leguía y su deseo de mostrarse más cercano a las ideas
defendidas por Monseñor Lissón en sus cartas pastorales. Los opositores al
régimen, incluido el grupo que había pertenecido al gobierno y se organizaba en
torno al ex ministro Germán Leguía y Martínez, denunciaron este gesto como una
“burla” del “Presidente masón” a la fe católica. Se esperaba de Monseñor Lissón
la actitud contraria, de rechazo al acercamiento presidencial, algo que él no
podía hacer como principal representante de la Iglesia.
La primera expresión de
este acercamiento institucional fue la
Consagración al Corazón de Jesús del Presidente de la República en tanto
representante de una Nación que “profesa y protege” la religión Católica,
Apostólica y Romana. El domingo 11 de marzo de 1923, en la tradicional
parroquia de San Lázaro, en el Rímac, a pocas calles del puente que lleva a la
Plaza de Armas y a Palacio de Gobierno, se realizó con este fin una solemne
ceremonia.

El
domingo 11 de marzo de 1923, cerca del mediodía, en iglesia San Lázaro del
Rímac, se realizó la Consagración del Presidente Leguía como Caballero del Sagrado
Corazón de Jesús. Foto de la revista Mundial
Nº 148, viernes 16 de marzo de 1923. Acompañan al Presidente, Monseñor Lissón,
el nuncio apostólico Petrelli y el Consejo de Ministros.
Pocas semanas después, el 25 de abril de 1923
“fiesta del evangelista San Marcos”, el arzobispo de Lima, Emilio Lissón firmó
una carta pastoral que anunciaba la próxima Consagración del Perú al Corazón de Jesús.
La parte informativa del mensaje dice: “Anuncioos
un gran acontecimiento que será de grande gozo para todo nuestro pueblo. La
República peruana, católica por convicción, será consagrada oficialmente al
Sacratísimo Corazón de Jesús en el próximo mes y la imagen de este Sacratísimo
Corazón será entronizada en la plaza principal de esta capital”. La carta pastoral
añade: “Tomada esta decisión por el Episcopado Nacional, interpretando la
voluntad de sus feligreses, ha sido comunicada al señor Dn. Augusto B. Leguía,
Presidente Constitucional de la República, quien en su calidad de Patrono de la
Iglesia del Perú, se ha dignado tomar el acto bajo su oficial y alta protección
y señalará el día y las medidas que estime convenientes”[29].
En efecto, el presidente
Leguía, protector de la Iglesia católica según el Artículo 5º de la
Constitución de 1920, confirmó que conduciría dicha ceremonia y que esta se
realizaría el 30 de mayo.


Izquierda: El escultor Artemio Ocaña junto
a la imagen del Corazón de Jesús, antes del acabado final. Derecha: Carátula de
la revista Variedades Nº 796 del 2 de
junio de 1923, opuesta a la Consagración. La diosa pagana de la razón y la
justicia se dirige a los religiosos: “Amadle con más talento los que
encarrilais la fe; con otra cucufatada la vais a echar a perder”.
19- LA CEREMONIA DE CONSAGRACIÓN DE LA NACIÓN
AL CORAZÓN DE JESÚS
Los honores de la consagración
se harían con presencia de todos los poderes públicos ante una gran imagen en bronce de Cristo en actitud de bendecir y
con el corazón sagrado en el pecho, que se instalaría en la fachada de la
Catedral de Lima, en la Plaza Mayor. El destino final de la imagen sería la
parte superior del frontis de la Catedral.
A mediados de mayo la estatua
estaba lista. Tenía una altura de tres metros y una tonelada de peso. El modelo
original, de impresionante belleza clásica, fue obra del escultor ancashino Artemio Ocaña y el trabajo de
fundición se realizó en la Escuela de Artes y Oficios. El traslado del modelo de yeso a la cera y la
arcilla, para crear los casquetes donde deben fundirse las partes de bronce,
fue dirigido por el profesional español Enrique San Román, encargado del taller
de fundición artística de la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Este taller
se fundó en 1919 gracias a una gestión del Presidente Leguía. Fue el primero y
por muchos años el único taller de este tipo en el país. Finalmente, el
escultor peruano José A. Vallejo estuvo encargado del sellado exterior de las
partes, el pulido y el acabado de la estatua[30].
Es importante señalar que la
Consagración de 1923 no fue un gesto
aislado, sorpresivo y politizado de acercamiento presidencial a la Iglesia.
A lo largo del llamado “oncenio” leguiísta hubo otros actos importantes de
identificación del mandatario con la Iglesia Católica. Uno de ellos fue mediar
en favor de la santidad del beato peruano Martín de Porres[31]. En
respuesta, el Presidente se hizo merecedor del “Gran Collar y la Orden Suprema
de Cristo”, que le fue otorgada por el Papa Pío XI en febrero de 1929[32]. Condecoró
al Presidente, en nombre del Papa, el nuncio apostólico Monseñor Gaetano
Cicognani.
Reforzando esta
identificación con la Santidad de la Iglesia y sus sacramentos, el 24 de junio
de 1929 el Gobierno de Leguía dio un decreto supremo que imponía “la enseñanza obligatoria de la religión
del Estado en los colegios y escuelas, tanto oficiales como particulares”[33], lo
cual significaba un triunfo de la insistencia de Monseñor Lissón sobre tan
delicado tema.
20- EL CORAZÓN DE JESÚS Y LA CARIDAD CRISTIANA
Los numerosos analistas y comentaristas de los
sucesos de mayo de 1923 no toman en
cuenta los argumentos religiosos del arzobispo peruano. La carta pastoral
convocando a la Consagración al Corazón de Jesús tiene como principal motivo comprometer a la Nación con la virtud
teologal de la caridad cristiana, del amor. No tiene una finalidad
política. Y si leemos la carta pastoral comprobaremos que la relación entre el
propósito del arzobispo y su relación con los Evangelios es de impecable
justeza.
Como todo buen catequista
sabe, la caridad cristiana, como
virtud teologal, no se limita a la
limosna o la compasión, sino “amar a Dios sobre todas las cosas” y “amar al
prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 37 y 39). Los Evangelios enseñan que el
amor de Dios comprende toda la creación —“el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos: 5,5)
—, al mismo tiempo que el amor a Dios de los creyentes constituye también una
totalidad, “el principio y la meta de la perfección moral”, como enseñaba Santo
Tomas de Aquino[34]. El
Concilio Vaticano II profundizó este significado en el documento Perfectae caritatis, firmado en Roma el
28 de octubre de 1965.
En su carta pastoral, Monseñor Lissón cita en forma
destacada los pasajes de la Primera Epístola a los Corintios y la Primera
Epístola de San Juan que explican las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que las versiones más recientes de la Biblia traducen
directamente como “fe, esperanza y amor”,
ya que amor es un significado más
afín al latín caritas, caritatis o carus. Monseñor explica que esa virtud debe entenderse y
practicarse como solidaridad,
generosidad, perdón y misericordia. De acuerdo a la fe católica, si ese
amor o caridad teologal une a los fieles de todas las profesiones y jerarquías
es posible realizar la obra redentora de Dios. Esto significa expulsar el Mal
de nuestras vidas y abrir el camino al tiempo de gracia y liberación que es el
Reino de Dios. Tal era el sentido de la Consagración de la Nación al Corazón de
Jesús convocada por el arzobispo de Lima.
21- EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL CARISMA VICENTINO
Pero veamos lo que Monseñor Lissón nos dice
textualmente sobre el Corazón de Jesús y la caridad en su carta pastoral del 25
de abril de 1923. A quienes no están familiarizados con la antigua Biblia Sacra Vulgata, les pedimos
reemplazar la palabra “caridad” por “amor”[35]:
“El Sacratísimo Corazón de Jesús es el símbolo de aquella caridad de
Cristo con la que nos amó desde la eternidad. De aquella caridad cuya necesidad
nos encarece el Apóstol de las Gentes, con términos tan expresivos: Aunque hablara las lenguas de ángeles y de
hombres y no tuviese caridad, soy como un metal que suena y campana que retiñe.
(1 Corintios: 13, 1)
[…] ¿Qué es pues la caridad si no es la oración que nos hace hablar
lenguas de ángeles y de hombres, si no es la fe y penetración de los misterios
o el poder de hacer milagros, si no es la generosa limosna dada al pobre, si no
es la heroicidad del martirio que hace entregar el cuerpo a los tormentos?
¿Qué es la caridad? Ya que indefectiblemente dice el Apóstol que todo
eso sin caridad no vale nada, oigamos la respuesta que nos da el Apóstol del
Amor: ¡Dios es la caridad! Y quien
permanece en caridad en Dios permanece y Dios en él. Por eso fue consumada la
caridad de Dios con nosotros para que tengamos confianza en el Día del Juicio,
pues como es Él, así somos nosotros en este mundo. (1 Juan: 4, 16)[36].
[…] Y porque Dios es caridad, el Sacratísimo Corazón de Jesús es el
símbolo de la divinidad en eterna operación, es decir, el símbolo del Espíritu
Divino que es eterno amor y eterna acción.
La devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús no es, pues, una devoción
de solo sentimiento, como algunos quieren presentarla. Para tales personas, el
Sacratísimo Corazón de Jesús es el Dios desconocido.
Para nosotros, la devoción del Sacratísimo Corazón de Jesús es el
arcano de la sabiduría de Dios. Adorar al Corazón de Jesús es adorar al amor
divino; almo artífice del mar, de la tierra y de los astros, compadecido del
error de nuestros Padres y Redentor de nuestra esclavitud.
[…] Ese Espíritu Santo, fuente eterna de las acciones de Cristo, es el
que debe reinar. Él debe triunfar sobre las ideas y los sentimientos de la
humanidad.
Este es el reinado del Sacratísimo Corazón de Jesús y el triunfo del
Cordero.
Por esto y porque el Perú es la patria de la Rosa del Sacratísimo
Corazón de Jesús, el Perú va a serle oficialmente consagrado.
¡Que el triunfo del Sagrado Corazón sea efectivo en nuestra patria!
¡Que el Espíritu Santo renueve hoy nuestra Nación![37]
Es en este contexto de devoción por el amor divino
y el amor al prójimo que Monseñor Lissón pide a los políticos peruanos
consagrarse al Corazón de Jesús: “Oh señor Jesús, por quien reinan los reyes y
dictan lo justo los legisladores, conserva en la paz de tu gobierno a los
católicos magistrados del Perú, y muy especialmente al señor Presidente del
Perú, que inmortalizará su nombre consagrando la Nación a tu deífico Corazón.
Inspira, Señor, en la justicia, la fe y la equidad a nuestros legisladores,
para que nunca se aparten de Ti, que eres la Eterna Ley”.
Ese mismo pasaje tiene un pensamiento dedicado a
los periodistas y los intelectuales: “Dirige como Camino, Verdad y Vida, a
cuantos piensan y escriben para el pueblo; que los representantes de la prensa
y de la inteligencia no se dejen convertir al sofisma de la fábula, ni se
inclinen débilmente a todo viento de doctrina”[38].
En la parte final, Monseñor pide que “esta
instrucción pastoral se imprima en todas las hojas y revistas religiosas y se
difunda con profusión”. Que en todas las parroquias se realice actividad
misional “preparando a los fieles para la recepción de los Santos sacramentos,
empezando por los niños, siguiendo por las señoras y terminando por los
hombres”. Y que “el día de la Consagración concurra a la plaza principal todo
el clero secular y regular y concurra el mayor número de fieles”[39].
22- EL PERIODISMO OPUESTO A LA CONSAGRACIÓN
La Consagración de la Nación al Corazón de Jesús
fue tomada como una ofensa por un amplio abanico de periodistas, intelectuales
y grupos politizados. Dos diarios críticos del
gobierno, La Crónica y El Tiempo, se opusieron con firmeza a la
Consagración atacando más al arzobispo que al gobierno. Coincidía con sus
opiniones la revista semanal ilustrada Variedades,
dirigida por Clemente Palma, hijo
del autor de las Tradiciones peruanas.
En la nota editorial de esa
revista, del 12 de mayo de 1923, Palma expresó: “No dudamos que la casi
totalidad de los habitantes del Perú sean católicos, y buenos católicos; pero
de ahí a que el señor arzobispo haya deducido el derecho de hacer con la nación
lo que se hace en la casa de cada particular, esto es, obtener que la consagre
al Corazón de Jesús y ponga una imagen en la sala, hay una gran distancia que
el jefe del Estado no ha debido, en nuestro concepto, salvar con tanta
complacencia”[40].
Palma expresó lo siguiente en Variedades el 19 de mayo de 1923:
“Juzgamos que no vale la pena que por satisfacer un sentimiento de vanidad
católica se violente la voluntad de muchos peruanos, se extralimiten las
autoridades civil y eclesiástica, se provoque la lucha doctrinaria, se llame la
sonrisa despectiva de los pueblos civilizados, inclusive de las naciones
católicas, y nos apartemos de los principios de democrático liberalismo
espiritual”[41].
La opinión de La
Crónica, El Tiempo y Variedades, era demandar que el
Presidente no apoye al Arzobispo en nombre de la modernidad, la civilización y
la democracia. La Consagración al Corazón de Jesús resultaba ser de mal gusto y
una incomodidad. No era tan malo que el Presidente Leguía se reelija. Lo
condenable era que pierda terreno el
proyecto del Estado laico.
La opinión opuesta es ofrecida
por la influyente revista Mundial,
que no criticaba al arzobispo sino al gobierno, lamentando que este acto
religioso sea finalmente en un gesto político de campaña electoral del
Presidente Leguía, cuya reelección era un secreto a voces. Leamos: “[Nuestra
revista] que ha hecho frecuentemente las más sinceras protestas de su acendrada
fe católica [...] tiene en estos instantes [...] que rechazar francamente la
intervención oficial en el acto solemne de consagración de la República al
Corazón de Jesús, acto que, de realizarse, debe tener, en nuestro concepto, el
carácter único y exclusivo de una hermosa ceremonia religiosa”[42].
23- LOS OPOSITORES “DUROS” A LA CONSAGRACIÓN
Los más radicales opositores a la Consagración al
Corazón de Jesús fueron los estudiantes universitarios y los obreros
sindicalizados agrupados en las “Universidades
Populares González Prada”, cuyo rector era el joven líder sanmarquino Víctor Raúl Haya de la Torre.
En estas “Universidades Populares” los
universitarios daban clases ad-honorem
sobre doctrinas sociales radicales, legislación laboral, urbanidad y primeros
auxilios cerca de las fábricas de los obreros sindicalistas, quienes se
organizaban en forma autogestionaria para este proyecto educativo. La más
importante “UPGP” estaba ubicada en el barrio obrero de Vitarte, al este de
Lima. Unía a este “frente único de
trabajadores manuales e intelectuales” (como se autodefinían ellos mismos)
un profundo sentimiento anticlerical, por esa razón llevaban el nombre del
pensador peruano anarquista y ateo Manuel
González Prada (1844-1918). Las “UPGP” publicaron una revista ideológica, Claridad, tachonada de lemas anti
católicos. Por ejemplo: “Mientras haya el rico perezoso y el pobre embrutecido,
el catolicismo será fuerte” (Pío Baroja)[43].
Las “UPGP” trataban de
crear todo un estilo de vida autosuficiente y contrario a los valores
familiares y religiosos tradicionales. Defendían la igualdad laboral de hombres
y mujeres y el derecho a la libre unión y separación de las parejas. Dentro de
sus distintos matices (mutualistas, anarquistas, socialistas, etc.), los unía
un sentimiento de rebeldía social, favorable a la “lucha de clases” contra los
patronos y el Estado. El 25 de diciembre de 1921, por ejemplo, reemplazaron la fiesta navideña por la
“fiesta de la planta”, de amor a la naturaleza. Imbuidos de un profundo
idealismo, audacia juvenil y determinación, este movimiento representaba el
extremo opuesto a todo lo que Monseñor Lissón pretendía lograr con la
Consagración al Corazón de Jesús.

La “Universidad Popular González Prada” de
Vitarte sustituye la navidad por una fiesta rural de siembra de árboles. A la
derecha, sin sombrero, está el joven Haya de la Torre. Con el paso de los años,
Haya de la Torre, convertido en líder del aprismo, se reconciliaría con la Iglesia.
El 20 de mayo las
Universidades Populares publicaron un agresivo manifiesto condenatorio de la
Consagración al Corazón de Jesús, en la misma línea de pensamiento expresada
por Manuel González Prada en Pájinas
libres (1894) y Horas de lucha
(1908)[44],
que relaciona la situación de marginación y miseria de los pobres y del
indígena peruano con la actividad de la Iglesia Católica. El belicoso párrafo
central dice: “Convertida en el Perú la religión en idolatría y el sacerdocio
en casta traficante que explota la sumisión fanática de la mayoría del pueblo,
privado de toda luz y de toda auténtica y honda educación moral, el
catolicismo, después de cuatro siglos de imperio ilimitado, no formó ni
espíritu social ni fuerzas depuradoras, ni erigió firmemente virtudes
ciudadanas. La protección y el amparo católico a la raza y pueblos peruanos
tienen el más cruel desmentido en los cuatro millones de analfabetos con que
cuenta el país”.
La parte final llama al pueblo
a protestar en las calles: “La docencia estudiantil de las Universidades
Populares González Prada de Lima y Vitarte, ampliando la protesta anteriormente
formulada ante la pretendida consagración de la República al Corazón de Jesús,
invoca la adhesión de todos los hombres libres del país [...] a fin de impedir
que la imposición del clericalismo ofenda con la proyectada ceremonia, el
principio de libertad de conciencia que la nación debe garantizar en su máxima
amplitud”[45].
Esta protesta, como es bien
sabido, se realizó el 23 de mayo de 1923. Referiremos brevemente los sucesos,
aunque han sido relatados con profusión de detalles en una amplia bibliografía.
Nada de lo sucedido debería haber
afectado la imagen de Monseñor Lissón.
24-
LA TRAGEDIA DEL 23 DE MAYO DE 1923
El 23 de mayo, cerca de las 5
y media de la tarde, los universitarios salieron del local central de San
Marcos conducidos por Víctor Raúl Haya
de la Torre y se unieron a delegaciones de sindicatos y asociaciones
sociales en favor del Estado laico.
Pronto se sumaron numerosos curiosos hasta formar una importante muchedumbre
que recorrió el centro de Lima. Las fuerzas del orden trataron de contener a
los manifestantes. En medio de agresivas consignas contra “el tirano” (Leguía)
y “su cómplice” (Monseñor Lissón), se produjo un trágico enfrentamiento en la
esquina de la calle Huérfanos (jirón Carabaya), muy cerca de la Universidad.
En los diarios y revistas de la época se registra
que ese incidente dejó numerosos heridos de distinta condición y dos
manifestantes fallecidos: el conductor tranviario Salomón Ponce Ames y el estudiante de Letras Manuel Alarcón Vidalón. También hubo tres víctimas comprobadas por
el lado de las fuerzas de seguridad: José
E. Torres y Jesús Vásquez,
policías; y Ruperto Goitia,
gendarme. La tragedia propagó un ambiente de rechazo contra el gobierno y, por
supuesto, también contra el arzobispo.
Las protestas continuaron los dos días siguientes.
El día 24 los estudiantes y los obreros de las “UPGP” impidieron que el
gobierno controle el sepelio de Ponce Ames y Alarcón Vidalón. Según la revista Variedades: “Haya de la Torre convocó a
los manifestantes a presenciar las autopsias de los cadáveres de Ponce y de
Alarcón en la Morgue de Lima. Realizadas las autopsias, un grupo de
manifestantes aprovechó la confusión generada por nuevos incidentes con la
Policía para rescatar los cuerpos de los infortunados y trasladarlos al
claustro universitario. Los cadáveres de Ponce y Alarcón fueron velados en San
Marcos ante la congoja e indignación de miles de jóvenes y obreros, quienes se
mantuvieron firmes a pesar de la gran zozobra que causaba la amenaza de un
ataque inminente a la casona sanmarquina. Al día siguiente, haciendo retroceder
a los contingentes policiales que impedían el paso, estudiantes y obreros
cargaron sobre sus hombros los cajones mortuorios y marcharon en medio de un
impresionante cortejo fúnebre que desbordó las calles limeñas para trasladarlos
hacia el cementerio y darles cristiana sepultura”[46].
El diario La
Crónica, en su edición de la tarde del 25 de mayo, informa que “más de
treinta mil almas concurrieron a tan solemne y conmovedora ceremonia, poseídas
todas del mayor sentimiento de pesar”. Añade que estuvieron presentes “todos
los señores catedráticos de la Universidad Mayor de San Marcos, presididos por
el rector, Dr. Manuel Vicente Villarán, y los decanos de Medicina, Dr.
Guillermo Castañeta; de Derecho, Dr. Mariano Prado y Ugarteche; de Economía,
Dr. José Matías Manzanilla; de Letras, Dr. Luis Miró Quesada; y varios miles de
estudiantes de diversas facultades de nuestro primer centro de instrucción y
cultura, de las escuelas especiales, Colegio de Guadalupe y otros centros de
instrucción y educación profesional y media”. También estuvieron presentes
“obreros de todas las agrupaciones gremiales, luciendo sus estandartes o
insignias, empleados de toda categoría y, en general, toda clase de elementos
sociales, desde los más modestos hasta los de encumbrada posición social”.
Según el mismo diario, el “incalculable gentío”
llegó al cementerio hacia las dos de la tarde. Haya de la Torre obtuvo grandes
aplausos al dirigirse a la multitud repitiendo con vehemencia: “¡El quinto no
matar! ¡El quinto no matar!”, en clara acusación al Presidente Leguía y a
Monseñor Lissón.
La violencia empleada contra los manifestantes,
sobre todo el día 25 al tratar de impedir el sepelio, dañó fuertemente la
imagen presidencial y, como consecuencia, la del arzobispo. Sin embargo, los planes presidenciales no
se interrumpieron.
Según Manuel A. Capuñay, biógrafo del Presidente
Augusto B. Leguía, los excesos represivos no pueden atribuirse al Presidente:
“Es cierto que en determinados momentos el poder se extralimita, pero los
excesos represivos en estos casos son obra personal de los ministros del
Interior y de las autoridades subalternas”. Y añade: “En este año [1923] el
ministro de Gobierno Rada y Gamio despliega la actividad policiaca contra los
estudiantes y obreros que juntos en el General de San Marcos y en las calles de
Lima empeñan una ardorosa campaña anticlerical contra el gobierno, que por
aquel entonces intenta entronizar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús”.
Según Capuñay, la prueba está en la flexibilidad
del Presidente Leguía hacia los agitadores de la oposición: “Algunos
estudiantes y obreros son perseguidos y metidos en prisión. Pero la bondad del
régimen, en medio del temperamento desbordante de las autoridades subalternas,
destaca con viva intensidad en la tolerancia del gobernante”[47].
Faltaría añadir que la prudencia y la sobriedad de Monseñor Lissón —quien no atacó las ideas de los manifestantes y expresó
sus condolencias por los cinco fallecidos— también contribuyó a que el
proyecto reeleccionista superara esta crisis.
Un testigo directo de los sucesos, el polémico
político Eudocio Ravines, quien entonces era dirigente sindical de los
empleados de comercio, asegura que el gobierno, si bien “sufría un rudo golpe
político y moral”, pudo salir adelante con el proyecto de la reelección porque
“no hubo en aquellos momentos sector, hombre ni partido que capitalizara en su
beneficio la victoria popular”. Las “UPGP” de Haya de la Torre no tenían
interés alguno en la competencia electoral. Por esta razón y por su moderación
ante sus adversarios, “pasado el grueso susto, Leguía reagrupó sus fuerzas, las
preparó mejor y organizó la revancha”[48].

El multitudinario sepelio del conductor tranviario
Salomón Ponce Ames y el estudiante de Letras Manuel Alarcón Vidalón, en imagen
de la revista Mundial Nº 159, 1 de
junio de 1923.
El recuerdo más vivo de los sucesos del 23 de mayo
de 1923 no ocurrió en esos años sino en las décadas que siguieron. La condena
al “tirano” y su “cómplice” ingresó a la memoria colectiva popular y formó
parte de la cultura viva de los rebeldes sociales de varias generaciones.
El libro de memorias del sindicalista Julio Portocarrero (seguidor de José
Carlos Mariátegui y fundador de la central sindical CGTP), incluye una letra
escrita en 1924 por los obreros Sabino Roca y Leoncio Navarrete de la fábrica
textil Santa Catalina, para ser cantada con la música del valse criollo “Dolor
de madre”. Se titula “23 de mayo” y algunos de sus versos dicen: “El veintitrés
de mayo enrojecido / por la sangre de Ponce y Alarcón, / nunca puede quedar en
el olvido; / fecha es que alumbra cual sol de redención. […] En San Marcos, con
rojos crespones / estudiantes y obreros levantaron / la capilla de laicas
oraciones / y ante sus muertos unirse se juraron”[49].
Monseñor Lissón dejó sin efecto la Consagración al
Corazón de Jesús el 25 de mayo[50]. Su pesar y sus condolencias no fueron
tomados en cuenta por los numerosos comentaristas y tratadistas que han
relatado los sucesos de mayo de 1923. Sin embargo, el Monseñor de los pobres,
gran defensor de la educación pública gratuita y del derecho al trabajo bien
remunerado, sufrió las consecuencias de ser presuntamente “pro oligárquico”,
conservador e intolerante.
¿Correspondía a Monseñor Lissón actuar de otra
manera? ¿Debió abstenerse de lograr que
el Presidente Leguía se comprometa a la Consagración de la Nación al Corazón de
Jesús? ¿Debió hacerlo como un acto exclusivamente religioso? ¿Quizás debió
ponerse del lado de los manifestantes cuando el gobierno empleó la violencia
represiva?
Especular sobre hechos históricos pasados resulta
poco edificante. Lo real es que Monseñor Lissón tuvo el propósito de lograr lo
mejor para su comunidad de fieles en el marco de las instituciones nacionales.
Esto tenía que hacerse al lado del Presidente Leguía y con los poderes
públicos. Como corresponde a la Iglesia
Católica en tanto Religión del Estado. Monseñor Lissón solo podía superar
las consecuencias de estos trágicos sucesos fortaleciendo el trabajo eclesial y
la prédica de la fe. Como lo siguió haciendo.
Por su parte, las “Universidades Populares” eran un
movimiento decidido a culminar sus objetivos mediante la confrontación.
Recordemos que nunca presentaron una demanda formal exponiendo sus puntos de
vista contra la Consagración. Su primera
decisión fue enfrentarse al Estado, no dialogar con él. Fue en la víspera
de la protesta, el 22 de mayo, que aprobaron una “plataforma de lucha” (no una
petición democrática), que reclamaba: “la separación absoluta de la Iglesia y
del Estado, la reforma constitucional para garantizar la libertad de cultos, la
inclusión en el Código del matrimonio civil con prescindencia de todo acto
religioso, la eliminación de los tribunales eclesiásticos, la supresión de la
sección primera del libro segundo del Código Penal de los llamados delitos
contra la religión católica y que se consagre por ley la institución del
divorcio”[51]. Temas en los cuales no había diálogo posible
y que eran incompatibles con la
situación oficial de la Iglesia Católica.
25- MONSEÑOR Y EL JOVEN HAYA DE LA TORRE
POLEMIZARON
Un hecho poco difundido es que días antes del 23 de
mayo, en Lima, en la Federación de Motoristas y Conductores de las Empresas
Eléctricas Asociadas (el gremio de los trabajadores en tranvías), hubo una
respetuosa polémica entre Monseñor Lissón y el joven Haya de la Torre. Se puede
consultar en diversos medios de prensa, entre ellos La Semana del 20 de mayo de 1923.
Monseñor
y el líder sanmarquino se conocían. Lissón fue director, profesor de inglés y
de Ciencias Naturales en el Seminario de San Carlos y San Marcelo en Trujillo,
y Víctor Raúl fue uno de sus alumnos. Monseñor también fue amigo de sus padres
y sus tíos. En 1918, siendo Víctor Raúl estudiante universitario en Lima,
acudió a saludar a Monseñor Lissón por su nombramiento arzobispal. Lo hizo
acompañado de su tío sacerdote, Samuel Octavio Haya, que había sido secretario
de Monseñor en Trujillo. Sin duda hubo otros breves encuentros hasta el 3 de
mayo de 1923, veinte días antes de la célebre protesta, cuando ambos
coincidieron en la inauguración de una escuela mutualista para hijos de
obreros.

Primera
página de la polémica realizada el 3 de mayo de 1923 entre Monseñor Lissón y el
joven Haya de la Torre publicada en La
Semana de Arequipa el 20 de mayo.
El
arzobispo acudió para bendecirla —lo cual demuestra su cercanía con los
trabajadores— y el estudiante fue a dar su saludo como representante de las
“Universidades Populares González Prada”. De acuerdo con la revista La Semana, finalizada la ceremonia de
bendición y luego de un breve número musical, fue Monseñor Lissón quien invitó
a Haya de la Torre a exponer sus ideas y permitirle una respuesta.
Haya de la Torre expuso
sin cortapisas sus ideas radicales de izquierda. Consideró superado y añejo el
mutualismo por no cuestionar la sociedad de clases actual sino convivir con
ella. Y puso de relieve que “los dos bandos inmensos en que la Humanidad está
dividida, son de nítida conformación: los que trabajan para otro y los que
viven del producto del trabajo ajeno; el explotador y el explotado, el
capitalista y el obrero”. Señaló la complicidad de la Iglesia con esta
explotación y concluyó haciendo un enérgico llamado a la revolución social.
La revista La Semana menciona que en su respuesta,
el prelado recordó que “hace algunos años, cuando era niño aún, le vio [a Haya]
en los bancos del colegio en donde ya destacaba” y declaró “que admiraba el
fervoroso convencimiento de su palabra”, aunque “sentía decirle que estaba
equivocado”. Monseñor argumentó que la preocupación por el porvenir económico,
tanto de una empresa como de una sociedad, no es algo que deba dividir a
capitalistas y obreros. Sostuvo que, en efecto, el trabajo debe ser justamente
remunerado y que, precisamente para el porvenir mutuo de trabajadores y
empresarios, “tanto obreros como campesinos tenían derechos ineludibles a la
coparticipación”. Puso como ejemplo al industrial de los automóviles “Henry
Ford, que repartía sus utilidades con sus obreros”. Negó que la Iglesia sea
indiferente ante la situación de los pobres que sufren y se declaró “partidario
ardoroso de la causa indígena cuyas reivindicaciones anhela”. Pero dejó en
claro que “para ninguno de los problemas sociales, industrial o agrícola,
podría ser la revolución forma solucionadora”.
En su respuesta final,
Haya de la Torre anunció que había llegado la hora de asumir “el fervor de un
credo civil, nuevo, libre, profundamente humano, optimista y fuerte” que
sepulte “las ruinas de la vieja fe metafísica”. Y mencionó que “así lo realiza
la Universidad Popular bajo la gloriosa inspiración de aquel magistral tipo de
hombre que fue González Prada, cuya memoria saludo llamándolo profeta civil”.
En su última respuesta, Monseñor Lissón lamentó
haber escuchado que el señor González Prada sea llamado “profeta civil” e
invocó el nombre de San Vicente de Paúl, “glorioso
espíritu de caridad y de ayuda social”[52]. Aunque
el titular de la revista menciona un “ruidoso debate”, el informe revela que ambos
expositores dialogaron con mesura y respeto, pero sin dejar de señalar la
ausencia de puntos de contacto y conciliación entre sus respectivos argumentos.
El tiempo concluyó dando la razón a Monseñor.
26- LAS OBRAS DEL ARZOBISPO
Ya hemos mencionado que la crisis económica
internacional de 1929 derrumbó el régimen del Presidente Leguía. El golpe de
estado del comandante Luis M. Sánchez Cerro actuó con alevosía y ventaja contra
quienes formaron parte del régimen derrocado. Uno de ellos fue Monseñor Lissón.
Se le acusó de corrupción y
enriquecimiento y se creó contra él un torpe escándalo.
El Tribunal
de Sanción, tribunal ilegal y antijurídico instituido por el dictador
Sánchez Cerro, procesó a Monseñor durante el último trimestre de 1930. Concluyó que el arzobispo de Lima
era inocente. Pero el daño a su dignidad y a su prestigio personal ya estaba
hecho. Aun sin acusación ni sentencia, la autoridad moral del arzobispado había
sido puesta en duda y eso no podía ser del agrado del Vaticano.
Sin embargo, el proceso a Monseñor Lissón permitió
dar a conocer públicamente la amplia
obra arzobispal realizada, cuyos principales puntos, sobre todo económicos,
nos permitiremos listar:
●
Entre 1919 y 1930,
Monseñor Lissón fundó el periódico católico La
Tradición y modernizó el boletín del arzobispado El Amigo del Clero. Asimismo organizó la publicación de libros y
folletos religiosos y gestionó la compra de una rotativa que imprima 16 mil
ejemplares por hora de periódicos de formato tabloide. Fue por muchos años la
imprenta más importante y veloz del país.
●
Reorganizó la economía
del arzobispado y amplió sus responsabilidades. Esto se tradujo en la creación
de la Cooperativa Conventual, “encargada de repartir víveres y artículos
alimenticios de primera necesidad a todos los conventos y monasterios a precio
de costo”. Esta cooperativa incluyó una panadería, una farmacia y un establo
con ganado lechero[53].
●
Creó el Monte de
Piedad La Auxiliadora para atender con préstamos a personas de escasos ingresos
sobre la garantía de prendas.
●
Fundó el Patronato de
los Indígenas (para aliviar la pobreza en los Andes y la Amazonía) y el
Patronato de los Irredentos de Tacna y Arica (para atender a los católicos
peruanos de las provincias cautivas de la Guerra del Pacífico).
●
Fundó la Sindicatura
Eclesiástica de la Curia Arzobispal, a través de la cual se creó la empresa
American Development Company (ADC), encargada de la administración financiera
de las sedes de los monasterios y otros inmuebles del arzobispado y de realizar
nuevas inversiones inmobiliarias[54].
●
Desde la ADC, el
arzobispado de Lima tuvo recursos para realizar mejoras arquitectónicas y
administrativas en la red de bienes inmuebles de la Iglesia. En materia de
inversiones, la ADC tuvo el mérito de edificar los primeros “rascacielos” de
Lima, de seis u ocho pisos, con material noble y ascensores, en una ciudad en
la que todavía primaba el adobe y el estuco. Construyó, entre otros, el
edificio comercial Minería, cuyo diseño y funcionalidad ganó un premio de la
Municipalidad de Lima; el edificio La Auxiliar, sede del Royal Bank, cuyos seis
pisos fueron destinados a directorios de empresas; San Pedro, frente a la
iglesia del mismo nombre, local del Banco Popular; el Trinidad y el Arica,
destinados a viviendas; así como el centro comercial Paz Soldán y las tiendas
de la calle Chira. El balance de 1927 que muestra el padre Linares Málaga en
defensa del arzobispo registra un total de veintitrés propiedades. Las nuevas
edificaciones fueron una importante fuente de ingresos y formaron parte de los
grandes cambios impulsados por el presidente Leguía para conmemorar el
centenario de la independencia del Perú[55].
El
Tribunal de Sanción examinó minuciosamente las escrituras y estados de cuentas
de todos estos “negocios seculares”. No
se encontró una sola asignación o cláusula que beneficiase al arzobispo o a sus
familiares. Lo único digno de preocupación —además de alguna pequeña
anomalía registral de algún funcionario menor— fue que la crisis económica y
financiera de 1929, había generado en 1930 una deuda del arzobispado estimada
en 230 mil libras peruanas. La misma que era posible resolver valorizando con
los bienes raíces ya mencionados.
El
padre Linares Málaga, en su obra Monseñor
Lissón y sus derechos al arzobispado de Lima (1933), elogia la serenidad del arzobispo
Lissón ante las acusaciones del Tribunal de Sanción y describe como un gran
ejemplo del talento administrativo del prelado el orden y la claridad de las
cuentas de la Iglesia. Ninguno de los cargos presentados pudo ser admitido como
prueba acusatoria para iniciar el proceso. Por ello, el Tribunal de Sanción
falló absolviendo al arzobispo el 2 de enero de 1931. Leemos en el documento:
“Sr. arzobispo del arquidiócesis: La Primera Sala del Tribunal de Sanción
Nacional ha emitido el siguiente informe [...]. No habiéndose presentado
denuncia alguna contra el señor arzobispo, cree el tribunal que no hay
inconveniente en que se acceda a la solicitud que contiene su oficio del 22 de
diciembre último” (esto es, el pedido de fallo absolutorio). Firmó el oficio,
en nombre del Tribunal de Sanción, el abogado José Luis Bustamante y Rivero, integrante de la Junta de Gobierno
dictatorial[56].

El
Presidente Leguía acompañado por Monseñor Lissón el 19 de febrero de 1929, con
motivo de la inauguración del Parque de la Reserva de Lima.
27- EL DERECHO CANÓNICO Y EL NEGOCIO SECULAR
Cuando
se inició el proceso contra Monseñor Lissón hubo muchos prejuicios contra las
iniciativas empresariales del arzobispado. Lo usual era que el prelado
simplemente reciba limosnas de personajes solventes e influyentes. Pero Monseñor quería un arzobispado fuerte,
independiente y capaz de generar sus propios recursos. De otro modo no era
posible hacer frente a la acción organizada y bien financiada de los grupos
protestantes. El padre Linares Málaga, en su elocuente defensa de Monseñor de
1933, recuerda que este tipo de gestión de recursos ya se hacía en muchos
países y que estaba perfectamente amparada en el Derecho Canónico.
Indica
el padre Linares Málaga que se define como negocio secular “todo aquello que,
aunque no sea indecoroso, es, sin embargo, impropio de los clérigos, como el
ejercicio de la medicina y de la cirugía [...] administrar bienes propios a
laicos [...] ejercer oficios seculares privados” y “actuar de procuradores o de
abogados en el fuero civil”. Estos negocios solo pueden ser ejercidos por
indulto apostólico y lo único prohibido y condenable es aquello “que signifique
la negociación o mercadería por sí mismo o por terceros, ya sea en provecho
propio, ya para utilidad ajena”.
Sin
embargo, no requiere un indulto apostólico especial la administración
provechosa de los bienes patrimoniales de la Iglesia y su mejora mediante
transacciones y obtención de rentas e incluso “la negociación lucrativa [...]
que tiene lugar cuando el clérigo modifica por sí mismo o por obreros, los
productos de sus bienes patrimoniales para luego venderlos”. Y añade que
“tampoco está prohibido a los clérigos comprar acciones u obligaciones de
sociedades industriales y comerciales, con tal de que [...] no se propongan
ningún fin ilícito ni sospechoso de manera alguna”[57]. Más
claro, ni el agua.
28- LA INSENSATA INQUINA CONTRA EL ARZOBISPO
Ante
el injusto proceso a Monseñor Lissón, no faltaron personajes que mostraron una
triste inquina. Tal fue el caso del historiador José de la Riva-Agüero y Osma,
nieto del primer presidente del Perú, José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete.
Lideró un grupo de personajes que demandaban la dimisión de Monseñor, no
obstante haberse probado su inocencia.
El
Dr. Riva Agüero, cuya vanidad le hacía difundir entre sus allegados su
correspondencia, escribió el 9 de diciembre de 1930 a su amigo el diplomático
Miguel Luis F. Lanata Coudy: “Hay un clamor general pidiendo la renuncia del
terco y disparatado arzobispo Lissón. Para contestar a los fuertes cargos que
se le hacen, no necesita seguir ocupando el arzobispado, cuya dignidad ha
comprometido. Debería, aun inculpable, inspirarse en la conducta de los
antiguos prelados Valle y Pedemonte, que valiendo mucho más que él, no vacilaron
en ponerse de lado, para no perjudicar, en momentos políticos difíciles, la
causa de la Iglesia. Como dice el refrán, siempre hace el necio al fin lo que
el discreto al principio, y nuestro arzobispo se tendrá que irse al cabo,
silbado y maltrecho, pero después de hacer peligrar, con su escaso meollo y su
egoísmo, la causa del catolicismo, tan amenazada hoy entre nosotros”[58].
Esta
triste y mezquina opinión del Dr. Riva-Agüero, resumía la animadversión que
tenía el sector más conservador de los católicos ante el pensamiento de
avanzada y la labor social desplegada por monseñor Lissón. Resentimiento que
desde una perspectiva política también se extendía contra el presidente Leguía.
29- EN RUTA HACIA ROMA
Concluido el proceso del Tribunal de Sanción, Lissón
decidió viajar a Roma en una visita ad
limina apostolorum («ante los umbrales de los apóstoles») para dar cuenta
de sus actos a Su Santidad Pío XI. Partió el 22 de enero de 1931. No pasó por
su imaginación que era un viaje sin retorno.
La primera sorpresa fue que el régimen de Sánchez
Cerro lo hizo partir sin viáticos y con un pasaje de segunda clase en el barco
italiano Orazio. Al percatarse de
este hecho, los pasajeros hicieron una colecta para que Monseñor pudiera
realizar el largo viaje en primera clase. Hubo otra sorpresa más. Al momento
del embarcarse, el nuncio del Papa, monseñor Gaetano Cicognani, le entregó un
documento mediante el cual el Vaticano “aceptaba su renuncia”, que él no había
presentado. La prensa de Lima publicó la pretendida renuncia el 24 de enero de 1931, indicando como fecha de la firma el
22 de enero, día del viaje a Roma. Era una renuncia bastante irregular, sin
esperar a que el gobierno y la propia Iglesia, acepten o no dicha decisión.

Carta
del nuncio Cicognani informando a la Junta de Gobierno de Sánchez Cerro que
Monseñor Lissón ha renunciado al arzobispado en favor de Monseñor Holguín. La
fecha ha sido anotada con error, debe ser “Lima, 30 de marzo de 1931”. El
documento se conserva en los archivos del Arzobispado de Lima.
No todo fue ingratitud.
Mientras Monseñor Lissón viajaba hacia Roma, tuvo esforzados defensores que
reclamaron su derecho a recuperar el arzobispado. Uno de ellos fue el abogado y
canónico Fausto Linares Málaga, autor de una interesante defensa de la obra de
Monseñor que ya hemos citado, publicada en 1933[59]. Sin
disminuir su persistente defensa de Monseñor Lissón, debemos a Fausto Linares
Málaga la audaz iniciativa de liderar la presentación de un recurso, con fecha
24 de septiembre de 1945, ante el Vaticano y el gobierno del Perú, exigiendo su
restitución como arzobispo de Lima.
30- ENTREVISTA CON EL PAPA PÍO XI
¿Qué
dijo Su Santidad a Monseñor Lissón en Roma? En una carta dirigida a su tía
María Ángela Chávez Fernández, fechada el 2 de julio de 1931, el prelado le dio
detalles sobre el punto de vista del sumo pontífice Pío XI sobre su caso. El 20
de febrero de 1931 llegó Monseñor a Roma. Recién el 12 de marzo de 1931 tuvo
audiencia con el Papa. Esta fue la respuesta:
“Hemos
sabido que en el Perú se dice que no te hemos permitido defenderte; así es, no
te hemos permitido defenderte porque no tienes de qué defenderte. No hay contra
ti ningún proceso ni acusación canónica de la que debes defenderte ni de
palabra ni por escrito. Es verdad que se han hecho contra ti algunos cargos,
pero estos, considerados separadamente, ni valdrían la pena tomarlos en
consideración. Ha habido otra circunstancia que me ha movido a usar contigo
este procedimiento para tu bien y el bien de tus feligreses. No tienes, pues,
de qué defenderte y debes estar tranquilo porque el acto que has hecho de
dejarnos plena libertad en este asunto te traerá seguramente mucho bien, yo te
aplaudo mucho por ello”[60].
La “otra circunstancia”
mencionada en la carta no es explicada por Monseñor Lissón. Sabemos que luego
de rendir cuentas de su obra episcopal ante el Papa Pío XI, en Roma, Monseñor
Lissón pidió volver al Perú en condición de párroco de alguna remota localidad
indígena. Su pedido no fue aceptado. El 12 de marzo de 1931 recibió la
investidura de arzobispo “titular” (es decir, simbólico) de Methymna (pequeña
localidad de la isla griega de Lesbos que no es una diócesis). En realidad
estuvo confinado durante nueve años en la Casa Internacional que la
Congregación de la Misión tenía en Roma. No obstante las palabras
alentadoras del Papa Pío XI —“no tienes de qué defenderte”— de hecho, Monseñor
Lissón sufrió una severa sanción. Fue privado de una diócesis hasta el fin de
sus días, limitándose a ejercer como obispo auxiliar, oficial de la Santa Sede[61]. Y
en Roma tuvo que permanecer, por orden del Papa Pío XI, desde 1931 hasta 1940
(desde los 59 hasta los 68 años de edad), en condiciones muy penosas.
31- INCOMPRENSIÓN, SOLEDAD Y PENURIA EN ROMA
Sor María Ángeles Infante, H.C., vice-postuladora
de la parte española de la Causa de Canonización de Monseñor Lissón, sostiene
en su informe biográfico: “En
Roma no tuvo ni oficio ni beneficio. No conocemos a ciencia cierta ningún
trabajo que le diera el Vaticano, salvo la prohibición de volver al Perú.
Monseñor Lissón se buscó la forma más digna de trabajar. Mientras, vivía en la
Casa internacional que la Congregación de la Misión tenía en Roma. Allí debía
pagar su estancia, que todo misionero extranjero debía aportar, pero no tenía
dinero suficiente para ello. […] Su itinerario en la ciudad eterna fue
realmente duro: incomprensiones, soledad y penuria económica; siempre
peregrinando de un lugar a otro en busca de trabajo y acogida. […] Sólo la
Congregación de las Madres Reparadoras del Sagrado Corazón, de fundación
peruana, le dio la mano y le ayudó a vivir con dignidad en Roma. Estuvo de
capellán con ellas hasta los últimos días de su permanencia en Italia”[62].
Sabemos que Monseñor Lissón,
finalmente superó estas limitaciones y salió adelante. Y que a lo largo de esos
nueve años en Roma, estudió arqueología e historia eclesiástica y se dedicó a
dar retiros espirituales. Realizó una valiosa labor formando nuevos sacerdotes
en el período previo a la II Guerra Mundial.
La sanción sufrida por
Monseñor Lissón también era puesta en práctica desde el Perú. En esos años
tampoco recibió pensión de cesantía, como le correspondía por haber sido
arzobispo de acuerdo a las leyes peruanas. El embajador peruano en Roma,
Diómedes Arias Schreiber, logró gestionarla en su favor recién hacia 1940.
32- MONSEÑOR LISSÓN EN VALENCIA
En 1940, bajo el nuevo Papa Pío XII, se permitió a Monseñor
Lissón venir a España. Colaboró con el cardenal Pedro Segura de Sevilla y prosiguió sus estudios sobre la historia
de la Iglesia en el Archivo de Indias que se conserva en esa ciudad. En 1948 se
trasladó a Valencia, solicitado por Monseñor
Marcelino Olaechea, arzobispo de esta diócesis. Vivió en Valencia el resto
de su vida.
Monseñor Lissón ganó gran
prestigio académico al transcribir y comentar 4,553 documentos del Archivo
General de Sevilla (de los años 1522 a 1824), que publicó bajo el título La Iglesia de España en el Perú entre
1943 y 1947[63].
Pero también realizó una amplia y sacrificada labor pastoral, que le hizo ganar
fama de santidad. Según atestiguó el propio arzobispo de Valencia, durante esos
años, Lissón "practicó en grado heroico las virtudes de caridad, humildad,
obediencia y pobreza". El carisma vicentino, sobre todo la dedicación
a los pobres (“evangelizare pauperibus”), fue siempre la norma de vida de Monseñor
Lissón.
Los años pasaban. Monseñor Lissón no regresaría al arzobispado, pero su buen nombre estaba plenamente rehabilitado. Los obispos peruanos de Chachapoyas, Trujillo y Arequipa solicitaron formalmente su retorno al país. Los pedidos fueron desautorizados por el Vaticano en nombre de la importancia de la obra ya emprendida por Monseñor en Europa. El RP Leonardo José Rodríguez Ballón, arzobispo de Arequipa, insistió ante el Papa Pío XII, mediante carta del 18 de noviembre de 1946, que Monseñor Lissón sea su arzobispo auxiliar. El Papa Pío XII dio finalmente su autorización el 30 de noviembre de 1950. Sin embargo, los arzobispos de Sevilla y Valencia lo convencieron de permanecer en España[64].
En Valencia recibió un gran homenaje el 19 de
septiembre de 1959, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales. Un acto
similar se le había preparado en Lima, invitado por el arzobispo Juan Landázuri Ricketts, pero declinó venir por su
avanzada edad.

Monseñor Lissón en sus
últimos años en Valencia
El
teólogo e historiador eclesiástico español radicado en el Perú, José Antonio
Benito Rodríguez, recuerda cómo veían a monseñor Lissón sus contemporáneos en
sus años postreros: “Alto y enjuto, de color cetrino, de ojos vivos y
penetrantes, aunque de amable y suave mirar, con la sonrisa ancha de su cara y
asomándose la nieve de las canas por debajo del rojo y raído solideo, y su
cuerpo un tanto inclinado hacia adelante, con aire sencillo y humilde, todo él
respirando bondad y modestia”[65].
33- CAMINO A LOS ALTARES
Monseñor Lissón, el más
importante misionero vicentino peruano, el obispo de los pobres de dos
continentes, falleció en el Palacio
Arzobispal de Valencia el 24 de diciembre de 1961. A los 89 años de edad.
Fue sepultado con honores en la catedral de esa ciudad. Tres décadas después
sus restos fueron trasladados a la Catedral de Lima. Allí reposan desde el 25
de julio de 1991. Se encuentran en la capilla de Santa Rosa de Lima —a quien Lissón siempre veneró y defendió— con una
lápida en la que se lee el título de una famosa conferencia de San Vicente de
Paúl: “No me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama”[66]. Un año más tarde, en
febrero de 1992, los 55 obispos del Perú reunidos en la Conferencia Episcopal
peruana, votaron unánimemente para incoar el proceso de su canonización.

La magnífica imagen del Sagrado Corazón de Jesús de
1923, preside el frontis de la Catedral de Lima. Forma parte de la herencia pastoral de Monseñor Lissón.
El año 2003, en el día de
San Vicente de Paúl, el arzobispo de Valencia, Monseñor Agustín García-Gasco,
dio inicio a la causa de canonización de Monseñor Emilio Lissón Chaves. El
informe publicado en diciembre de 2002, a cargo del padre Ramón Fita, delegado
de la comisión diocesana para las Causas de los Santos, dice claramente que el
entonces arzobispo de Lima “en 1931, se vio obligado a presentar la renuncia a
su sede episcopal por presiones de las autoridades peruanas que le acusaron sin
fundamento alguno de injerencias en política, mala administración y poca
formación teológica”[67].
Importante reivindicación de una trayectoria sin mancha.
En junio del 2004, en
ceremonia presidida por el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani, se
instituyó el Vice Tribunal Eclesiástico encargado de procesar en nuestro país
la Causa de la Canonización de Monseñor Emilio Lissón Chaves. Participaron
representantes de la Congregación de San Vicente de Paúl y el Canciller del
Arzobispado de Lima, Monseñor Guillermo Abanto Guzmán (quien presentó los
documentos enviados desde España), junto con los señores canónigos, RP Pedro
Rubén Borda, C.M, visitador actuante y Monseñor Raimundo Revoredo Ruiz, C.M.
obispo emérito de Juli, vice- postulador de la causa. En el año 2008 fue completada y resuelta la
fase diocesana de la beatificación.
34- UN SANTO QUE ILUMINA EL MUNDO DE HOY
La presencia de Monseñor
Emilio Lissón Chaves en los altares tiene un inmenso significado para los
peruanos y para todos los católicos de habla hispana. Fortaleció la Iglesia
peruana en un período difícil de su historia, agobiada por radicalismos y gérmenes
de violencia social. Y en España ayudó a su fortalecimiento luego de los
trágicos años de guerra civil y en la aguda pobreza derivada de la Segunda Gran
Guerra.
Monseñor Lissón destaca por
haber sido un apóstol de la humildad
y el sacrificio, fiel al carisma vicentino; ha sido un eminente teólogo y estudioso de la historia de la Iglesia; y ha
sido un cruzado de la encíclica Rerum
Novarum (Papa León XIII, 1891) defendiendo la fe del catolicismo ante sus
más enconados enemigos ideológicos y
políticos del siglo XX (libre pensadores, anarquistas, marxistas y ateos de
todos los matices).
Es además un religioso cuya obra escrita (sobre todo el conjunto de
sus excelentes cartas pastorales de
1918-1930) permanece claramente vigente y útil para la vida de hoy. Es un santo actual, al que podemos acudir
para ver con más claridad el mundo que nos rodea. El Cuarto Centenario del
Carisma Vicentino refuerza su importancia con la buena nueva de la cercana
beatificación de este arequipeño universal.
Bibliografía
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[2] Guitton, Jean: Portrait
de M. Pouget (1941); Dialogues avec
M. Pouget (1954). De estos importantes libros solo se han publicado
extractos en español. Guitton fue discípulo del padre Pouget y luego de
monseñor G. B. Montini (futuro Papa Paulo VI). Fue el único colaborador laico
del Concilio Vaticano II.
[3] José Antonio Benito cita, como ejemplo de esta
amistad, un intercambio afectuoso de mensajes entre el padre Lissón y V. A.
Belaunde, cuando este último fue presidente de la Asamblea General de las
Naciones Unidas (1959-1960). Desde Valencia, Lissón le escribe: “Bravo, su profesión
fe”; y Belaunde le responde: “Agradecido mi maestro”. Archivo Histórico del Instituto Riva Agüero, Sección
de Víctor Andrés Belaunde. Cartas de Monseñor Emilio Lissón: telegrama de 20 de
septiembre de 1959.
[4] Cossío del Pomar, Felipe: Víctor Raúl. Ed. Cultura, México 1961,
p. 41.
[5] Benito Rodríguez, José Antonio: “Emilio Lissón
Chávez”. Enciclopedia Católica on-line “Omnia docet per omnia” http://ec.aciprensa.com/wiki/Emilio_Liss%C3%B3n_Ch%C3%A1vez
[6] Existen amplia documentación sobre las
obras gestionadas por Monseñor Lissón y sobre su asombrosa capacidad para
recorrer los lugares más remotos de su difícil diócesis. Durante una visita “ad limina apostolorum” para
rendir informes a Roma; el Papa Pío X, asombrado sobre la extensión de su
diócesis, le dijo: “Hijo, necesitas más piernas que cabeza”. A lo que Mons.
Lissón respondió: “Santidad, esa exigencia pastoral sí que la tengo”. Y los dos
rieron amablemente. Ver: http://vincentians.com/es/monsenor-emilio-lisson-c-m-el-obispo-misionero-de-los-pobres/
[7] Herrera C.M.,
R.P. José: Monseñor Lissón y Chaves,
obispo de los pobres. Ed. La Milagrosa, Madrid, 1964, p. 150.
[8] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, pp. 148-149.
[9] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, pp. 158-159.
[10] Carta pastoral publicada en la revista
arzobispal El Amigo del Clero (1919),
pp. 350-353. Esta importante publicación ha sido estudiada por José Antonio
Benito: “El Amigo del Clero, boletín del Arzobispado de Lima 1891-1968”. Ver: http://jabenito.blogspot.pe/2014/07/el-amigo-del-clero-boletin-del.html
[11] La Bula concedía el derecho de Patronato
al Presidente de la República y a sus sucesores, siempre y cuando profesaran la
fe católica. Esta autorización significaba “el goce en el territorio de la
República, del derecho de Patronato, de que gozaban, por gracia de la Sede
Apostólica, los Reyes Católicos, antes que el Perú estuviese separado de sus
dominios”. El Patronato Regio devino así en Patronato Nacional gracias a este
documento de Pío IX, fechado en 1875, pero cuyo exequatur se dio recién en 1880. Ver: Rubio de Hernández, Rosa
Luisa: “Acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado peruano”. Revista de la Universidad Católica.
Número 7, Lima, 30 de junio de 1980, pp. 109-112.
[12] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, pp. 69-70.
[13] Monseñor Lissón se opuso con firmeza a que los Presidentes José
Pardo (1918) y Leguía (1920) dieran leyes en favor del matrimonio civil y el
divorcio. Recién en ausencia del arzobispo Lissón, mediante los decretos-leyes
6889 y 6890 del 8 de octubre de 1930 (gobierno de Sánchez Cerro), se oficializó
“el divorcio absoluto y el matrimonio civil obligatorio”. Poco después, las
Leyes 7893 y 7894 del 22 de mayo de 1934 (gobierno de Benavides), ratificaron
dichos decretos-leyes y normaron el divorcio por mutuo disenso.
[14] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, pp. 174-175.
[15] Mackay, John A. El otro Cristo español [1933]. Ed. CUPSA. Lima, 1991, pp. 160-161.
Libro que recopila su actividad misionera protestante en el Perú y documenta su
amistad con jóvenes radicales peruanos.
[16] “En 1924, la invasión protestante, con el
‘Tío Sam’ detrás, proseguía y encontraba complicidades en algunos sectores
estatales y masónicos” – indica el padre José Herrera. Ver: Herrera C.M., R.P. José: Ibidem, 1964, p. 181.
[17] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 181.
[18] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 175.
[19] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 178.
[20] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 66.
[21] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 73. Otra
carta pastoral admirable sobre este tema data del 14 de febrero de 1928. Todas
las cartas pastorales de Monseñor Lissón deberían publicarse nuevamente.
[22] El grado 33 es el más alto del rito masón
escocés, equivalente a “soberano gran inspector general de la orden”. Ver:
Sánchez, Luis Alberto: Leguía, el
dictador. Ed. Pachacútec, Lima, 1993, p. 101.
[23] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 48.
[24] Herrera C.M., R.P.
José: Ibidem, 1964, p. 49.
[25] Alzamora, Carlos: Leguía, la historia oculta. 2da.
edición. Ed. San Marcos, Lima, 2017, pp. 144-145.
[26] Álvarez Calderón, María Delfina: El saqueo olvidado. Asalto a la casa de Augusto B. Leguía: 1930.
Titanium editores, Lima, 2014, p. 101.
[27] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 70.
[28] Leyva Cruz, Miguel Marcos: Oncenio
de Leguía. Junto con las cifras citadas allí podemos leer: “El ensañamiento contra Leguía fue
infame: se saqueó su residencia, se le encerró en una celda diminuta y no se le
brindó tratamiento adecuado para el cáncer que lo aquejaba. Pero la mezquindad
y el odio no sobreviven el paso del tiempo. Augusto Bernardino Leguía es el
fundador del Perú moderno”.
[30] Información e imágenes en Mundial Nº 158, 25 de mayo de 1923.
[31] Ver: “Preces que el Eminentísimo Sr. Augusto B. Leguía, Presidente
de la República, envía al S. Padre, pidiendo la Canonización del Beato Martín
de Porres”. El Amigo del Clero
(1926), p. 153.
[32] Basadre, Jorge: Historia de la República del Perú. Editado por La República y
Universidad Ricardo Palma. Lima, 2000, tomo XII, p. 3074.
[33] Leguía Olivera, Enriqueta: La verdad sobre el aciago golpe de 1930
contra el Presidente don Augusto B. Leguía. Ed. San Marcos, Lima, 2013, p.
30.
[34] Le Camus, L’Abbé Emile: Vie de Notre Seigneur Jesus-Christ
[1883]. Libraire Ch. Poussièlgue, Paris, tome III, p. 81.
[35] Se conoce como Vulgata (“para el pueblo”) la reunión y
traducción al latín que hizo San Jerónimo de las primeras transcripciones de la
Biblia en hebreo, demótico y griego. La completó el año 405. El Concilio de
Trento (1546) proclamó la Vulgata latina como la versión única y auténtica de
la Biblia, que desde 1979 se complementa con la Neovulgata (que norma las
traducciones a idiomas modernos de acuerdo con el Concilio Vaticano II). Sobre
el tema que nos ocupa, las virtudes teologales, la Neovulgata traduce el latín
“caritas” como “amor”. Por ejemplo, el latín: “Nunc
autem manet fides spes caritas tria haec maior autem his est caritas” (1
Cor: 13, 13); se traducía así: “Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la
esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad” (Sagrada Biblia. Versión española
dirigida por Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga; BAC, 1962). Actualmente se
traduce así: “Ahora, pues, son válidas la fe, la esperanza y el amor, las tres,
pero la mayor de estas tres es el amor” (Santa Biblia. Versión española
dirigida por Evaristo Martín Nieto;
Ediciones Paulinas, 1988). El capítulo 13 de la 1 Carta a los Corintios solía
llamarse “Himno a la caridad”. El título actual es “Canto al amor”. Como hemos
señalado, el sentido teologal es el mismo: “Amar a
Dios sobre todas las cosas” y “amar al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 37 y
39).
[36] El Amigo del
Clero, Nº 1034, Lima, 1 de mayo de 1923, p. 207.
Por supuesto, Pablo es “el Apóstol de las gentes” y Juan “el Apóstol del Amor”.
[37] El Amigo del
Clero, Nº 1034, Lima, 1 de mayo de 1923, pp. 207-208. Almo: del latín almus; significa criador, alimentador,
que da vida. “Perú es la Patria de la Rosa” se refiere a Santa Rosa de Lima,
devota del Corazón de Jesús.
[40] «De jueves a jueves», Variedades, año XIX, Nº 793, Lima, 12 de mayo de 1923, p. 1150.
[41] «De jueves a jueves», Variedades, año XIX, Nº 794, Lima, 19 de mayo de 1923, p. 1214.
[42] Semanario Mundial, nro. 158, Lima, 25 de mayo de 1923, p. 2. Las “sinceras protestas de su acendrada fe
católica”’, aluden al antiguo significado de protesta como promesa, testimonio
o declaración solemne.
[43] Ver: Claridad.
Lima, Nº 2, julio de 1923, p. 4. Entre los colaboradores destacaban José Carlos
Mariátegui, Jorge Basadre, María Jesús Alvarado, Manuel Seoane, Luciano
Castillo, Manuel Delboy, Luis Heysen, Antenor Orrego y el propio Haya de la
Torre. La revista tenía un importante plantel de corresponsales extranjeros,
incluyendo a José Ingenieros, Henri Barbusse, Eugene Debbs, Alfons Goldschmidt
y Anna Graves (perteneciente a la iglesia presbiteriana de John A. Mackay).
[44] Nos referimos a dos influyentes textos
anticlericales de este autor: “Instrucción católica”, en Páginas libres (cuyo título se rebela contra la ortografía y la
gramática) y “Política y religión”, en Horas
de lucha.
[45] El Manifiesto está reproducido en facsímil
en Portocarrero, Julio: Sindicalismo
peruano. Primera etapa 1911-1930. Ed. Gráfica labor, Lima, 1987, p. 113.
[46] “Las manifestaciones de protesta de los estudiantes y
obreros". Variedades. Año XIX,
N.° 795. Lima, 26 de mayo de 1923, p. 7.
[47] Capuñay, Manuel: Leguía.
Vida y obra del constructor del gran Perú. Talleres C. I. P. Lima, 1951, p.
180.
[48] Ravines, Eudocio: La gran estafa. La
penetración del Kremlin en Iberoamérica. Ed. Libros y Revistas, México,
1952, p. 81.
[49] Portocarrero, Julio. Ibid., 1987, p. 114, infra. La letra completa de la canción se
publicó en un folleto titulado Cancionero
revolucionario. Himno del proletariado universal y canciones proletarias de
actualidad. Lima, Editorial Minera, 1926, pp. 18 y 19.
[50] "Decreto del Iltmo y Rdmo. Sr. Arzobispo de
Lima, suspendiendo la proyectada Consagración del Perú al S.C. de Jesús".
Ver El Amigo del Clero Nº 1036, Lima,
1 de junio de 1923, p. 253. El decreto fue firmado el 25 de mayo y apareció en
los diarios de Lima al día siguiente.
[51] Ver “Gran asamblea universitaria”, diario
La Crónica, Lima, 22 de mayo de 1923,
p. 2.
[53] Linares Málaga,
Fausto: Monseñor Lissón y sus derechos al
arzobispado de Lima. Ed. Minerva, Lima, 1933, p. 43.
[54] La ADC tuvo como administradora a la compañía
estadounidense Fred T. Ley & Co. Inc., constructora del Hotel Bolívar en
1924 y de los principales locales neoclásicos del centro financiero limeño,
como el edificio de la Compañía de Seguros Italia y A. y F. Wiese , el Banco
Italiano y el Banco Central de Reserva en 1929.
[55] Linares Málaga, Fausto: Ibid, 1933, pp. 29-30 y ss.
[56] Linares Málaga, Fausto: Ibid, 1933, p. 62.
[57] Linares Málaga, Fausto: Ibid, 1933, pp. 41-42.
[58] Ver: Benito Rodríguez, José Antonio.
“Emilio Lissón, CM (1872-1961), destacado egresado de la UNSA y arequipeño
universal”. Historia (II
Época), nº 7, Arequipa, 2004 (pp.115-126); cita de p. 123.
[59] Linares Málaga, Fausto: Monseñor
Lissón y sus derechos al arzobispado de Lima. Ed. Minerva, Lima, 1933.
[60] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, p. 218. Esta
tía, corresponsal y confidente de Monseñor Lissón, era religiosa: sor María de
la Santísima Trinidad, priora del monasterio del Carmen, en Arequipa. Las cartas
entre ella y su ilustre sobrino se conservan en el Archivo de la Catedral de
Lima.
[61] Un arzobispado titular solo existe en forma nominal. Si un arzobispo
pierde su diócesis y pasa a esta condición en forma permanente, significa de
hecho una severa sanción. Leamos: “Una sede titular en la Iglesia Católica
Romana es una Diócesis o Arquidiócesis que hoy existe únicamente en su título.
[…] A un obispo que no tiene autoridad propia sobre una diócesis existente le
es normalmente dada una sede titular por el Papa”. Enciclopedia Católica
on-line
[62] Infante, Sor María A., H.C., Monseñor Emilio Lissón Chaves, El Obispo de
los Pobres, C.M. Perú 1872-España 1961. Vicepostuladora de la causa de la
Canonización en España. Valencia, 2004. Disponible on-line:
[63] Lissón Chaves CM, RP Emilio: La Iglesia de España en el Perú. Colección
de documentos para la historia de la Iglesia en el Perú. Colección de 22
fascículos agrupados en cuatro volúmenes. Sevilla s/e, 1943-1947.
[64] Herrera C.M.,
R.P. José: Ibidem, 1964, pp. 345-353.
[65] Benito Rodríguez, José Antonio: “Emilio
Lissón, CM (1872-1961), destacado egresado de la UNSA y arequipeño universal”. Historia,
II Época, nº 7, Arequipa, 2004, p.115.
[66] Es el título de una de las
"Conferenze ai Preti della Missione" de san Vincenzo de’Paoli. La
Conferenza 207.
[67] “Monseñor García-Gasco abre el proceso de
canonización de un arzobispo peruano desterrado en Valencia”. Agencia AVAN, 17
de diciembre de 2002.
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